martes, 16 de diciembre de 2008

Mis culpas en una taza. Parte II

Apenas se abrieron las puertas blancas corredizas vi los ojos azules de Lucas.
Me tranquilicé. Su presencia me sedaba. Me preguntaba si sería casualidad.
- Bienvenida, me dijo.
Al otro lado de la sala de espera había un corredor largo, blanco también, con un montón de puertas de lado y lado. Cuartos supuse.
Estaba sola. Nadie más salió de la sala de espera conmigo. Yo fui la última. Me pregunté que significado tendría eso.
-Tu cuarto es el 777. Y estás en el piso 7.
- ¿Es eso bueno? ¿Cuántos pisos hay?
- Nada es bueno, ni malo. Tranquila, no estarás para siempre en el 7.
- ¿Cómo funciona esto?, quise saber.
- Este -y me entregó una hoja, es tu horario de la semana. Ahí está todo lo que tienes que saber, por ahora. Las clases, las sesiones, los paseos y las horas de las comidas. Yo soy Lucas, tu guía.
- ¿Mi guía? Pensé en el significado de su nombre. Tenía sentido.
- Sí, mientras estés aquí necesitarás un guía.
- Entiendo, dije mintiendo.
- Sé que no lo haces, pero pronto lo harás.
Quise saber que hacía alguien como Lucas en ese lugar. Y digo alguien cómo él, porque su calidez venía de otra parte, no provenía de los salones blancos y negros.
Lucas interrumpió mis pensamientos.
- Es tarde, nos vemos mañana, a las 6. Ahí lo tienes en el horario. Ahora vete a descansar.
No me quedaba otra opción. El lugar parecía desolado. Y en realidad no sabía dónde habían ascensores, si los había, ni siquiera sabía cómo volver a regresar a la recepción. Salvador, el anciano de la cabeza rapada, y Lucas el de los ojos azules, eran las únicas dos personas que conocía. Y la señorita enmoñada, pero ella no cuenta.
El 777 estaba al final del pasillo. Un poco obvio pensé. Último piso, último cuarto. No había llave. Quién iba a entrar, y qué se iba a llevar, si además del pantalón y la camisa blanca que tenía puesta, no tenía nada. La ropa y los zapatos se quedaron en el cuartico a donde me llevó la señorita enmoñada. El cuarto no era blanco, ni era negro. En realidad no vi el color porque la luz estaba apagada y no había interruptor, pero no creo que tenga ninguna importancia.
Había una cama, individual, bien tendida, con una almohada cómoda, una mesa de noche, con un vaso y una jarra de agua encima. Me preocupó que no hubiese despertador. ¿Cómo me despertaría a tiempo? No le dí más vueltas. Un sueño denso me invadió y me quedé dormida sobre la cama tendida. Me desperté no sé a que hora, porque la luz de mi cuarto se prendió.
Me lavé la cara, en el bañito modesto que tenía la habitación, y salí. En el corredor, ayer vacío, hoy habían decenas de personas. Decidí seguirlas. Hice bien. Llegué a la cafetería. En un plato hondo me sirvieron un pudín espeso de color morado. No sabía mal. En realidad no sabía.
Encontré los ascensores a la salida de la cafetería, y marqué el -1. Cuarto -111.
Toqué la puerta.
Los ojos azules de Lucas me dieron los buenos días. Él, sin embargo, no dijo palabra. Me indicó con un gesto que me sentara en la silla. Le hice caso. No se que me pasaba. No se por qué no hacía preguntas. Me sentía tan liviana. Tan no dueña de mí misma. ¿Habría sido el pudín morado? Poco importaba ya.
Lucas se sentó enfrente mío, y cuando vi lo que tenía en sus manos me sentí aterrorizada.
- ¿Es esa...?
- Tus culpas.
La taza de ayer, la que se había llevado la señorita enmoñada el día anterior, ahora estaba ahí amenazándome con volver a desbaratarme. Con volver a desgarrarme, como ayer.
Supongo que Lucas vió el terror en mi cara, porque me dijo, que me tranquilizara, que iríamos poco a poco. Comenzaríamos con la primera de las imágenes, dijo. Con la primera de las culpas.
Y entonces me ví de niña, en el cuarto de mi hermano, en la vieja casa de Altamira, parada en una esquina. Congelada.
- ¿Sabes que no lo dejaste caer a propósito, verdad? ¿Sabes que no le pasó nada?, preguntó.
Sabía todo eso. Igual me dolía. Igual sentía una culpa inmensa.
¿Cómo podría quererme si la primera vez que lo sostuve, lo dejé caer?, pensé.
El resto del tiempo estuve en silencio. Lucas también. Nadie dijo nada. Sólo nos quedamos ahí, ni siquiera mirándonos. Me estudiaba, supuse. ¿Estaba ahí para ayudarme, no? No se cuantas horas pasaron hasta que me dijo, Es suficiente por hoy.
Volví al 777. Me acosté de nuevo en la cama tendida. Recordé todo. Maldición, me dije. Si tan sólo no tuviese memoria. No estaría aquí. Pronto, un pensamiento que no había venido a mi mente comenzó a asustarme. Lucas conocía todas mis culpas. ¿O no?

10 comentarios:

Anónimo dijo...

Verga Chama que estas fumando tu, estan demasiado buenoslos detalles los transportan a uno a ese momento, si el cielo fuera asi y uno supiera como es a lo mejor mucha gente no tendria miedo de morir..... Saludos El Anonimo...

Anónimo dijo...

ojo SI es que es el cielo... El Anonimo...

C@rol dijo...

la verdad es que me encanta como escribes, creo que hasta pude tocar a lucas y ver en sus ojos el mar. Ansiosa de seguir leyendo...

Saludos!... *B-)

Gustvao dijo...

Buena historia. La seguiré...

Lorena J. Saavedra dijo...

I'm here, again.

Vanesa dijo...

Me tienes pegada a la pantalla extranjera!!...estare esperando la tercera parte.

Anónimo dijo...

qué buena historia!

espero la continuación!

besitos

C@rol dijo...

Hola, soy La PoLl@. Solo que cambie mi nombre porque asi me llamaban en la oficina para cuando abri el blog. Pero como ahora ya no voy a estar en ella decidi ser YO.

Saludos!... *B-)

clicantro dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Pulgamamá dijo...

Anónimo: jajaja, nada por ahora. Me alegro que te guste.
Carol: este nombre me gusta más. Sí Lucas y sus ojos azules.
Gustavo: que bueno. Vuelve.
Lore: queridísima, gracias por estar siempre.
Vanesa: Ojalá pueda seguir manteniendote intrigada.
Galán: me alegro que te guste,. Viniendo de ti es un piropo.
Saludos.