viernes, 5 de septiembre de 2008

Tarjeticas para poder ser alguien

El día que firmé el contrato del arrendamiento, cuando el "señor de las tierras" me dio esa píldora de sabiduría tan absoluta al decirme que en este país no existes si no tienes historia de crédito, se le pasó por alto recordarme que tampoco se existe si no se tiene una tarjeta de presentación, o business card como la llaman aquí. Que raro, pues esa mañana él me dió la suya y yo no le di nada a cambio. Claro para qué iba a querer "el señor de las tierras" la tarjeta de una persona que sabe dónde encontrar.
Mi editor me dijo, la primera semana de trabajo al reunirme con él, que me iba a mandar a hacer unas con el logo de la página web pero que mientras tanto, me mandara a hacer unas personales, pues las iba a necesitar, y qué me las podía hacer en dos horas en cualquier Staples. Supuse que tenía razón pues ya en Caracas las había necesitado, pero no sabía qué se trataba de un medio básico de subistencia.
En Caracas yo no tuve tarjetas de la revista para la que trabajé durante cuatro años, sino dos meses antes de renunciar, y a decir verdad era un problemita que se resolvía con un papelito arrancado de mi libretica de ositos cariñosos y mi teléfono y email escrito en resaltador rosado, probablemente. El entrevistado, entendía a la perfección el asunto, se reía por la gracia, y guradaba el papelito en su billetera. Ya, sin mayores aspavientos.
En Nueva York me di cuenta de que la cosa era grave el día que fui al mercado africano en Harlem -el mismo día que conocí a Modou- cuando al solicitarle una entrevista a la gerente del mercado, ésta me dijo que no iba a hablar conmigo si yo no tenía tarjeta de presentación. Incluso me dijo, que qué tipo de profesional, o ser humano, salía a la calle, más a pedir algo, sin una business card. No le dije nada, porque el turbante que llevaba en la cabeza y los ojos negros desafiantes me asustaron mucho pero le he debido responder que "El tipo de persona que está recién llegada a una ciudad".
No me encontré con más incidentes como éste hasta ayer, claro que este fue mucho más ligero. Estaba yo, divina con mis pantalones beige y mi top de satén beige y negro en el restaurante Novescento en Soho en la rueda de prensa de Pinta, una feria de arte que tendrá lugar en noviembre. Yo no conocía a nadie (en realidad fui porque una amiga era una de las organizadoras) y me senté en la única esquina que conseguí.
Comenzé a conversar con los dos hombres que tenía al lado, pues la otra opción era sostener mi copa de vino blanco y mirar al horizonte, y al rato supe que uno era periodista y el otro artista. Les pareció interesantísima toda mi historia de La venezolana-nacida en Oklahoma-que trabaja en un diario on line en Nueva York-porque su esposo se gano una beca en una universidad- y me pidieron mi tarjeta para mantener el contacto. Les ofrecí un papelito pero me dijeron que mejor ellos me daban la suya y que yo les escribiese.
¿Pero santo señor qué diferencia puede haber entre un pedazo de papel un poco más durito con letricas impresas en negro (generalmente) y otro más blandito escrito en marcador o bolígrafo? Al final de la rueda de prensa, cuando ya me iba, mi amiga la organizadora me dijo, que en este país, y más en Nueva York, todo se trata de networking y que me sacara las tarjeticas que no me iban a costar más de 30 dólares si eran en blanco y negro.
Hoy fui a Staples, básicamente porque me di cuenta que si me iba al curso de periodismo que tengo la semana próxima en Washington sin tarjetas de presentación iba a perder el viaje. Nadie se iba a acordar de mi, porque no tenían un pedazo de cartulina que dijera mi nombre y mi teléfono en la cartera.
El proceso para sacar las tarjeticas fue sencillísmo: yo misma escogí en una computadora el modelo que quería, llené mis datos, le di a procesar, pagué 24, 92 dólares y en dos horas las recogí. Ahora tengo un montón de tarjetas blancas escritas en negro que dicen mi nombre, mi profesión, mi teléfono y mi mail, los mismos datos, verdaderos o falsos (porque evidentemente nadie en Staples verificó que en efecto mi nombre era el que dije y que sí, era periodista) que pude haber ecrito en una servilleta.
¿Cuál es la diferencia? Lo digo, sin ningún pudor, estos gringos y sus formalismos! Está bien. Su país, sus reglas. Su ciudad, sus reglas. Sus apartamentos, sus reglas. Sus celulares, sus reglas. Su networking, sus reglas. Okey. Estoy lista, tengo 200 tarjeticas en mi casa, y la disposición para seguir el juego. ¿Qué será lo próximo que necesite para poder existir aquí?

8 comentarios:

Maria Alejandra dijo...

Necesitaras las botas de lluvia y un Ipod... jeje

Ana dijo...

¡Quiero ver tus tarjetitas Candia! ¡Foto! ¡Posts con fotos! :)

Pulgamamá dijo...

Las botas de lluvia te las tengo. Son preciosas, grise el posts con fucsia, morado y rosado. Bellas!
Las tarjeticas en el post.... ummm
Mira que te he hecho caso a-nah! e incorporado fotos a mis posts. Te voy a hacer caso pues....

Pulgamamá dijo...

Se me mezclaron las letras en ese comentario. Sorry. Por cierto, el ipod jamás. Me niego!

Maria Alejandra dijo...

Que éxito las botas de lluvia, deben ser geniales!!!
A mí me encanto ver a las chicas Newyorkinas cambiándose los zapatos a la entrada de los edificios, en hall sacaban de sus grandes carteras un par de zapatos y ahí sin ningún pudor se cambiaban... Y mientras tanto YO una turista cualquiera con mis zapatos mojados... Pensé en comprarlas, pero ¿para qué? aquí en Caracas no las usaría, pues es poco lo que uno camina al aire libre, solemos salir del estacionamiento de la casa a cualquier otro de un centro comercial, un banco, el trabajo, la universidad… y con correr el trecho sin techo basta.

Olga dijo...

Te cuento algo sobre las tarjetas de presentación. La empresa en donde trabajo es un desastre al más puro estilo de nuestro adorado y caótico país. Sin embargo, en la cabeza de mi jefe eso es lo más lejano de la realidad que puede existir y vivimos casi en Munich aquí adentro. Un día estando en una reunión con unos clientes, reparte él sus tarjetas y me mira con cara de "dale mijita qué esperas", yo me quedo con la mejor cara de nuetro que tenía esa mañana. Al salir, me dice y porqué no repartiste tarjetas. Mi respuesta fue: "es que para empezar ni siquiera tengo un cargo dentro de la empresa" y se quedó como que esta niña en dónde está parada. Y así fue según él yo soy una loca que no sabe su cargo porque no quiere. Un día me voy a hacer unas que digan que soy la presidenta de la compañía a ver qué me dice...

Pulgamamá dijo...

jajajaja Olga me matas de la risa. Dile que te diga el cargo y mándatelas a hacer por tu cuenta. O hazte unas q digan Olga, bloguera, filósofa y desadaptada social. Celular: 666. Jajajaj! Mentira. Es que me aperece una imbecilidad q se le de tanta importancia a algo así. Q pasó con aquella vieja costumbre de cargar una libretita de teléfono en la cartera y de anotar con mongol número 5 los teléfonos?

Olga dijo...

Creéme lo es. Sólo en Venezuela donde lo informal tiene sus formalismos. Me gustó lo de desadaptada social, creo que últimamente me he ganado a fuerza ese cargo en esta compañía...

Un abrazo!