domingo, 31 de agosto de 2008

Las zebras borrachas de Gino





Llegue a Gino porque Laraña me había dado direcciones muy específicas. Está en Lexington Avenue con 61 Street, tiene un techo verde horrible, manchado de negro, y una puerta que se está cayendo. Pero tranquila que la comida es divina, y es un lugar emblemático. Te tienes que fijar bien porque esa calle está llena de andamios y no se ve a lo lejos, me advirtió por teléfono.
Laraña es una amiga de unos tíos caraqueños que si bien es venezolana vive algunas veces en París y la mayoría del tiempo en Nueva York, aunque ella quisiera que fuese a la inversa. Es una rubia exquisita que pareciera estar siempre sonriendo con la mirada. Mis tíos caraqueños le dieron a ella mi número y a mi el de ella y nos dijeron a ambas que nos conociéramos que nos íbamos a llevar divinamente. Mi tío dijo que las dos estábamos "locas de bola".
A pesar de que entre nosotras hay al menos tres décadas de diferencia, mis tíos tuvieron razón. Me cayó bien desde que entré al lugar, luego de percatarme del techo ruñido y la puerta verde que se cae, y la vi sóla sentada en el bar con una copa de vino tinto en la mano. Siempre he admirado a una mujer que se sienta sóla en un bar.
Hablaba con un extreño cuando la llamé.
- Laraña.
-That´s my girl, le dijo al desconocido con quien conversaba y me dijo que me sentara.
Le hize caso e inmediatamente le pedí al bartender, un ecuatoriano que tiene 33 años viviendo en Nueva York, que me diera una copa de vino a mi también. Tinto. Antes de beber el primer sorbo -y aquí debo retroceder- e incluso antes de sentarme, deliré con el papel tapiz de las paredes: rojo, con hileras de zebras andantes (arriba en la foto).
Me pareció el decorado más original que había visto en mucho tiempo y pensé que le daba al lugar un toque de patetismo sofisticado digno de una película. Se lo dije a Laraña, al dueño, o uno de los dueños me dijo ella, porque Gino ya no vive, y me hicieron saber que Woody Allen había grabado escenas de Mighty Aphrodite allí. "Vinieron por varias semanas desde las 9:00 pm y se quedaban hasta la madrugada", me dijo el hombre.
Ya con los labios pintados de tinto, comencé a conversar con Laraña. La cháchara abarcó variados temas, desde la familia, el trabajo, Nueva York, París hasta la brujería y la vida en el más allá y fue interrumpida con sutileza cada vez que un desconocido llegaba al bar. De lo más natural, hombres y mujeres, alrededor de los 60, llegaban, saludaban y se sentaban en un taburete a beber y conversar con quien estuviese al lado. La mayoría bebía vino, otros brandy o ginebra. Laraña me explicó que esto era normal en Gino, que quienes venían eran clientes de toda la vida, que algunos se conocían y que otros no pero igual se hablaban. Me contó que el restaurante existe desde 1945 que no aceptan tarjetas de crédito, ni cheques, sólo efectivo, y que siempre está lleno.
Quise saberlo todo sobre el papel tapiz. Sobre esas zebras que parecían borrachas.
- De hecho tiene una gran historia, dijo Laraña.
Cuando abrieron el lugar después de la segunda guerra mundial apenas tenían dinero para lo básico y los dueños compraron el papel más barato que consiguieron. Años después hubo un incendio -Laraña no sabía detalles- y cuando iban a remodelar el lugar ya tenían dinero para cambiar el papel.
- Los clientes se quejaron y dijeron que Gino sin sus Zebras no era Gino, y pues a ellos no les quedó más remedio que mandar a hacer una réplica del original que les costó una fortuna.
En Gino la gente estaba muy bien vestida. Una señora, calculo que pasaría los 70, tenía una camisa de shantú blanco, una falda negra, medias panty, y un collar de perla con un broche dorado que asumí era de oro, pues después de todo Lexington es zona de gente bien avenida. Otra señora que se quejaba porque después de los vinos Laraña y yo comenzamos a cantar Volver, vestía con taller negro y zarcillos ovalados que brillaban demasiado.
- Vieja ridícula, la llamó Laraña, y pensé que sí, que tenía razón, que a pesar de que las que cantábamos medio borrachas Volver éramos ella y yo, la vieja ciertamente era ridícula pues no nos mandó a callar con un "Por favor hagan silencio que molestan", sino con un "shuuuu" y un dedito sobre los labios.
Laraña decidió que era buen idea llamar a los maridos a que nos acompañaran a comer, así que a eso de las seis -estábamos allí desde las cuatro- llegaron Vell, su esposo y Licantro, el mío. Vell, quien es un cliente fijo del lugar pidió su mesa de siempre y un mesonero amable que dijo ser de Serbia, y hablaba italiano, español, e inglés perfectamente, nos tomó el pedido.
Todos pidieron ternera o carne con pasta y yo opté por unos manicote, que aunque no sabía que eran, intuían que serían buenos, porque nada con un nombre tan melodioso y sonoro como ese pude ser malo. Resultaron ser una especie de canelones rellenos de queso mozzarella, con salsa tomate, que me recordaron a la comida de la nonna, aunque dicha sea la verdad que mi nonna nunca me ha cocinado pasta. Le dije al mesero que podría almorzar manicote todos los días de mi vida aunque mi figura no lo soportaría. Se río, y me dijo que esperara el postre.
Vell insistió en que pidiéramos algo cuyo nombre soy incapaz de recordar, pero que era una especie de espuma alicorada servida en copas largas de helado. El licor dulzón me remató. A mí y a todos. A las 8:00 pm nos paramos de la mesa; Laraña y yo salimos riendo no sé de qué cosa y nos tomamos fotos junto a un camión blanco que no sé por qué insólita razón nos pareció atractivo. Ella y Vell tomaron un taxi y Licantro y yo, que ya no caminaba en línea recta, tomamos el metro a casa de una amiga que nos había invitado a "tomar vinito". Qué mas, terminaré la noche como una zebra borracha, pensé.

sábado, 30 de agosto de 2008

COMUNICADO DE PRENSA

Metropolitan Transportation Authority (MTA)
Nueva Yok, agosto 30, 2008

Para publicación inmediata
Asunto: Programa "Por una diversificación de las actividades ociosas en el metro de Nueva York"(PDAOMN, por sus siglas en español)
NUEVA YORK, NY - La Autoridad metropolitana de transporte (MTA) decidió en una sesión de emergencia durante la tarde de ayer, lanzar su programa "Por una diversificación de las actividades ociosas en el metro de Nueva York" (PDAOMN).
Las últimas encuestas realizadas por trabajadores de MTA en distintas estaciones de la ciudad escogidas al azar arrojaron resultados alarmantes que ponen en tela de juicio la creatividad de los neoyorquinos en los vagones del metro.
Según estas encuestas que datan de agosto de 2008, 60 % de los habitantes de la ciudad reportaron escuchar su Ipod, 20 % reportó leer libros, periódicos, o revistas, 15 % confesó aprovechar los trayectos para dormir, y 5 % entró en la categoría de actividades diversas entre las que se encuentran mirar al vacío, rellenar sudoku, llenar crucigramas y raspar el loto.
Directivos de la MTA, siempre preocupados por el bienestar de sus usuarios, idearon el programa PDAOMN que sugiere a los usuarios del Metro de Nueva York actividades de ocio diferentes a las antes mencionadas. "Un neoyorquino feliz, es un neoyorquino productivo, y los estudios demostraron que hay una estrecha relación entre las actividades que los usuarios hacen en los vagones y el estado de felicidad o bienestar emocional que estos puedan experimentar el resto del día", anunció Peter Patatoski, director del PDAOMN.
La lista de actividades sugeridas que serán repartidas en formas de panfletos en todas las estaciones de la ciudad incluyen diferentes alternativas, desde las más convensionales como maquillarse, tejer bufandas para la venida del invierno, jugar cartas, contar estaciones como si fueran ovejas, escuchar un curso interactivo de inglés para los hispanos, y español para los gringos, retratar a los vecinos de asiento (incluidas caricaturas) hasta otras más descabelladas, como improvisar un coro y cantar una canción escogida por mayoría de votos entre los presentes en el vagón, hacerse pasar por un artista sin fortuna que a cambio de unos centavos canta New York, New York, aprovechar los tubos de metal para practicar tuboterapia, y el vaivén del metro para mejorar técnicas de equilibrio.
La última de las opciones en la lista de actividades ociosas fue la que más controversias despertó entre los miembros del programa PDAOMN. Al final, por votación de la mitad más uno decidieron aceptar con una clásula que dice -Bajo su propio riesgo- sugerirle a los neoyorquinos, que conozcan a su vecino de asiento, pues no todos los usuarios del Metro de Nueva York son violadores, asaltantes, o vendedores de droga.
El alcalde Michael Bloomberg, felicitó a los creadores del programa PDAOMN. "Si no podemos tener vagones más limpios y estaciones más agradables, por qué no aprovechar los trayectos para hacer actividades que nos alegren el día", y se ofreció él mismo a probar una de la lista sugerida.
Para mayor información contactar a Apoteósica Ramírez, asistente de relaciones públicas del MTA.
Advertencia: Este es un relato de ficción. Obviamente.

jueves, 28 de agosto de 2008

Dos locas que conversan

Loca 1: - Que te duermas te digo.
Loca 2: - No tengo sueño.
Loca 1: - Tómate algo entonces...
Loca 2: - Ya yo no uso esas cosas. Ni siquiera me gustan los té, me dejan atontada.
Loca 1: - Entonces ponte a leer.
Loca 2: - No tengo ganas de leer. Tengo ganas de pensar.
Loca 1: - Yo siempre te he dicho que pensar hace daño.
Loca 2: - Tú siempre has sido una una imbécil.
Loca 1: - Oye, vamos... sin insultos, que yo no te he hecho nada a tí.
Loca 2: - Cómo que no, y qué crees que me estás haciendo ahora, que no me dejas dormir y me dices cosas que no vienen al caso.
Loca 1: - Que yo no te he dicho nada, excepto que te duermas.
Loca 2: - Que yo no quiero dormir, y que si me has dicho, que tienes toda la vida hablándome y ya no quiero escucharte. Quiero que te vayas.
Loca 1: - Tu sin mí no eres nada, me necesitas. Necesitas que te recuerde por qué escogiste la vida que escogiste, y por qué seguí yo otro camino.
Loca 2: - Tu eres una puta.
Loca 1: - Sin insultos te dije, que no hace falta vale. Te da rabia porque me envidias, por que quieres ser como yo, libre, absoluta, etérea.
Loca 2: - Yo no quiero nada de esas cosas. Llevo una buena vida: tengo una linda casa con jardín un marido que me adora, dos hijos preciosos y muchas amigas.
Loca 1: - Pero nada de eso te satisface. Tu problema es que siempre has querido más. Tú no eres como las demás. Tú podías tenerlo todo.
Loca 2: - Nadie puede tenerlo todo. Hice los sacrificios que hice y soy feliz.
Loca 1: - No lo eres.
Loca 2: - A veces sí, a veces no. Como todo el mundo.
Loca 1: - Yo soy feliz todo el tiempo.
Loca 2: - Por que tú no tienes conciencia. Siempre has hecho lo que te da la gana. Por eso estás sóla.
Loca 1: - Yo no estoy sóla. Tengo un trabajo, 5 lugares a los que llamo casa, dos libros publicados y un montón de amigos.
Loca 2: - Amantes, querrás decir.
Loca 1: - Y tú que me envidias. Quieres todo lo que yo tengo.
Loca 2: - Quizás. Pero tú quieres todo lo que yo tengo.
Loca 1: - ¿Por qué no podemos tenerlo todo las dos?
Loca 2: - Ya tratamos y no funcionó. No podemos vivir así, la gente hace elecciones y debe apegarse a ella.
Loca 1: - Yo eligo que te mueras o te vayas. Las dos juntas no podemos vivir. Una de las dos debe desparecer.
Loca 2: - Serás tú.
Loca 1: - No me parece justo. Lanzemos una moneda al aire.
Loca 2: - Tú siempre dejándolo todo al azar.
Loca 1: - ¿Tienes una idea mejor?
Loca 2: - No. Cara.
Loca 1: - Sello. Yo la lanzo. La que salga se va. Para siempre.
Loca 2: - ¿Qué fue?
Loca 1: - Sello....
Loca 2: - Aloooo. Alooo?
Loca 2: - De verdad te fuiste?
Loca 2: - Nooooooooo (llantos). Era mentira. Regresa porfa, tenías razón. Te necesito. Vuelve.
Loca 1: - Jajajajajajajajaja. Tu sí eres estúpida. ¿De verdad creíste que me iba a ir?
Loca 1: - Nunca.

miércoles, 27 de agosto de 2008

De otro planeta


Hay una razón para que mi foto de perfil sea esta niña de colores llamada Rainbow Brite. Cuando buscaba una imagen que retratara una parte de mí o que me definiera, la encontré a ella, quien sucede ser una de mis cómiquitas favoritas. La veía todos los días, en el canal 8, si no me equivoco, y coleccionaba las muñecas de juguete. La llegué tener a ella, y a la de color morado con anteojitos que sale al final de la foto.
Debo decir que yo fui una niña muy niña, como dirían aquí very girly. No me montaba en los árboles, no jugué carritos, ni trompo, ni perinola, ni a la ere ni a las escondidas. A mi me gustaban los ponys, peinar a las Barbys y veía todas las comiquitas que involucraran a niñas graciosas: Fresita, Las Jens, My Little Pony, Los ositos cariñosos, Candy Candy. Nada de Mazinger Zeta, ni de Thunder Cats, ni de Transformers. Mientras más cursis, más me gustaban.
Con Rainbow Brite, cuenta mi querida madre, la obsesión era mayor. La historia de esta caricatura creada por Hallmark Cards en 1984, es la de una niña cuya misión era encontrar la esfera de luz para salvar a un planeta de la total oscuridad. En sus aventuras se topó con su inseparable unicornio blanco Starlite y sus amiguitos coloreados (cada uno de una tonalidad del arcoiris). Mi obsesión llegó a ser tal, que -y aquí voy a confesar algo que muy pocos saben y cuyo único resgistro fotográfico está en mis manos- me disfrazé de Rainbow Brite para un concurso de disfraces que hubo en el Club Los Cortijos. Lo más triste es que no era tan pequeña, tendría como 10 años, pero bueno, yo siempre fui un poco tardía comparada con los demás. Quedada, como dirían.
Sofía, mi amiga del alma, que tiene una habilidad asombrosa para inventar teorías que resultan ser bastante acertadas tiene una que dice, que uno termina de adulta pareciéndose a los disfraces que su mamá le ponía de niña. A ella, una morena hermosa, ridículamente sexy, la disfrazaron de conejita y desde entonces ha tenido una obsesión con ser chica playboy. De hecho, el reality show de las novias de Hugh Hefner es uno de sus favoritos. No dejo de pensar, según esta teoría qué papel jugó en mi personalidad mi disfraz de Rainbow Brite; la niña que salva un planeta, que viste al estilo espacial, que usa una cola de medio lado, y que siempre anda risueña.
Al principio de la carrera universitaria, cuando acaba de salir de un colegio de niñas bien de Caracas, y creía que el mundo era un lugar rosado con nubes blancas; mis amigos, comenzaron a decir que yo venía de Cuchilandia, un planeta dónde sólo habían, bebés, de humanos, y animales, y todos se alimentaban de algodón de azúcar. A medida que la carrera avanzó y el periodismo me hizo entrar en contacto con la realidad, mi parte "cuchi" fue sustituida por una más cruda. Ellos decidieron, que yo había sido expulsada de Cuchilandia, mi propio planeta, por mala conducta, y que mi castigo sería permencer en La Tierra para siempre.
Mentiría si dijera que todas estas ideas cruzaron por mi cabeza en el momento exacto que escogí a Rainbow Brite como mi foto de perfil, pero lo que si pensé fue que Rainbow Brite era una extranjera, con una misión en un planeta que no era el suyo. Era un extranjera como yo. Ella buscaba la luz eterna, y yo busco.... todavía no sé que busco, pero sé dos cosas: 1. que busco algo. 2. que lo voy a conseguir. Como Rainbow Brite.

martes, 26 de agosto de 2008

Crackberry adicta

Hace dos días me dió un conato de ataque de pánico. Metí la mano en mi cartera, saqué mi BB (así le dicen al Blackberry) y la pantalla estába totalmente negra. Toqué una tecla cualquiera y no pasó nada. Le dí al botón de on/off y nada. Como muerto. Me dió taquicardia. Empezé a pensar que pasaría si mi BB no volviese a prender. Tenía emails pendientes por contestar, números telefónicos de amigos y entrevistados y fotos que quería pasar a la computadora, por decir lo menos. Mi mes en Nueva York estaba todo ahí, comprimido y bien guardadito. Por eso cuando creí que se había dañado me paralizé del susto. En serio. Me quedé parada, con el aparato en la mano, pálida (según me contó Licantro) e inmóvil.
- Espera un rato, eso es que está guindado, me dijo mi esposo sin darle mucha importancia al asunto. Y es que cómo él no tenía un BB para ese momento, no entendía la gravedad del acontecimiento. Afortunadamente el aparatico prendió al rato y siguió funcionando de maravilla. Esa noche, fuimos a casa de unos amigos a beber vino, y uno de ellos, cuando vio que tenía el celular en la mesa, con la mirada perdida en él, dijo, Otra más.
- ¿Qué dices?, le contesté.-
- Otra que ya es crackberry adicta (me dijo haciendo referencia a la droga). Tranquila, que yo al principio yo estaba igual. Después se te pasa un poco.
En su primer día en la ciudad Licantro estaba un poco molesto conmigo, pues yo mandaba mensajes y chateaba con el celular a la vez que cruzaba la calle, le daba la mano, y hablaba con él.
- Te van a pisar, me dijo.
Más tarde cuando estábamos en el roof bar con nuestros respectivos tragos, y yo andaba chateando con mi prima que quería que le mandara fotos del sitio, me regañó:
- Ya suéltalo vale, habla conmigo, me dijo.
Volverse adicto a algo, es según mi criterio de las cosas más fáciles que hay. Nos hacemos adictos al café de la mañana, a la telenovela del mediodía, a la serie del prime time, a una canción, a una palabra. Incluso nos hacemos adicto al sufrimiento, y a las malas conductas y a los patrones autodestructivos. Margaret, mi terapeuta, quien es especialista en tratar a drogadictos, me dijo una vez, que la adicción nunca se termina, se sustituye con otra. Cuando estaba en Caracas pensé muchas veces en eso y comprobé que era verdad. Yo dejé mi adicción a comerme las uñas porque comencé a arrancarme las horquetillas. Y dejé mi adicción al café porque comenzé a tomar té. Y dejé mi adicción a los hombres autodestructivos, porque me hice adicta a la idea de una vida feliz. Tengo un amigo, que acaba de dejar las drogas, por los momentos al menos, pues está entregado al budismo. Sin comparar ambos hábitos y sin ánimo de tildar de adicción una religión, lo que digo es que la mente sustituye un elemento de placer con otro. Cuando nos venimos a dar cuenta, siempre hemos sido y seremos unos adictos.
No sé que adicción estoy sustituyendo con esto de la crackberry adicción y no quiero averiguarlo. Sea lo que sea, estoy segura de que el Blackberry es más inofensivo. No le conté a Licantro mi teoría sobre las adicciones, ni lo fácil que era engancharse con algo que nos produce placer. No hizo falta. Hoy por fin, se compró el suyo, y desde hace un rato, que no me mira. Habrase visto, tiene apenas tres días aquí y ya la pantallita del aparatico lo cautiva más que mis múltiples atributos! Ahora es él, el que camina con el BB en la mano mientras cruza la calle. Claro que al ser hombre, y no poder hacer varias cosas a la misma vez, yo debo guiarlo para que no me lo pisen. En estos tiempos que vivimos, en los que abundan las opciones de PPP (provocadores de placer perecederos) es muy fácil hacerse adicto a cualquier cosa. Hoy el el blackberry. Mañana quién sabe.

Mi prima La Pata

La Pata es una mami. Es decir, no entra precisamente en la clasificación de latina-voluptosa-con jeans apretaditos- y top que muestra los pechos, pero a pesar de eso, o más allá de eso, Patica está buena. Su tipo es una mezcla de Mandy Moore con Misha Barton y Lindsay Lohan. Guao no? Tampoco es para tanto. O sí. La Pata mide 1,68, es talla 2 o 4 de pantalón, S o XS de camisa, tiene la cara redonda, unos ojos grandes que a veces son verdes y otras veces son miel, y un cabello largo y caprichoso que por momentos es castaño oscuro, rubio, y últimamente multicolor. Suele vestir de jeans, tops y cholas o con vestidos muy cortos y nunca sale sin ponerse perfume y secarse el cabello.

Es caraqueña como yo, pero hace más o menos un año que vive en Estados Unidos, primero estuvo unos meses en Boston y ahora está estudiando en New Orleans. Desde el primer día en la ciudad, cuando yo andaba enclaustrada en el 7-D y sin conocer a nadie en esta sabana, ya La Pata tenía una pantilla de amigos. "Los boricua", los bautizó, porque naturalmente todos son de Puerto Rico.

La Pata y yo nos críamos prácticamente juntas. Vivíamos a cuadras de distancia, estudiamos en el mismo colegio, viájabamos juntas, salíamos juntas. Así que podría decirse que junto a su madre, su padre, y su hermana, yo soy una de las personas que mejor la conocen. Por eso, puedo decir con certeza absoluta cuál es ese atributo que hace a La Pata irresistible: es ese aire, de qué no le importa nada (aunque sí le importe). Avanza por la vida, con la mirada en el horizonte, los hombros hacia atrás y un tumbado que pareciera decir: si me miras bien, sino también. Su gran atributo es que La Pata seduce cuando no seduce.

El fin de semana me llamó a contarme que había ido a una fiesta de la universidad y que en la barra se puso a hablar al azar con un gringo. Éste le preguntó de dónde era, y ella contestó de Venezuela. "So, you are the hot venezuelan, every body talks about you, you are famous" (Con que tú eres la venezolana que está buena, todo el mundo está hablando de tí. Eres famosa). Luego le dijo que escogiera al hombre que quisiera, menos él, pues, era gay, y lo tendría. Patica me contó todo esto divertida, no tanto como si le importara el hecho de que se tiene levantada a media ciudad, pero como si le acabasen de contar un chiste bueno. Y es que así es La Pata. Ella es ella. Gústele a quien le guste.

lunes, 25 de agosto de 2008

Gloria y caída de la autosuficiencia

Todos los muebles del 7-D los compré en Ikea. Y cuando digo todos, quiero decir todos: la cama, el escritorio, el comedor, las mesas de noche, las mesas de centro, las dos lámparas de pie. Sólo el parabán y el sofá cama (que todavía no ha llegado) los compré en otra parte. Antes de venirme a Nueva York, Todo el mundo me había dicho "niña no te preocupes vas Ikea (la súper famosa cadena sueca cuyo dueño es uno de los hombres más ricos del mundo) y por menos de 2.000 dólares amueblas el apartamento facilito". Media verdad. Lo del precio es cierto, pero facilito... depende de cómo se mire.
La primera vez que fui a Ikea estaba con mi adorado padre. Debíamos buscar todos los muebles para el 7-D. Llegamos a las 10:00 am. Salimos de ahí a las 5:00 pm. Primero subimos al show room, donde anotamos en un papelito, el número de pasillo y el estante en el que se encontraba el mueble, deshecho en pedazos y encerrado en un caja. Se trata de un piso gigante, en el que no importa qué buscaba siempre terminaba en el área para niños. Pero sí es difícil encontrar una zona -cocina, escritorios, sala de estar- más difícil es entender cuál es el mueble que se desea comprar. Me explico: un sólo mueble pude estar compuesto por 7 piezas. Se pueden llevar todas o sólo una pieza. Supongamos que es una biblioteca. Pues el cliente decide que tan grande o chica la puede hacer. Eso está bien, muy bien, pero entenderlo toma tiempo, y no hay nadie que explique alrededor.
Como me lo dijo una vendedora en la primera visita "por algo es self service". Yo eso no lo sabía. Quienes me habían hablado de Ikea me habían dicho: 1. Que los muebles son preciosos. 2. No hay nada más barato. Ambas acotaciones ciertas, sin embargo, se les olvidó decirme que yo debía ir hasta el depósito, agarrar una carretilla, en este caso fueron cinco, y cargar cajas de hasta 50 kilos. En ese momento se me hizo obvio que el gran éxito de Ikea es precisamente ese: ahorrase capital humano para poder gastar más en la calidad de las piezas. Aunque la fórmula funciona pensé que todo aquello no era para mí. Me da verguenza confesarlo pero la solución que busqué fue bastante venezolana. Es decir, mi padre tiene una hernia, y yo soy una jeva, así que me es imposible montar los mubles, por lo que un empleado nos ayudó "desinteresadamente" a cargar todo. Al final, pagué por el delivery, pagué por la ayuda y pagué por el ensamblaje. Precios todos que se sumaron al costo total .
Ayer domingo volví a Ikea con mi esposo Licantro. Yo no estaba muy convencida, pero ya todos los amigos le habían dicho que no buscara en otro lado, y él estaba empeñado en comprar un mueble gavetero y dos alfombras para que el piso de parqué no se ralle. Así que llevábamos una lista corta. No importó. Entramos a las 12:00 pm. Salimos a las 5:00 pm. La experiencia fue similar a la de mi papá, sólo que ni en un millón de años Licantro me hubiese dejado pagar por la ayuda (el es mejor persona que yo) y él optó por no pagar el ensamblaje. Se compró una cajita de herramientas color naranja y dijo que con eso lo va a armar. No quiero estar aquí el miércoles cuándo esto suceda.
Licantro está seguro de que si Ikea existiese en Venezuela fuese un éxito. Yo no tanto. Ciertamente a los venezolanos nos gusta pagar barato, pero también nos gusta la comodidad, que nos lleven la compra del supermercado al carro, que el bombero pana nos eche la gasolina, que la peluquera nos seque el cabello y nos haga las manos. Hoy al mediodía le planteé la interrogante a un amigo periodista venezolano, un tipo con mucho criterio, y me dijo, que pues sí los venezolanos eran muy cómodos pero también eran muy frasquiteros y no iban aguantar la tentación de tener muebles de diseño a precios bajos. Lo que sí me dijo, sin saber mi historia, es que seguro pagarían por que los montaran las cajas en las carretillas, por el delivery y el ensamblaje.
Hoy al final de la tarde Licantro y yo fuimos al supermercado, que queda a unas tres cuadras de aquí en subida. Nos llevamos un carrito que tenemos para las bolsas. Yo pensé que era mejor pedir el delivery en el súper y darle 5 $ a quien lo trajese, pero conozco a mi marido y ni le mencioné la idea. A él el concepto de autosuficiencia le parece maravilloso, a mi me resulta complicado. Es decir, yo de verdad quisiera cargar las cajas de 30 kilos en Ikea, y bajar las tres cuadras con el carrito lleno de bolsas pero no puedo. Intenté hacerlo hoy y en el camino se me cayó una bolsa, de broma y no me llevo por el medio a un ciego, se me salió la chola y luego se me rompió, y me pegué en la pierna cuando intentaba sostener la puerta del edificio. Yo quiero ser una mujer madura, independiente, dueña de mi vida, enmacipada y todas esas otras cosas que las mujeres de hoy queremos, pero si eso significa cargar cajas y rodar las compras, no estoy segura si pueda.

domingo, 24 de agosto de 2008

La llegada, finalmente

Respondí el intercomunicador pero no pude escuchar su voz. Sólo atiné a presionar el botón que abría la puerta, pero este no funcionó. Traté de colgar el teléfono, pero se me cayó tres veces antes de que pudiese hacerlo. Salí corriendo del 7- D y no le pasé cerradura a la puerta. No sucedió como había pensado. El acensor llegó en menos de un minuto, y seis pisos después estaba en la planta baja. Lo vi a través de la puerta y corrí. Me le lancé encima, tal como calculé que iba a pasar, y no lo solté por varios minutos. Un vecino entró en ese momento. Nos miró con extrañeza, pero hicimos como si no existiese. Lloré, todo el tiempo, desde que me deshice en sus brazos, hasta que nos montamos en el ascensor con sus tres maletas. No hablamos de su viaje, ni de cómo había estado mi día. Al contrario. Nos dijimos cuanto nos habíamos extrañado.
- Estás más bella que nunca, me dijo.
Entramos al 7- D y su cara se hizo asombro. Los globos lo hicieron reir y el letrero de Welcome Home lo conmovió, pero lo que más lo sorprendió fue el apartamento. No le había mandado ni una foto, porque quería que lo viese en persona. En las fotos las cosas son diferentes. No era tan chiquito como se lo había imaginado, dijo. La decoración, toda blanca con salpicados de color le encantó. Le gustó la vista y la llamó, Una típica vista de Manhattan.
Le preparé un sandwich, conversamos un rato, y el peso de la noche y el cansancio se hicieron insoportables. La cama tamaño full, no fue tan chiquita como creí. Fue perfecta. En la mañana siguiente nos hicimos un desayuno no demasiado elaborado y luego me ayudó a pagar mis cuentas. Soy un desastre para esos trámites y lo había estado esperando.
Luego salimos. Lo llevé al supermercado para que conocociera al dueño, un dominicano, que se convirtió en mi amigo desde el primer día, y luego caminamos hasta la 181, la misma calle en la que una semana antes me perdí, y compramos un sofá cama de color vainilla, como las paredes. En la tarde le preparé los ñoquis que el día antes le había comprado con Luciana y Leo en el otro extremo de la ciudad. Nuestro primer almuerzo junto en un mes. Luego de la comida caí rendida del cansancio, que asumo era emocional pues esfuerzo físico no había hecho ninguno, por eso días, y dormí hasta las 6. Él revisó internet.
No quería que pasara su primer día en la Gran Manzana encerrado, así que le propuse un paseo que Luciana me había enseñado. Lo llevé el Meatpacking District y el se sorprendió de que conociera tan bien la ciudad. Me dijo que estaba orgulloso. Y yo me sentí orgullosa de mi misma. Quería presentarle la ciudad, lo más pronto que la conociera mejor. Lo llevé al West Village, y el Meatpacking distract, lleno de restaurancitos. Entramos al roof bar de un hotel con letrero rosa fluorescente y brindamos, él con un vodka tonic y yo con un Cosmopolitan Grafruit. De ahí nos fuimos a casa de Penélope y su marido, y nos tomamos unos vinos con ellos. Le hablaron un buen rato de Nueva York mientras el sonreía. Pe le regaló un mapa del metro tamaño billetera que luego yo me robé. Nos fuimos como a las 1:30. Y a las 2:00 llegamos a la casa. Él no se acordaba de qué lado del pasillo estaba el 7-D ni de hacia donde abría la cerradura.
- Poco a poco, me dijo.
Poco a poco, pensé. Ahora mientras escribo esto, está aquí, guindado la ropa, ordenando sus cosas, haciendo su espacio, llenando mi vida. Al fin.

viernes, 22 de agosto de 2008

En tu espera

Te espero con la casa lista. Recién barrida, la basura acabada de botar, los platos limpios, la cama tendida, el closet ordenado. Te espero, ahorita cuando debes estar recojiendo tus maletas en el aeropuerto La Guardia, y falta apenas media hora para vernos. Una media hora, que se convierte en una eternidad luego de un mes que pareció un siglo.
Te espero con globos naranja y amarillos por todo el apartamento y un letro de Welcome Home que Leo, el esposo de Luciana, consiguió hoy en una piñatería porque ya yo había perdido las esperanzas. En una de las mesas hay una caja, es un kit para empezar tu vida en Nueva York; aquí conmigo. Tiene mapas, ticket de metro, guías de la ciudad, llaves de la casa, un antifaz porque a ti te molesta la luz y unos tapones para que yo no escuche tus ronquidos.
Los girasoles que me mandaste hace dos días están hermosos sobre la mesa del comedor, que está más impecable de lo que usualmente la tengo, cubierta de papeles con los que no se que hacer, carteras, chales, y cualquier otra cosa que no sepa dónde poner.
Te espero mientras miro por la ventana esa vista que de tanto mirarla se me ha hecho bonita. Esa, que ahora veremos juntos, al despertar y al anochecer. Tengo puesta una dormilona a rayas azules y blancas que ayer me compré junto a mi prima La Gata. Sí ciertamente ella no está aquí pero con esta historia del blackberry, el chat y las fotos que van y vienen, prácticamente vino de compras conmigo.
Me aseguré de dejarte tu espacio en la casa. Tienes el lado derecho del escritorio, el lado derecho de la cama, la mitad de un closet grande, un closet muy pequeño completo y la mitad del gabiente del baño. Quiero que sientas que esta es tu casa. Que yo soy tu casa. Que el mes que pareció un siglo y esta espera que parece una eternidad, representan el fin y el comienzo.
Estoy nerviosa. No se si me veo bien. ¿Cuál será el primer pensamiento que cruce por tu cabeza? Que bella está. Engordó un poquito. Nueva York le cae bien. Oh Dios cuánto la extrañé.
Te espero imaginando las vías que recorres posiblemente en el asiento trasero del taxi de un conductor hindú, que si no fuera por el GPS no llegaría jamás a esta calle escondida.
Mis manos tiemblan, y las teclas se confunden, y creo que tengo que dejar de escribir, pero no puedo. Siento la garganta trancada y mi piel está dormida. Me siento mareada. Sólo quiero que llegues. Espero el momento en que suene el intercomunicador de este 7-D nuestro, y yo baje a buscarte. Seguro el ascensor se tardará más que nunca, porque así pasa en esos momentos. Imagino que saldré del edificio, te abrazaré como una loca, y te ayudaré con tus maletas. Subiremos juntos en el ascensor, uno pegado al otro, con ganas de decirnos todo, pero apenas hablando de cómo estuvo tu viaje, y cómo estuvo mi día. Pasarás la puerta y te encontrarás en este apartamento que cada vez lo siento más mío, y quiero que sea más tuyo.
Mañana no sé como será amanecer contigo. Es todo tan raro. Tan deliciosamente extraño. Esperarte me hace pensar en un montón de cosas que probablemente nunca te he dicho, porque no sé como dejarlas salir. Poco a poco, irán saliendo. Tenemos tiempo.
Desde la ventana escucho la puerta de un taxi, y las ruedas de una maleta. ¿Eres tu? Comienzo a contar. 1, 2, 3... suena timbre suena!, 4, 5 6... que suenes te digo!.. 7, 8, 9, 10. Vamos, sé que eres tú, aprieta el intercomunicador! Vuelve a mi vida. 11, 12, 13...
Sonó.
Ya voy mi amor.

jueves, 21 de agosto de 2008

Mis pequeñas grandes batallas neoyorquinas

Levantarme de la cama sin tenerte a mi lado, con la certeza absoluta de que ese día sólo seremos yo, mis circunstancias y el par de desconocidos con los que me tope.
Bañarme y vestirme para sentarme a trabajar en mi laptop. Es tan cómodo quedarme en pijamas hasta que tenga que salir de la casa.
Hacer tres comidas diarias. Generalmente sólo tengo fuerza o discipilina para dos, desayuno y almuerzo-cena.
Cocinar para una sóla persona. La comida sabe maluca.
Abrir las 3 ventanas del 7-D. Son pesadas y les hace falta aceite.
Acordarme de que la llave de la puerta abre hacia la derecha y no hacia la izquierda.
Tender la cama. Si sólo estoy yo, ¿a quien más le va a importar?
Poner cada cosa en su lugar. Está bien, reconozco que esta manía es importada de Caracas, pero ahora se ha vuelto peor. El 7-D es tan pequeñín que todo siempre está a la vista.
Reciclar la basura. No entiendo qué quiere decir "basura general", y no se cuál es el pote de las botellas, el vidrio o el cartón.
Lavar la ropa. Porque tengo que bajar al piso 2 con mi cestica que pesa y se desbarata y mi jabón de bebé que se bota y meter toda la ropa. Lograr que la máquina acepte la tarjeta. Subir. Esperar 20 minutos. Bajar. Luchar otra vez con la máquina y la tarjeta. Subir. Bajar después de 50 minutos.
Doblar la ropa inmediatamente después de sacarla de la secadora. Después de todo el trajín es más sabroso llegar y echarme a ver televisión.
Entender cuál es la diferencia entre un tren local y uno express y saber cuándo pasa cuál y dónde se para.
Salir por la boca del metro que es, generalmente agarro la equivocada y termino al otro extremo del lugar a donde iba.
Diferenciar entre W (west) y E (east) y entender que 42 W no queda en el mismo sitio que 42 E.
Montarme en autobús. El metro lo tengo más o menos dominado, pero la ruta de los autobuces es un limbo para mí.
Organizar el correo. Vengo de un país dónde el correo nunca llega, por eso se me olvida chequear todas los días el buzón.
Pagar los servicios. No sé cómo pagarlos. Todo el mundo dice que es sencillísimo, pero cada vez que trato de hacerlo por internet o teléfono paso horas y no resuelvo nada.
Encontrar un programa de tv decente entre los 200 canales que tiene el cable.
Barrer la casa. Sucede lo mismo que con las sábanas y el desorden. A) Este lugar es tan pequeño que el sucio ni se ve. B) Además de mí quién va a notar la suciedad.
Salir sóla cuándo estoy triste.
Entender cómo está dividido Washington Heights y por qué si la salida del metro que está a dos lugares de mi edificio es la parada 181, yo vivo en la calle 184.
Encontrar el camino de regreso a mi casa.
Dormirme temprano.
Dormir sóla
Los días sin tí.

miércoles, 20 de agosto de 2008

Ciudad fantasma/Ciudad vampiro

- Aquí todos somos vampiros, me dijo Joche, el amigo boricua de La Pata, mientras se bebía un Hurracaine con una concha de naranja en Pat O´Brien´s, un bar repleto de gente, en la famosa calle Bourbon Street en New Orleans. - Dormimos de día, salimos de noche, como los vampiros, explicó Joche.
Su acotación tuvo sentido pues ese viernes paseé con La Pata, por Canal Street, la que se supone es la calle de los comercios y de los turistas, una de las más visitadas y estaba prácticamente vacía.
- La gente dijo Pata, está la mayoría en el trabajo, - y los otros no volvieron después de Katrina. Paseamos por un centro comercial: nadie. Nos montamos en el steet car: nadie. Fuimos a un Starbuck, que en este país es difícil encontrar alguno vacío: nadie. ¿Dónde estaban todos? Por qué en lugar de sentir la energía vibrante de las ciudades tumultuosas me setía en una película del viejo oeste, precisamente en esa escena, donde el vaquero llega al pueblo, entra al bar, y no hay nadie. Ni un alma.
En Canal Street caminé con esa sensación, pero además cargaba una mucho más poderosa, cortante, definitiva. Era pesada, y apenas me permitía moverme, tanto así que en un punto le tuve que pedir a La Pata, que por favor, nos fuéramos a otro lado, que yo no sabía que me pasaba, pero que me sentía mareada y con escalofríos.
- Es normal, me dijo La pata, - estas calles están llenas de dolor. Y el dolor no desparece de la noche a la mañana.
Es cierto, el dolor no desaparece, es probable que en este caso hasta se intensifique pues además de dolor sentí rabia, resntimiento, desolación.
- Habían 400.000 personas antes de Katrina, después quedaron 300.000. Los ricos, en su mayoría blancos, pudieron salir y algunos regresaron al tiempo, los negros o no salieron o si lo hicieron no volvieron pues quedaron al azar del gobierno. Lo peor es que si ocurre otra tormenta como Katrina volverá a pasar lo mismo pues esta ciudad no tiene drenajes.
Mi amiga periodista tenía razón, New Orleans es el fantasma de la ciudad que un día fue; aún con sus casas sureñas, de paredes gigantescas y balcones hermosos, y sus bares estripitosos en el French Quartier, la ciudad que se hundió resurgió como una sombra espectral sensible a todo lo que la rodea.
¿Será por eso que todos en New Orleans beben tanto? (hay lugares para lavar la ropa que funcionan también como bar) ¿Lo hacen para dejar de sentir? Joche y sus amigos no lo creen así. -Esta es una ciudad en donde la gente siempre ha venido a derraparse, por eso está permitido beber en la calle. Es el lugar dónde las mujeres enseñan sus tetas a cambio de collares de cuencas brillantes durante Mardi Gras, me recordó Joche.
- En el día no ves a nadie, pero en la noche te preguntas de dónde salió toda esta gente, dijo La Pata.
Son vampiros que salen de noche en busca de carne fresca, hip hop en el tope de una barra, escaramuzas torpes en las esquinas del French Quartier, torrecitas de monedas negras en la mesa de un casino. Son zombis que deambulan en una ciudad casi invisible. En una ciudad fantasma.

Pd: Sami, una amiga de la infancia, me pidió hoy que escribiera una entrada detallada sobre New Orleans. Lo siento por ella, y por mí que no pude hacerlo, pero lo único que soy capaz de escribir sobre esa ciudad, lo hago desde el dolor, desde la perdida. Desde un dolor que no es mío ciertamente, pero que estuvo sobre mis espaldas durante 3 días y me impidió ver la ciudad sobre la que Sami, posiblemente, querría leer.

martes, 19 de agosto de 2008

Caramelo delicioso (y Parte III: Racismo y doble despedida)

Bajé al lobby a las 5:50 am. Diez minutos después justo antes de que saliera el autobus que nos llevaría al aeropuerto apareció ella. Se había quedado dormida. Llegó con su cabellera caramelo más despeinada que el día anterior, sus dos maletines de mano a reventar y la cartera también a punto de explotar. Llevaba lentes oscuros y a pesar del trasnocho se rehusó a tomar un café.
- No soy persona de café, dijo.
Candy, la negra deliciosa, se había acostado a las 2:30, mucho después de los huevos fritos y de llamarme mensajera de Dios. Había tenido que mandar un email para decir que no llegaría a la reunión y que otra de sus compañeras debía hacer su presentación. Nunca me dijo en que trabajaba yo tampoco le pregunté.
Llegamos al aeropuerto en 20 minutos y como no teníamos que hacer el chequeo, pues la noche anterior la aerolínea había tenido la decencia de darnos los boarding tickets, 10 minutos más tarde ya estábamos en la puerta de espera. Ella se puso a leer el libro Black Like Me de John Howard Griffin y yo saqué la última edición de la revista New York, cuyo tema principal es el racismo. Al minuto nos dimos cuenta de que estábamos leyendo sobre el mismo tema. Intercambiamos. Abrió la revista y leyo una frase de un estudiante negro: "No estoy diciendo que tú, en particular eres racista, sólo digo que vivimos en un mundo donde es más fácil ser blanco que negro".
Le pregunté si ella pensaba si era cierto, me dijo que sí. Y me recordó los sucesos de Katrina, y las matanzas en África, y cómo actuaron los respectivos gobiernos en esas ocasiones. "No importe donde sea, mientras los rostros sean negros, el mundo se mueve más lento". No dije nada, pero sabía con dolor en el alma que seguramente tenía razón. Habló del libro de Griffin, una obra de no ficción en la que el periodista se somete a un tratamiento médico para cambiar el color de su piel y contar cómo fue ser negro y desempleado en los años 50 y 60 en Los Estados Unidos. Quise saber porque justo en este momento había buscado un libro publicado en 1961.
- Frente a la posibilidad de que Barak Obama se convierta en presidente el racismo es un tema importante en este país.
El avión iba vacio y ambas decidimos agarrar una fila de tres asientos para cada una. El vuelo salió a tiempo, y no hubo contratiempos. A las 9:15 am aterrizó en el aeropuerto Louis Amstrong de New Orleans. Caminamos hasta el área de equipajes, y nos depedimos. Me dio una tarjeta con su teléfono, y me enteré de que su verdadero nombre sonaba como Candy pero se escribía totalmente diferente. Me gustó más mi versión.
La Pata apareció en el aeropuerto casi a las 10:30 am. Se había quedado dormida. LLegamos a su casa, una rosada a la que en la facultad de derecho le dicen The Pink Palace (el palacio rosa), dejamos mi maleta, nos pusimos unos shorts y nos montamos en el Steet Car (un tren/autobus que recorre la ciudad) hacia Canal Street, la calle de las tiendas. Antes de subirme La Pata me dijo algo que me dejó helada:
- Atrás se sientan los negros, tú siéntate adelante.
No entendí, pero me monté en el tren/autobus y me di cuenta de que La Pata estaba equivocada. Los negros estaban sentados adelante, pero del lado derecho. Nos sentamos del lado izquierdo. Le dije que me explicara, por favor de qué se trataba esto, y me dijo, No sé, no está escrito en ningún lado, pero es así. Comenzé a mirar por la ventana y cuando me bajé en la calle, miré a los grupos de personas y vi que era cierto, no había ningún negro caminando junto a un blanco. Esa noche fui a varios bares y ocurrió lo mismo, le pregunté a los amigos de La Pata y me dijeron que "ellos" iban a otros sitios. Entonces Candy tenía razón.
Le comenté esto a mi amigo Mel quien vivió en Savannah, Georgia hace no demasiado tiempo, y me dijo que todo el sur era así, excepto tal vez por Atlanta. No entendía nada. ¿Qué la lucha contra el racismo, y el sueño de Martin Luther King no sucedieron en 1963? Una amiga periodista me dijo hoy, Capaz nunca nada cambió y nos estuvimos engañando todo este tiempo.
A pesar del racismo, y sentir el peso de una ciudad herida, -"un fantasma de la ciudad que fue", la llamó mi amiga periodista- mis tres días en New Orleans transcurrieron entre cervezas, Huracanes (así se llama la bebida que todos toman y nadie sabe que tinene, no se si es una casualidad o una ironía), trasnochos demenciales, paseos por Magazine y Bourbon Street y picnics en el parque Audubon.
El lunes a las 7:00 am cuando abordé el avión estaba más dormida que despierta y no puedo dar fe de si lo que ocurrió a continuación fue verdad o producto de mi imaginación:
- You have to be kidding me (esto tiene que ser una broma) me dijo una mujer negra de cabellera caramelo.
¿Candy? ¿Era ella? ¿Que hacía ahí?
- Voy a Boston con escala en Charlotte, supongo que tú vas de regreso a Nueva York.
No pude hablar. Traté pero no pude.
- ¿Tú sabes lo que esto significa?
Pero no sabía. No entendía nada. No entendí la noche en la casa de los waffles, y su historia de Katrina, y nuestra charla sobre el racismo, y mis absurdos días y alucinógenas noches en New Orleans. Me acordé que Candy no creía en casualidades. Yo tampoco.
La deliciosa durmió todo el viaje, refugiada en sus lentes oscuros. No me habló en todo el vuelo, sólo a la salida del avión me dijo con una media sonrisa:
- Espero no verte en mi vuelo a Boston.
Todavía, y con su tarjeta guardada en mi cartera, me pregunto sobre la verdadera existencia de Candy. Prefiero no responderme.

lunes, 18 de agosto de 2008

Caramelo delicioso (Parte II: Katrina)

Candy, la negra deliciosa, me contó está historia en desorden e interrumpida mientras recorríamos el aeropuerto de Atlanta en busca del shutle que nos llevaría al hotel. Cuando me dijo que había nacido en un pequeño pueblo de Luisiana pero que desde hace más de 10 años vivía en New Orleans quise saber sobre Katrina. Le pregunté sin pensarlo demasiado.
Todavía Candy no se atreve a precisar si fue buena o mala suerte -aunque ella en realidad no cree demasiado en la suerte ni en las coincidencias- pero justo el fin de semana que comenzó el huracán ella se había ido a Cabo San Lucas, México, a la boda de una de sus mejores amigas.
No le dijo nada a su padre, el único familiar que vieve en la ciudad, pues pensó que era sólo un fin de semana y no había razón para preocuparlo. Tampoco le avisó a la administración de la residencia de personas de la tercera edad donde él habita pues total eran sólo tres días. Se fue el viernes, y el sábado comenzaron a llegarle noticias de que un huracán se acercaba a New Orleans. El domingo comenzó su travesía de vuelta a casa, la que finalizaría sólo un mes después. Voló desde Colorado hasta Houston y de ahí alquiló un carro para ir hasta New Orleans. Su padre tiene 80 años, y Candy sabía que él no iba a querer irse. "Mi papá no se iba a mover de su ciudad, él es de los que no evacuan". Candy casi tuvo razón y digo casi porque al llegar de Cabo encontró en su celular decenas de mensajes de voz de la residencia de su padre en los que le preguntaban dónde estaba pues su papá no quería moverse sin ella. "Él les decía, 'ella viene por mí, no me voy sin ella'", me contó con la voz quebrada pero con el rostro firme y lo ojos secos.
Lo más cerca que pudo llegar fue a Baton Rouge. Se alojó en un hotel, y desde ahí llamó a la residencia de su padre, atragantada de angustia, rogándole a Dios que hubiese evacuado hacia algunas de las sucursales que el hogar tiene alrededor del país.
- Llamé y me dijeron que sí, que finalmente había evcuado, le di gracias a Dios, lloré por el teléfono y les pedí que me dijeran dónde estaba, que yo lo iría a buscar a cualquier estado del país. No importaba.
Candy casi no pudo creer lo que la voz al otro lado del teléfono le dijo.
- Mi papá estaba en Baton Rouge, a una milla del hotel dónde yo me encontraba. De todos los lugares de Estados Unidos, de todos los del estado de Luisiana, mi papá estaba sólo a minutos de mí. Eso no es casualidad, eso es Dios, eso es el universo. Eso es otra cosa.
La última parte de la historia es la esperada: encontró a su padre y estuvieron en Baton Rouge, tres semanas más hasta que se permitió la entrada a la ciudad.
- No la reconocí. Todo había flotado. Casas de amigos, lugares conocidos. Gente había desaparecido para siempre.
Su casa no flotó como otras de esa zona. Hubo daños mayores, pero su hogar seguía en pie.
- Que es bastante decir, señala.
Candy no cree que la ciudad pueda volver a ser la misma, no ahora, no en mucho tiempo.
- Habrá que esperar y ver. Pero cúando llegues no vas a tardar mucho en darte cuenta que es una ciudad dolida, con heridas que no cicatrizan.

viernes, 15 de agosto de 2008

Caramelo delicioso (Parte I: La mensajera)

Candy es una negra deliciosa que habla con parsimonia y tiene una cabellera rizada color caramelo, como su nombre. Justo ahora, a las 8:15 am de este viernes, está en el asiento delante mio en un vuelo Atlanta-New Orleans que hemos debido tomar ayer y no hoy. Nos conocimos la noche de ayer en el aeropuerto de Atlanta mientras haciamos la cola en el Customer Service. Ella también venía de La Guardia y había perdido su conexión a causa del mal tiempo. Me llamó la atención la elegancia con la que hacía sus quejas, y la manera bien argumentada y calmada en la que se expresaba. Nos hicimos amigas casi de inmediato: en las circunstancias difíciles hay que unir fuerzas, y ambas necesitábamos que la aerolínea nos pusiera en el primer vuelo del día siguiente. Ella tenía un reunión a las 9:30 am y yo me moría de ganas por ver a La Pata. Nos programaron el itinerario para el vuelo de las 8:15 am y nos dieron también un cupón de descuento para reservar un hotel.
Nos alojamos en el Sleep & Suites, en las cercanías del aeropuerto, nos atendió una mujer blanca y redonda que se llamaba Gina Davies, como la actriz, y que se ofreció a darnos su autógrafo. Dejamos las maletas en la habitación y nos encontramos de nuevo en el lobby para buscar dónde comer. A la 1:00 am en el medio de una autopista y un montón de arbustos, las opciones no eran demasiadas. The Waffle´s House abre las 24 horas del día y sirven de todo, me dijo. No conseguimos taxi pero el hambre nos obligó a caminar una milla hasta la casa de los waffles. Nos sentamos en la barra. Ella pidió dos huevos fritos con tostadas y yo un sandwich de pollo.
Me contó que vivía en New Orleans. Cuando hablaba, movía la cara de una forma muy curiosa, como si cada elemento de su rostro dijera algo por sí solo. Los labios, los ojos, las cejas, el mentón, se movían independientes pero en perfecta coordinación. Verla hablar era un espectáculo.
Me dijo que tenía 38 años, que no estaba casada y que le pedía a Dios que la ayudara a conocer el hombre de su vida pronto porque quería casarse y tener hijos.
- Estoy saliendo con varios. Hay uno favorito. Sólo quiero estar segura que en realidad le guste.
No sé por qué razón pero en ese momento recordé la frase de mi querida madre. Se la dije:
- Mi mamá siempre dice que es importante que tu lo quieras a él pero que es más importante que el te quiera más.
El rostro de Candy se hizo todo seriedad. Ya no habían movimientos independientamente coordinados. Casi sin mover un sólo músculo de su cara dijo, Esa es una gran verdad. Sacó un cuaderno, anotó la cita y me preguntó el nombre de mi madre. La llamó una mujer sabia.
- Yo sabía que había una razón para que yo perdiese la conexión y terminase a la 1:00 am en el medio de la nada comiendo huevos fritos contigo.
Sabía a qué se refería pero no supe que decir.
- Dios debe querereme mucho como para enviarme un mensaje con una venezolana que vive en Nueva York, dijo.

martes, 12 de agosto de 2008

Por culpa de un sol inaspectado

Esta entrada la escribo con los párpados resecos porque acabo de llorar. La historia es la siguiente: Esta tarde, a eso de las 2:00 pm me sentía un poco triste y hablé con mi querida madre. Ella me dijo, qué como iba a ser eso, que orgullosa que debía estar, que me movía como un pez en el agua y apenas tenía tres semanas en Nueva York. Hace más o menos una hora, me di cuenta de que mi madre está equivocada y que yo no llego ni a renacuajo.
Luego de colgar con ella llamé a mi prima La Pata.
- Patica, ya sé que no es de noche y que te cobran la llamada pero es que me siento triste.
- No marica, olvídate de eso. Es normal. Mejor vístete y sal, aunque sea por tu zona a hacer diligencias.
Tranqué con La Pata, y me dije, Qué más, total y llevaba toda la mañana en la casa escribiendo unas notas que debía mandar al periódico. Me puse mis shorts, una franelita y unas cholitas (hace calor, y cómo no iba a hacer nada importante no necesitaba estar presentable) y resolví que iba a ir al cajero. En el ascensor me encontré a Ruben mi super (en español conserje) y le pregunté dónde encontraba por aquí un Chase Bank. Me dijo, Ahí mismo en la 181.
- ¿Pero no estamos nosotros en la 181?, le repregunté.
- No mi niña, esta es la 187.
Salimos juntos a la calle, y me señaló que debía hacer. Seguir recto, mas o menos cuatro cuadras, hasta un toldito morado de no sé que comercio, agarrar a la izquierda y caminar tres cuadras.
- Te lo vas a encontrar de frente.
Y así fue. En el camino me fijé en dos referencias para volver, una farmacia y una tienda que se llamaba Ralph. Entré al cajero, saqué dinero y comenzé a caminar vía hacia donde yo pensaba era mi casa. Apareció la farmacia en la que me había fijado, pero nunca ví la tienda Ralph, así que supe que estaba perdida. Perdida buscando mi casa.
- Disculpe señor, dije en español pues en Washington Heights casi todo el mundo es dominicano, ¿Por dónde me queda Overlook Terrace?
- Overloooook Terrace, me dijo con ese canto alargado que tienen los dominicanos. -Eso está por la 187, y estás en la 176.
¿Cómo llegué a la 176? No lo sé. No tengo ni la menor idea. El hombre me dijo que buscara Amsterdam y que de ahí agarrara a la izquierda o a la derecha. No me dijo que agarrara hacia ambas direcciones obviamente. El problema fue justamente que no me acordé hacia dónde me dijo que agarrara. Me dio risa, darme cuenta que no sabía llegar a mi propia casa, así que llamé a Luciana para que riéramos juntas.
- ¿Pero estás muy perdida, o sientes que vas en la dirección correcta?, me dijo.
- No sé Lu. Creo que estoy bien.
- Bueno llámame cuando llegues.
Seguí caminando, sin saber hacia dónde iba y vi una seña que decía St. Nicholas Avenue. Recordé las palabras de mi corredora, Nunca vayas hacia St. Nicholas, esa zona es muy fea. Genial, perdida y en una zona peligrosa. Pregunté tres o cuatro veces más hasta que llegué hasta la Yeshiva University, que está cerca de mi edificio, pero aún así no identificaba nada. Llamé a Rubén.
- Me perdí.
- ¿Qué, no llegaste al cajero?
- Si llegué, pero no supe cómo volver. Estoy en la 186 w.
- Ah no niña, estás del otro lado.
¿Del otro lado de qué? No sé. Nunca supe.
Comencé a llorar. Rubén dijo, Quédate ahí te voy a buscar. Luego llamó, No me puedo mover de aquí, toma un taxi. Me conseguí a un uniformado, que pensé sería policía, y le pregunté entre lagrimas, ¿Overlook Terrace hacia dónde queda?
- Eso queda por áquí mismo. Yo te voy a ayudar. ¿Vas a casa de una amiga? No pude mentirle.
- Estoy tratando de llegar a mi casa. Tengo tres semanas aquí, casi siempre le llego en metro.
Luis, así se llamaba el uniformado, y yo resovimos que lo mejor sería que tomara un taxi. Lo paró por mi y le preguntó antes si sabía llegar a Overlook. Llévala para su casa, le dijo.
Nada más montarme en el carro fue como abrir un grifo: lloré, lloré y lloré. Y el taxista se dió cuenta y rió, rió y rió, con cariño.
- Es normal, tienes poco tiempo aquí.
Llegó al edificio, me dijo que no parara de llorar, que me veía bellísima llorando, y que eran 6 dólares. Yo sólo tenía 20, el sólo tenía 8. Estaba desesperada.
- Qúedeselo.
- Pero es mucho.
- Quédeselo igual, mal no le caerá.
- Dios me la bendiga.
Me subí al ascensor y pensé en todas las veces (que yo recuerde) que me he perdido. De hecho, no es la primera vez que me pierdo para llegar a mi casa. En Caracas, recién llegada al otro 7-D me pasó. Nunca se lo dije a nadie. Me perdía de chica para ir al colegio, me perdía para ir a casa de mis abuelos. Me he perdido un centenar de veces cuando voy a hacer alguna entrevista y por eso siempre salgo con dos horas de anticipación. Me perdí regresando de la panamericana, y terminé casi en Maracay. Me perdí en El Silencio y terminé en el 23 de enero.
Llegué a mi apartamento, llamé a Lu y le dije que sí, ya había llegado, y no, no quería ir a su casa. Dos perdidas seguidas no iba a poder aguantarlas. Colgué y seguí pensando. Buena parte de mi vida la he pasado perdida. Recordé lo que me dijo la astróloga cinco días antes de venirme a Nueva York, La gente te ve como si estuvieses siempre perdida y hasta tú te sientes así, pero no lo estás. Esa sensación es culpa de tu sol inaspectado. Resulta que para el momento exacto que yo nací, ninguna constelación, orbita, planeta, o nada, cruzó mi sol. Y mi sol se quedó ahí solo, mientras un desbarajuste planetario sucedía alrededor, Por eso siempre andas como en el aire, me explicó.
Llamé a La Pata y le conté. Me respondió con una de sus acotaciones obvias pero necesarias.
- Eso no es nuevo para tí, y mira que bien te ha salido todo. Además ahora es que te falta por perderte (no supe si hablaba de Nueva York o de la vida en general). Así que aguanta.

domingo, 10 de agosto de 2008

A la manzana, con cariño

No he querido atragantarme con la manzana. La veo, la huelo, la agarro entre mis manos pero es resbaladiza. Y es grande como bien dicen. Algunos me han preguntado cúantos mordiscos le he dado, y la verdad recién empiezo a probarla. Digamos que, no le enterré los dientes, ni la despedazé, más bien intenté tomar un cuchillo, delgado, gentil, y rebané sólo un pedacito. El resto del tiempo sólo la admiro. No tengo intenciones de devorármela, no todavía, pues creo que no estoy preparada para ese banquete y lo único que lograría sería indigestarme.
Suele ser frecuente entre mis amigos -los de aquí, y los de Caracas- preguntarme, cómo me trata la Gran Manzana. Es una interrogante que no sé muy bien cómo contestar, pues apenas llegué hace unas semanas y creo que la ciudad me conoce poco cómo para tratarme bien o mal. Más bien ando concentrada en observarla, en tratar de entenderla, en darle la vuelta, en aprender poco a poco a quererla. Nacho se la pasa diciendo que Nueva York es la ciudad que uno quiere que sea yo creo que Nueva York es la ciudad que es, y es uno quien debe aprender a tratarla.
Hasta ahora sólo puedo dar fe de lo que he vivido: tengo en mi libreta más de 8 números de personas que he conocido en la calle y que gentilmente me han dicho que las llame para que nos veamos; cuando he estado perdida con el mapa abierto más de 10 personas, en el tiempo que llevo, me han preguntado si necesito ayuda, y me la han dado; y cuando fui a Barnes & Nobles pude quedarme horas y ojear todos los libros que quise sin que nadie me parara de ahí como hubiese sucedido en Caracas.
Ayer fui al cine con Vi, Penélope, y Luciana a ver una película de niñas pues los maridos estaban complicados o ausentes y de regreso como no había metro decidí tomar un taxi. El chofer, un chino que no hablaba inglés llegó a Washington Heights y se perdió, y cuando pedí ayuda, un hombre en un carro nos guió hasta mi edificio. Hoy, para citar un último ejemplo de bondad conocí en el metro a Andrés, un mexicano que tiene 8 años en la ciudad. Le conté mi historia del 7-D y de cómo el "señor de las tierras" me había dicho que yo no existía, y él me dijo "no dejes que esas cosas entren en tu cabeza. Por supuesto que existes, yo te estoy viendo". Creo que la ciudad está dandome sútilmente y a su manera la bienvenida. La manzana ya sabe que yo estoy ahí, con la boca echa aguas. Quizás dentro de poco le robe un mordisco.

viernes, 8 de agosto de 2008

Perro amor

Se miran. Se acercan. Se huelen. Se acarician. Se lamen. Se muerden. Se besan. Se aruñan. Se alejan. Se acercan. Se miran por detrás. Se encaraman el uno encima del otro. Se retuercen. Se separan, y cada uno sigue su camino, moviendo la cola de un lado a otro, guiado por la correa que lleva su amo.
Hay un mundo con códigos, normas, y manual de buenas costumbres (como en cada micro universo) entre la gente que tiene perros. Esto podria parecerle obvio a muchos, pero resulta que yo no soy una persona de mascotas y Caracas no es particularmente una ciudad para salir a pasear animales. Así que el jueves, cuando fui con mi amiga Vi y su perro Kiefer, un Yorkie, a Central Park, me sorprendió una Nueva York totalmente diferente a la que hasta ahora conocía. En esta nueva ciudad, la gente, siempre que tuviese una correa en sus manos y un peludo animalito amarrado a ella, se miraban, sonreían y hasta se hablaban.
"Primero tienes que preguntar si el perro es amistoso y si al dueño no le importa que el tuyo se le acerque", me indicó Vi, una experta en el asunto, pues tiene a Kiefer desde cuando vivía en Barcelona, hace algún tiempo. "Si no hay problema, entonces sostienes la cuerda y dejas que los perros se huelan. Los dueños de perro sabemos la importancia de que socializen porque así se vuelven más civilizados y obedientes". Noté que mientras Vi, Kiefer y yo nos acercábamos a los otros dueños y sus mascotas, éstos hablaban con la mayor naturalidad del mundo. "¿Es ella o él?" "¿Qué edad tiene?", y de ahí las conversaciones pasaban a un plano más personal.
Kiefer se enamoró de un perro grande de piel atigreada. El propietario, un chico de cabello castaño, ojos miel, y tez canela (sí, estaba bueno, cómo no con esta descripción) se rió al ver tanto amor entre los perros, y más aún al saber que ambos eran machos. Inmediatamente dijo que el suyo era muy amable, que era genial, que era increíble. En menos de un minuto, nos preguntó si éramos de España, y nos contó que había estado ahí hacia poco: Madrid, Barcelona, Valencia. Que en realidad acababa de viajar de mochilero por Europa, dijo.
La conversación fue interrumpida por los excesos de cariño entre Kiefer y el perro atigreado. Seguimos nuestro recorrido y nos topamos con un hombre que notó nuestro acento y nos dijo, mientras su perro y Kiefer se conocían, que su hija era mitad venezolana pues su ex esposa era maracucha. Yo no salía de mi asombro pues en las dos, casi tres semanas que llevo en Nueva York no había visto a dos desconocidos hablarse con tanta soltura, naturalidad, espontaneidad.
Vi me dijo que que esto era así en Nueva York y en casi todas partes del mundo y quizás aquí se intesificaba más por lo forma seria de ser de los neoyorquinos normalmente. Me contó que hace unos días se había topado con unas vecinas y sus canes en la calle y habían conversado como nunca había sucedido. "Se pusieron a la orden, me dijeron en qué apartamento vivían". Ciertamente algo poco común por estos lados.
Ahí mismo le dije a Vi (casada como yo) que si uno fuese soltera en Nueva York la mejor manera de dejar de serlo era comprarse un perro y salir a pasearlo a Central Park o a cualquier otro sitio. "Tengo un amigo en Barcelona que decia que salía a pasear a su perra cuando quería ligar", contó Vi. En la película Must Love Dogs, el anuncio para buscar pareja que pone Diane Lane para conseguir una cita dice, por sugerencia de una amiga "He must love dogs", pues la premisa es que quien quiere a los perros no puede ser mala gente.
¿Qué sucede entonces, los perros nos humanizan? o ¿nosotros nos quedamos perplejos ante sus gestos casi humanos de amor? ¿O son acaso los canes una excusa común, para saltar una barrera invisible pero presente? Digamos que es una manera de ahorrarse la primera línea de conversación. No hay que pensarla, no hay que inventarse un grupo de amigos que no llegó al bar, o aquel cuento de que la cara nos parece familiar.
Vi no sabe esto (me dió mucha pena confesárselo pues Kiefer es realmente un bombón) pero a mi no suelen gustarme los perros. De hecho, no me gustan los animales. Así que espero no poder responder estas preguntas, pues si lo hiciese significaría que la barrera entre el mundo y yo se hizo tan alta e invencible que tuve que actuar en contra de mis preferencias y comprarme un perro sólo para poder intercambiar palabras con un desconocido.

Luis el que extrañaba las pupusas

A Luis lo conocí como conozco a la mayoría de las personas interesantes cuando estoy sola: perdida. Yo venía de la calle 169 en el Bronx e intentaba encontrar la 170 para tomar la línea D o B. Caminamos juntos desde la 169, cada uno por su lado, atravesamos una especie de autopista o vía rápida, y dos cuadras más allá nos miramos. Me dio miedo, al principio, ¿será que me persigue? (esa paranoía caraqueña que no nos abandona), pero ahí mismo me preguntó ¿buscas alguna dirección? Salvación total: eran las 8 y todo el mundo me había advertido que no me quedara en el Bronx hasta tarde.

Afortundamente, es verano, y todavía había luz.- Sí, voy a las 170, quiero tomar el B o el D, le dije.- Esta ahí mismo, y señaló con el dedo. -Si quieres sígueme, añadió. Era moreno, con ojos rasgados y tenía aire de estar muy cansado. Me dijo que era de El Salvador y que tenía dos años en Nueva York. Le hablé de mi amigo Zeta, periodista, también salvadoreño, y le pregunté si extrañaba las pupusas. Me dijo que sí, que lo extrañaba todo, las pupusas (tortillas de maíz rellena de queso y frijoles, generalmente, aunque también pueden tener chicharrones, vegetales o algún tipo de carne) los amigos, la familia, los viernes de tragos en el bar, las tardes de fútbol.

- Aquí en el Bronx, en la cuadra siguiente hay una señora que hace las pupusas muy bien, casi como las de mi mamá. Cuando vengo a visitar a mi hermano que vive por aquí, suelo comerme una.

Llegamos a la estación y corrimos porque oímos el sonido del tren. Entramos al vagón un segundo antes de que la puerta cerrara, y automáticamente sin necesidad de discutirlo, compartimos asiento. Yo me bajaba en la 145 y el seguía hasta la 116 pues vivía en St Nicholas Av. una zona que dijo estaba bien, sino uno se hacía el que no sabía nada y andaba en lo suyo. Sabíamos que no teníamos demasiado tiempo, así que Luis se apuró en contarmelo todo: tenía 23 años, trabajaba en una tienda de electrodomésticos, vivía con su hermana y su sobrina pero se sentía sólo. Muy sólo.

- Mi hermana llega tarde en la noche, cansada de trabajar y se encierra en el cuarto . No hay vida de familia, no hay televisión en el sofá, no hay cena familiar. Ella misma me ha dicho que aquí tengo que buscarme mi propio plato de comida, que nadie va a hacer nada por mí.

Me hubiese gustado decirle que era mentira pero seguramente era verdad. Me contó que problemas para trabajar no tenía. El gobierno de El Salvador tenía una especie de acuerdo con Estados Unidos y él podía estar aquí sin problemas. Luego Zeta, que lo sabe todo y si no lo inventa, me aclaró que la cosa no era tan sencilla: "Si entraste antes de febrero de 2001 te podés acoger a un programa que se llama TPS, que es un período especial de trabajo, que concedió los Estados Unidos para ayudar a El Salvador por los terremotos de 2001. Lo han prorrogado varias veces, esta vez termina en marzo de 2009 pero seguro intentarán alargarlo de nuevo. 200 mil salvadoreños están ese programa".

- Yo le digo a mis amigos que me comentan que se quieren venir para acá, continuó Luis, que lo piensen bien, que puedes ganar dinero pero que la vida es totalmente distinta, que se van a tener que olvidar de lo que hasta ahora conocen, y que aquí todo el mundo está sólo. Lo peor es que cuando me he intentado regresar, siento que no encajo.

Me preguntó si yo ya estaba acostumbrada, y le respondí que en esas andaba, que tenía sólo dos semanas, que me perdía un poco, y que me hacía falta mi esposo. Me miró con cariño pero no sonrió. El tren llegó a la 145 y le dije a Luis que me tenía que bajar. Me pidió que si no podía hacer la transferencia más adelante, se me rompió el corazón, pero le dije que no, pues no tenía ni idea de cómo hacer eso, y había dejado el mapa en la casa. Le apreté sus manos con mis dos manos, le deseeé buen viaje y le dije que fuese fuerte.

- Ya sé, me contestó. Eso es lo único que me salva.

No le conté a mi amigo Nacho esta historia, pero el otro día le confesé que me sentía un poco sola. Él que le tiene alergia al drama, me dijo desapasionadamente: "Eso es absolutamente normal. En esta ciudad todos estamos sólos. Por eso es que todos estamos locos, y por eso es que Nueva York es la ciudad que es, la que te deja ser y hacer lo que te venga en gana".

El escritor Andrés Felipe Solano en la crónica que hizo para la revista Soho de cómo vivir seis meses con el sueldo mínimo, escribió una frase que se me quedó grabada y que recordé ese día en el metro sentada junto a Luis: "La vida es un puñado de soledades que se acompañan por unas horas". Ni a una hora llegamos Luis y yo, pero es cierto que fue el momento del día que menos sola me sentí.

miércoles, 6 de agosto de 2008

Mis tres sabios monos

Uno no ve. Otro no habla. Y el último no oye. Son los tres monos de madera que me compré ayer en el Malcolm Shabazz Harlem Market, en el oeste, justo sobre la calle 116. Los talló Modou, un senegalés de 26 años, trenzas en el cabello, ojos tan negros que asustan y sonrisa que reconforta.
Llegué a su puesto, luego de un buen rato de caminata entre caras recelosas ante la presencia de una extranjera de piel blanca que anotaba en una libreta y tomaba fotografías. Me llamaron la atención los tambores en la puerta de su tienda. Le pregunté si el los hacía. Me dijo que sí. Le pregunté cuanto costaba. Me dijo $ 80. Le pregunté si todas las figuras de madera que estaban allí las había hecho él. Me dijo que sí. Le pregunté quién lo había enseñado. Me contestó que su papá. Me preguntó qué quería comprar. Le dije: nada, por ahora.
Quiso saber que hacía ahí y le dije la verdad: "soy venezolana pero desde hace dos semanas vivo en Nueva York, trabajo para un diario hispano on line y vine a hacer un reportaje sobre el mercado". - ¿Cúantos años tienes?, fue su única respuesta. Lo puse a adivinar. Se quedó en silencio, me pidió que, por favor, me quitara los lentes. Le hice caso. - 28, dijo sin titubear. - En efecto, tengo 28, le dije, pero nadie nunca avidina. Me calculan 22. -Lo supe por tus ojos, tus ojos tienen 28 , tú pareces de menos. No supe que decirle.
Me dijo que comprara algo, que había tenido un día flojo, que tenía cosas que pagar y mercado que hacer. Está bien, le dije sin hacerme de rogar.
- ¿Qué me llevo?, le pregunté.
- ¿Que tal los amantes?, me dijo sobre dos figuras, la de un hombre, y una mujer, entrelazadas entre sí.
-No, muy grande, respondí.
- ¿Y el abuelo?, me preguntó sobre un viejito de ébano con barba blanca y ropa roja.
- Me da miedo, le confesé.
Salí de la tienda, para ver si en la mesa de afuera, cerca de los tambores había algo que me interesara. Los ví.
- ¿Y esos quienes son?, le pregunté sobre tres monos mal tallados que lucían muy bien juntos.
- Ahhhh, esos son los monos sabios. Cuentan en África que llegaron a una aldea y se comieron y bebieron todo lo que había. Cuando el jefe de la tribu les preguntó qué había pasado, uno dijo yo no veo nada y se llevó las manos a los ojos, otro respondió, yo no digo nada, y se llevo las palmas a la boca, y el último dijo yo no oigo nada y se tapó las orejas.
Le pagué, los metí en mi cartera y los cargué conmigo el resto de la tarde (debía ir a El Bronx a una rueda de prensa con el presidente del condado y el alcalde Michael Bloomberg). Llegué en la noche a la casa y me olvidé de ellos. Esta mañana fueron mi primer pensamiento. Los saqué de la cartera y los coloqué en el tope de mi escritorio-biblioteca. Hace un rato mientras hablaba con mi prima La Pata, le conté sobre los tres monos que me acompañaban y como uno era ciego, el otro mudo y el otro sordo. Rió por un buen rato. Me dijo que buscara en Wikipedia la historia. Lo hice. Esto fue lo que conseguí:

"Los Tres Monos Sabios o Místicos, que se tapan con las manos respectivamente los ojos, oídos y boca, están representados en una escultura de madera en el santuario de Toshogu, en Nikko, Japón.
Parte de su significado está en el juego de palabras que se origina en japonés entre el sustantivo “saru” que significa mono, y el adverbio homófono que produce la negación del significado de la raíz a la que se asocia enclítico. Las palabras compuestas “mizaru", “kikazaru” e “iwazaru” significan respectivamente “no ve", “no oye", “no habla", y el mono ha pasado a ser un símbolo de la negación en abstracto".

- ¿Y que hace un africano tallando monos japones?, me dijo La Pata, siempre con sus acotaciones obvias pero necesarias.
- No sé, el dijo que eran de África. Me habrá mentido.
- Sí, pero al menos tienes a los monos.
- Cierto Pata.
- No los puedes separar, a menos que..., se quedó La Pata. Me asustan los "a menos de La Pata". - A menos que tuvieses que ser uno de ellos. Dime, ¿no hablarías, no oirias, o no verías?
No le contesté. La Pata me dijo que le respondiera en el blog. Aquí va Patica:
"No quiero ser ninguno de los tres monos. Porque si fuera alguno de ellos, no los tendría conmigo. Patica, los monos me acompañan. Están junto a mí en el 7-D. Y uno me ve, el otro me escucha, y el otro me habla. ¿Es algo, no?"

martes, 5 de agosto de 2008

Sola en la noche

La luz está prendida pero todo está oscuro.
Para encontrarse es necesario perderse primero.
La soledad es un término que me produce piquiña.
El truco para dormir sólo después de haber compartido la cama con alguien es acostarse en el centro, y ocupar todo el colchón, dijo Diane Keaton en la película Alguien tiene que ceder.
En el 7-D hay 16 muebles: una cama, un escritorio, una mesa de noche, una silla de escritorio, un sillón, un banquito para poner los pies, una mesa comedor y cuatro sillas, dos lámparas de pie, dos mesitas de centro, una mesa para el televisor.
Hay una alfombra colorinche y cuatro individuales de plástico. Una olla, un sartén y yo.
Yo. Y mi vista fea, y las luces de la ciudad que no iluminan lo suficiente.
Y las escaleritas de Richard Gere y Julia Roberts, justo en la ventana al lado de la cama. Y el príncipe que nunca llega.
La luz está prendida y todo sigue oscuro.
Para encontrarse es necesario perderse primero.
La soledad es un término que me produce piquiña. Tú lo sabes.
Llega, por favor.

lunes, 4 de agosto de 2008

Más drama, por favor

- Él sería un gran esposo, le dijo la chica rubia y rogordeta a otra de cabello castaño y facciones europeas.
- ¿Y por qué no te casas con él?, le preguntó la de facciones europeas.
- Porque es muy bajito, contestó la rubia y regordeta.
A ambas me las topé en el tren Larchmont-Nueva York. Estaban sentadas, una al lado mío, la otra enfrente, y yo que tengo la mala y compulsiva costumbre de escuchar conversaciones ajenas me quedé enganchada en esta. Supuse que rondarían los 30 años, que eran amigas, no grandes amigas, y que ambas estaban solteras. En los siguientes minutos de charla comprobé esto último, pues hablaban de los hombres con los que salían, de las fiestas a las que iban y de cuánto bebían.
Con que así son las verdaderas neoyorquinas de Sexo en la ciudad (Sex and the city, la película, la serie). No tan diferente a las de la ficción, me dije. Sin calzados Manolo Blahnik, pero con historias similares. Escuché la conversación durante los 40 minutos que duró mi camino (yo me bajé antes) y llegué a una conclusión: no era una charla interesante, ellas mismas no lucían demasiado emocionadas, más bien hablaban con cierto dejo y fastidio. Esa conversación carecía de algo.
Me pregunté si la charla sería igual si se diese en Caracas y recordé lo que me dijo la actriz Nohely Arteaga dos días antes de mi venida a Nueva York cuando hacíamos un editorial, fotográfico para la revista Todo en Domingo, de cómo sería Sexo en la ciudad si se rodara en Caracas. Cuando le pregunté sobre la serie Arteaga me dijo: "Es muy neoyorquina. Si fuese en Venezuela, habría más drama. Le hace falta pasión caribeña". No sé si Nohely tiene razón con respecto a la serie, tendría que verla detenidamente para llegar a un veredicto, pero sí puedo asegurar algo. La razón por la que la conversación de la regordeta y la aparentemente europea se me hacía aburrida, era esa: le hacía falta drama. Dónde quedaron el "¿ay pero será que de verdad le gusto¿", "¿lo llamo?" "¿pero tu viste como me miró toda la noche?", que posiblemente hubiese escuchado si la conversación se hubiese dado entre dos venezolanas en el metro de Caracas.
Mi amigo Nacho, venezolano que vive desde hace seis años en Nueva York, me confesó que esa había sido una de las razones para irse del país: "Necesitaba escapar de todo ese drama que le encanta a los venezolanos, 'esos ay pero me miró mal, ay pero será que le devuelvo la llamada'. No pana".
No pana le respondería yo. No existe vida sin drama. No existen historias sin dramas. El drama es inherente al ser humano, y evadir el drama es evadir la vida. Pero en lugar de decirle todo eso a mi amigo le pedí que me definiera el concepto con sus palabras y me dijo: "Es todo conflicto innecesario". ¿Y cómo diferenciamos entre un conflicto innecesario y uno necesario? ¿No es el conflicto una vía para lograr soluciones y evolucionar? Yo creo que sí, y arbitrariamente, y porque este es mi blog y punto, digo que la vida sin drama es aburrida y podría ser una tragedia. Sí. ¿Que hubiese pasado si Shakespeare hubiese dicho que le fastidia el drama, que no lo quiere, que es innecesario? No quiero ser Shakespeare ni creo que pueda, pero sí se que no quiero una vida aburrida, ni historias desabridas como las de las amigas en el tren.

domingo, 3 de agosto de 2008

Mirémonos

No nos miramos porque no tenemos tiempo. No nos miramos porque tenemos miedo, miedo del otro, miedo de nosotros mismos, temor a descubrir en el otro lo que más odiamos de nosotros . No nos miramos porque hay cosas más importantes que hacer. No nos miramos porque es obvio. Y a veces lo más evidente se pasa de alto.
A veces nos olvidamos de mirar a quienes queremos, y que decir entonces de los desconocidos. No nos atrevemos a sostener la mirada con un extraño más de 5 segundos. ¿Cúando se nos olvidó? En algún momento entre el blackberry, el iphone y el periodico- que me voy leyendo -porque voy a llegar tarde al trabajo- y más me vale estar informada- se nos pasó de largo ver a los ojos a los demás. ¿En qué momento pasó de ser un gesto de cortesía, un acto de sensualidad a convertirse en una falta de educación, en un atrevimiento?
Hoy hice la prueba aquí en Nueva York. Salí del 7-D a eso de las 3:30 de la tarde. Tomé el metro en la 181 hasta la 168, digamos unas 5 estaciones. En el vagón miré, y miré y busqué varios pares de ojos, y nadie sostenía la mirada más de 5 segundos. En la 168 me bajé y tomé el ascensor para cambiar a la línea uno. Ni qué decir. Allí menos hubo miradas sostenidas. Volví a montarme en el otro vagón, y rodé más de 15 estaciones. Nada. Lógico dirá alguno, en el metro la gente no se mira. Pero salí a la calle y llegué a Barnes & Noble, y durante la primera media hora (estuve una) no pasó nada-. Ningunos ojos pude ver, ni azules, ni marrones, ni pequeños, ni grandes.
Después de ese tiempo, por fin pasó. Yo iba bajando las escaleras mecánicas, y un caballero negro vestido de blanco con sombrero de paja me miró. No lascivamente, no con interés de conquistarme, sólo me miró. Y sonrió. Y yo miré y sonrié, y seguimos de largo. Y salvamos el día. O mejor dicho, ambos, el caballero negro y yo, nos salvamos el día. Y no fue tan díficil.
Entiendo que mirarse es un acto de confianza, y no se confía en desconocidos, pero mirarse también es un acto de humanidad, es decirle al otro, "Sé que existes. Sé que no soy sólo yo en este mundo, sé que estás ahí. No me importas pero sé que estás ahí". A veces es suficiente.

sábado, 2 de agosto de 2008

Neoyorquina porque sí

Neoyorquino que se respete anda con un blackberry en la mano. O un Iphone, de acuerdo a su personalidad o preferencia. Eso me dijeron en Caracas, y yo que suelo hacerle caso a casi todo lo que me dicen (al menos en un principio, luego hago lo que me venga en gana) decidí antes tener uno de esos. Opté por el blackberry se adapta más a mí, que lo que quiero es estar conectada a internet y mandar mails para agilizar mis entrevistas (ya dije que era periodista). Así que en mi segundo día en la ciudad fui a un distribuidor autorizado, escogi mi modelo, dí mi tarjeta de crédito (venezolana), mi social security number y listo. O no. Un minuto después de hacer todo eso, el dependiente, un hindú amable con ojos de buena gente me dijo:
- Temo que no puedo hacerle un contrato pues no hay ninguna historia de crédito asociada con este social security number.
- Sí, es que me acabo de mudar hace dos semanas-, dije yo.
- Puede comprar el equipo sin un contrato y pagar mes a mes.
- Perfecto- contesté.
- Son 450 dólares por el Blackberry curve.
-Ahhhhhh???? Hace momentos el hindú con ojos de buena gente acababa de decirme que el equipo me saldría en 150, y 100 me los devolverían al año.
Me separé del mostrador, me fui hacia la esquina de la tienda, me senté en un murito y lloré. Como una niña pequeña lloré. Traté de que nadie me viera, pero el hindú me vió, me dijo que me acercara de nuevo, me dijo que así eran las cosas al principio, que tuviese paciencia. Y me dijo también que no podía hacer nada más por mí.
Al día siguiente, superado un poco el trauma, fui a otra tienda, donde antes de cualquier cosa dije: - No tengo historia de crédito, ¿cómo le hacemos? Y ahí me dijeron que tenia que dejar un depósito de 300 dólares.
Lo hice, y me fui con mi blackberry. Estoy todavía aprendiendo a usarlo pero el proceso debería ser rápido. Pues lo reviso mientras camino, en el metro, cuando como, cuando veo televisión, cuando hablo por otro teléfono. Todo el tiempo. Como casi todo el mundo aquí.
No soy demasiado original, ya sé. Pero prefiero nadar con la corriente, porque todavía este pez es muy pequeño como para nadar en contra de ella. Así que el próximo paso serán unas botas para la lluvia. Porque me dijeron que en esta época del año, todas las neoyorquinas las llevan. Es cierto. El lunes me compro unas que ví en 10 dólares. Más barato que el aparatico me saldrá este intento por convertirme en neoyorquina.