lunes, 1 de septiembre de 2008

Un manojo de globos para dejar ir el dolor

"What does it really mean to let go?"



Ella se paró en lo más alto de El Jardín de Shakespeare, en Central Park, tal como lo había hecho hace seis años en el mirador de La Alameda en Caracas. Esta vez tenía 28 años en lugar de 22, y llevaba más de un globo en su mano. A diferencia de aquella mañana de agosto, esta vez no estaba con Sofía y en lugar de uno llevaba 10 globos, cada uno de un color diferente, separados en dos grupos de a cinco, cada uno en una mano. A cada globo le guindaba un largo cordón. En lugar de Sofía, Penélope, quien se conocía la historia y siempre se ha sentido atraída por lo esotérico -al punto de que en sus ratos de ocio con las amigas lee el tarot- accedió a acompañarla. No era de mañana esta vez, pero sí era agosto. Eran las 4:00 pm, hacía calor con ciertos soplos de brisa y Ella llevaba un vestido amarillo de lunares blancos descotado en V. Esta vez quería verse y sentirse hermosa y por eso no optó por el mono ruñido y la camiseta vieja que había usado hace seis años. Aquél día estaba triste sin ganas de arreglarse pero esta vez, embriada por esa gota de felicidad que deja la nostalgia justo antes de irse, quería lucir estupenda.
Penélope, quien había estado muy silenciosa, le dijo que se veía hermosa, que los lunares se veían bien junto a todas las flores del jardín de Shakespeare. Lo que Penélope no sabía era que para su amiga los lunares representaban la añoranza. Y qué mejor ocasión para lucirlos que ésta.
Penélope llevaba las tijeras, con las que Ella cortaría las cuerdas de cada globo, cuando el momento llegara.
- Lo que no entiendo es por qué son tantos, le dijo.
- Es que tengo que dejar ir muchas cosas, contestó Ella.
- Pero aquella mañana con Sofía sólo llevabas uno, le recordó.
Era cierto. Llevaba un globo verde. El único que había conseguido en la única piñatería abierta en Las Mercedes. Lo había inflado con helio y dentro de él había metido una carta doblada en ocho pedazos dirigida a él. Una bruja de confianza le había dicho que escribiera en una carta todo el dolor, la rabia, el odio, el amor o el desamor que sentía, la pusiera dentro del globo, lo inflara con helio, se fuera al tope de una montaña, se lo amarrara a la cintura, y cuando estuviese lista, después de hablar, llorar, gritar, reír, cortara la cuerda, tal cual como quien corta un cordón umbilical, y lo dejase ir. Pero no sucedió exactamente como la bruja indicó. El globó quedó engarzado de la rama de un árbol, y Sofía que sabía lo importante que era que la bomba se llevase el peso que su amiga ya no podia soportar, movió el árbol, una y otra vez, hasta que al fin se desengarzó.
Por eso, esta vez, en Central Park, Ella se había asegurado que no hubiese árboles cerca. Por si a las dudas, y también para que le avisara cuando se acercara un extraño, se había llevado a Penélope. Para eso claro, y para que la acompañara; nadie quiere estar sólo cuando siente dolor.
- ¿Para quién son todos estos globos?, le preguntó Pe.
- Para mí, le dijo Ella.
- Obvio. Me refiero, a quienes están dirigidas las cartas que van adentro.
Ella no habló. Se quedó en silenció, y recordó una serie de televisión en la que la protagonista había subido a la cima de una montaña nevada con un morral cargado de piedras escritas con los nombres de distintos sentimientos: "Lástima", "rabia", "miedo". Al personaje se lo había recomendado un viejo chamán. Ella estaba aliviada de que los globos simbolizaran lo mismo, porque un morral lleno de piedras le parecía demasiado extremo. Con lo torpe que era, seguro hubiese caído y muerto con el peso de las piedras. Le indicó a Penélope que le pasara los globos, uno a uno, y luego las tijeras para cortar la cuerda. Había funcionado hace seis años, por qué no serviría ahora. La única diferencia es que esta vez no se despedía de un despecho. Esta vez Ella quería dejarlo ir todo: el dolor de un viejo amor contrariado, el miedo al fracaso, el temor a que la gente no la quisiese, su baja autoestima, los problemas con su madre, los engaños, las traiciones -las que Ella había cometido, las que le habían hecho a Ella- sus rabietas infantiles, las heridas que tanto amor y desamor le habían causado, y sobre todo el pánico a dejarse querer. Permaneció estoica casi hasta el final. Sólo cuando cortó el cordón del último globo, uno de color rojo, derramó varias lágrimas. Se la secó, respiró, se volteó y le dió la cara a su amiga Penélope, quien había presenciado todo el ritual.
- ¿Ya. Lo dejaste ir todo?
- Por ahora, respondió Ella, y ambas emprendieron camino hacia la salida del parque, por la calle 81.

5 comentarios:

Dani dijo...

Los globos siempren funcionan.
Un beso grande.

Unknown dijo...

Qué lindo blog, voy a linkearte.

Besos!

Pulgamamá dijo...

Gracias Dani. Gracias Corina, te linkearé yo a ti también.
Besitos

Olga dijo...

Me encantó este ritual... Gracias por el post con el dato...

Pulgamamá dijo...

Jajajaja! A mi me funcionó hace seis años. Sólo que no inmediatamente. Además es taaaan poético, cortar una cuerda, que es un cordon umbilical que te une a este pasado y dejarlo ir al cielo... guaooo