domingo, 31 de agosto de 2008

Las zebras borrachas de Gino





Llegue a Gino porque Laraña me había dado direcciones muy específicas. Está en Lexington Avenue con 61 Street, tiene un techo verde horrible, manchado de negro, y una puerta que se está cayendo. Pero tranquila que la comida es divina, y es un lugar emblemático. Te tienes que fijar bien porque esa calle está llena de andamios y no se ve a lo lejos, me advirtió por teléfono.
Laraña es una amiga de unos tíos caraqueños que si bien es venezolana vive algunas veces en París y la mayoría del tiempo en Nueva York, aunque ella quisiera que fuese a la inversa. Es una rubia exquisita que pareciera estar siempre sonriendo con la mirada. Mis tíos caraqueños le dieron a ella mi número y a mi el de ella y nos dijeron a ambas que nos conociéramos que nos íbamos a llevar divinamente. Mi tío dijo que las dos estábamos "locas de bola".
A pesar de que entre nosotras hay al menos tres décadas de diferencia, mis tíos tuvieron razón. Me cayó bien desde que entré al lugar, luego de percatarme del techo ruñido y la puerta verde que se cae, y la vi sóla sentada en el bar con una copa de vino tinto en la mano. Siempre he admirado a una mujer que se sienta sóla en un bar.
Hablaba con un extreño cuando la llamé.
- Laraña.
-That´s my girl, le dijo al desconocido con quien conversaba y me dijo que me sentara.
Le hize caso e inmediatamente le pedí al bartender, un ecuatoriano que tiene 33 años viviendo en Nueva York, que me diera una copa de vino a mi también. Tinto. Antes de beber el primer sorbo -y aquí debo retroceder- e incluso antes de sentarme, deliré con el papel tapiz de las paredes: rojo, con hileras de zebras andantes (arriba en la foto).
Me pareció el decorado más original que había visto en mucho tiempo y pensé que le daba al lugar un toque de patetismo sofisticado digno de una película. Se lo dije a Laraña, al dueño, o uno de los dueños me dijo ella, porque Gino ya no vive, y me hicieron saber que Woody Allen había grabado escenas de Mighty Aphrodite allí. "Vinieron por varias semanas desde las 9:00 pm y se quedaban hasta la madrugada", me dijo el hombre.
Ya con los labios pintados de tinto, comencé a conversar con Laraña. La cháchara abarcó variados temas, desde la familia, el trabajo, Nueva York, París hasta la brujería y la vida en el más allá y fue interrumpida con sutileza cada vez que un desconocido llegaba al bar. De lo más natural, hombres y mujeres, alrededor de los 60, llegaban, saludaban y se sentaban en un taburete a beber y conversar con quien estuviese al lado. La mayoría bebía vino, otros brandy o ginebra. Laraña me explicó que esto era normal en Gino, que quienes venían eran clientes de toda la vida, que algunos se conocían y que otros no pero igual se hablaban. Me contó que el restaurante existe desde 1945 que no aceptan tarjetas de crédito, ni cheques, sólo efectivo, y que siempre está lleno.
Quise saberlo todo sobre el papel tapiz. Sobre esas zebras que parecían borrachas.
- De hecho tiene una gran historia, dijo Laraña.
Cuando abrieron el lugar después de la segunda guerra mundial apenas tenían dinero para lo básico y los dueños compraron el papel más barato que consiguieron. Años después hubo un incendio -Laraña no sabía detalles- y cuando iban a remodelar el lugar ya tenían dinero para cambiar el papel.
- Los clientes se quejaron y dijeron que Gino sin sus Zebras no era Gino, y pues a ellos no les quedó más remedio que mandar a hacer una réplica del original que les costó una fortuna.
En Gino la gente estaba muy bien vestida. Una señora, calculo que pasaría los 70, tenía una camisa de shantú blanco, una falda negra, medias panty, y un collar de perla con un broche dorado que asumí era de oro, pues después de todo Lexington es zona de gente bien avenida. Otra señora que se quejaba porque después de los vinos Laraña y yo comenzamos a cantar Volver, vestía con taller negro y zarcillos ovalados que brillaban demasiado.
- Vieja ridícula, la llamó Laraña, y pensé que sí, que tenía razón, que a pesar de que las que cantábamos medio borrachas Volver éramos ella y yo, la vieja ciertamente era ridícula pues no nos mandó a callar con un "Por favor hagan silencio que molestan", sino con un "shuuuu" y un dedito sobre los labios.
Laraña decidió que era buen idea llamar a los maridos a que nos acompañaran a comer, así que a eso de las seis -estábamos allí desde las cuatro- llegaron Vell, su esposo y Licantro, el mío. Vell, quien es un cliente fijo del lugar pidió su mesa de siempre y un mesonero amable que dijo ser de Serbia, y hablaba italiano, español, e inglés perfectamente, nos tomó el pedido.
Todos pidieron ternera o carne con pasta y yo opté por unos manicote, que aunque no sabía que eran, intuían que serían buenos, porque nada con un nombre tan melodioso y sonoro como ese pude ser malo. Resultaron ser una especie de canelones rellenos de queso mozzarella, con salsa tomate, que me recordaron a la comida de la nonna, aunque dicha sea la verdad que mi nonna nunca me ha cocinado pasta. Le dije al mesero que podría almorzar manicote todos los días de mi vida aunque mi figura no lo soportaría. Se río, y me dijo que esperara el postre.
Vell insistió en que pidiéramos algo cuyo nombre soy incapaz de recordar, pero que era una especie de espuma alicorada servida en copas largas de helado. El licor dulzón me remató. A mí y a todos. A las 8:00 pm nos paramos de la mesa; Laraña y yo salimos riendo no sé de qué cosa y nos tomamos fotos junto a un camión blanco que no sé por qué insólita razón nos pareció atractivo. Ella y Vell tomaron un taxi y Licantro y yo, que ya no caminaba en línea recta, tomamos el metro a casa de una amiga que nos había invitado a "tomar vinito". Qué mas, terminaré la noche como una zebra borracha, pensé.

2 comentarios:

Marzu dijo...

Que bellos blogs, "La llegada" lleno de lagrimas mis ojos, y los otros me han hecho reir, los he disfrutado mucho, continua escribiendo que pronto seremos muchos los que estaremos compartiendo las vivencias en Manhattan de la extranjera del 7-d y Licantro. Las zebras es cheverisimo, que nombre! el de la otra chica.

Pulgamamá dijo...

Gracias Marzu, me alegra que hayas disfrutado mis postscribiendo, claro que sí. Creo que es imposible no hacerlo. Ojalá me sigas leyendo!