domingo, 25 de enero de 2009

En el camino al lado del río: Jessi, la paisa

A Jessica le pedía yo todo el tiempo que imitara a Catalina, la de la novela Sin Tetas no hay Paraíso. Era buena y me complacía "ay, mis teticasss, apenas tenga una platica me las hago, porque estas parecen unos limoncitos", decía copiando el acento de la prepago de Pereira que soñaba con operarse la tetas, y yo reía a carcajadas. Siempre se lo pedía en el coffee break o en los almuerzos, mientras ella se comía un sandwich que le había preparado su novio/marido y yo me tomaba una sopa en vaso de cartón que compraba en el cafetín de La Escuelita.
Jessi llegaba todos los días tarde a clases. Que si el tren se había retrasado, que le había tocado cuidar al hermanito de su novio/marido, que su hermana la necesitaba, que su prima había tenido un bebé y la había llevado a la clínica. Tenía tres años en Nueva York y no hablaba mal inglés. "Cuando llegué no hablaba nada", me dijo el primer día de clases. Quedó en el último nivel conmigo. Menos mal pues nos las pasábamos chismeando. Esto último no le gustó mucho al calvo cuarentón pues el último día nos dijo que cada vez que yo hablaba español le hacía daño a Jessi. Ella, tan bella, me dijo que no le parara.
Siempre estaba muy arreglada. Le gustaban los jeanes ajustados, las camisas descotadas, los collares llamativos, y los cinturones gruesos. Prefería botas marrones que negras y un día llegó orgullosa, pues se había comprado un par por 9 dólares por donde vivía en Queens. Tenía 20 años y era la menor de dos hermanas. Se vino a Nueva York a los diesciete a casa de una tía donde la pasó mal. "Prefiero no acordarme. Y que familia, más val que no", me dijo. Salió de Medellín luego del asesinato de su madre. Primero se murió el padre cuando ella tenía diez años. Ella y su hermana quedaron con su madre. Todo marchó bien hasta, "que el desgraciado llegó", dice ella cuando cuenta la historia.
Un día, después de clases decidimos pasear por Morningside. Cerca de Riverside, por la catedral, por Columbia. "Ojalá pudiese estudiar derecho aquí, ¿tú crees que pueda?", me preguntaba. Yo le respondía que sí, que estudiara, que aplicara una beca que seguro podría. Allí me contó sobre la muerte de su mamá, "nunca se supo que pasó". "Mi hermana oyó al marido de ella decir en medio de una borrachera que la había matado. Lo denunciamos pero lo dejaron suelto". Fue ahí cuando decidió marcharse, sóla, sin nada. Pidió asilo político. Tenía pánico de quedarse en Medellín. "Hoy en día no sé que haría si me lo encontrara en la calle. Le pido a Dios que no ocurra".
Después de vivir en casa de la tía, alquiló una habitación en donde vivió hasta que conoció a Jota en el trabajo que tenía como mesera. Él era su jefe. "Es lo mejor que me ha pasado en la vida. Él me salvo", decía. Algunas veces me contaba como quería que fuese su vestido de novia, "blanco, pegado al cuerpo, strapless y con piedras que brillen". Llevaría el cabello negro ondulado suelto y una tiara. Otras veces se preguntaba a sí misma sin en verdad lo amaba, o si era más la costumbre. Le decía yo que era todavía muy joven para tomar una desición.
El último día de clases nos fuimos a un bar con otros compañeros. Tomó tequila, aunque advirtió que la volvía un poco loca. No pasó. Se tomó dos Margaritas y decidió cambiar a cerveza. Me dijo que se quedaría hasta que yo me fuera. Me resultó tierno. Nos marchamos a las 9 pm. El novio/ marido la había llamado más de un par de veces. Salimos del bar a la estación 125. Sabía que no la volvería a ver en un tiempo, así que le pedí que imitara a Catica, para quedarme con el recuerdo más feliz de ella. Accedió, por supuesto. "Ayyyy, ahora si tengo las teticasss grandes". Antes de despedirnos me dijo "no te olvides de esta paisita". Cómo podría.

6 comentarios:

Martín Franco Vélez dijo...

¡Eh avemaría, por dios! Los paisas son (o somos, pues) una cosa muy hijueputa. A propósito: hace poco leí un libro sobre inmigrantes que me gustó, a pesar de que me parece que le sobran muchos polvos: El Síndrome de Ulises, de Santiago Gamboa. De repente te llama la atención...

Michel dijo...

Una historia bonita y también un poco triste, la verdad.

NY tiene pinta de estar llena de estas pequeñas historias.

Anónimo dijo...

Terrible historia la de Jessi, pero se ve que es una chica muy fuerte. Terribles también la del resto de tus compañeros de la Escuelita.

Y sí, tal vez “esto sea todo”

Me gusta mucho cómo relatas las cosas que ves, sos una buena cronista :)

Y sí, te ganaste la cita con Rocambole… por lo que sé esta semana está bastante libre

Besitos

Gastón dijo...

Qué lindas las personas que nos dejan buenos recuerdos, y nosotros hacemos honor recordándolas.

Besos para el recuerdo

alinitaxula dijo...

Fijáte que ayer con mi amiga Jeymy que es colombiana de Cartago, estábamos con la misma vaina de la pelaíta de sin tetas ejejej, nos echábamos unas risas mientras nos tomábamos unas cañitas ejejej y decíamos mira que era pendeja la Cata ejejej comentando un episodio muy chistoso y a la vez triste pero así es la cosa....
un besin
alinita

Pulgamamá dijo...

Martín: sí eso dicen, al menos esta niña era una cosa seria. Me sacó tantas sonrisas.
Michel: Ny como todas las ciudades grande están llenas de esas historias. Gracias por visitar.
Galán: sí la historia de Jessi es terrible pero si la concieras vieras que tiene más ganas de vivir que cualquier otro afortunado que lo tiene todo (y aquí me incluyo).
Gastón: recordar es volver a vivir.
Alinita: yo me compré la novela en cartagena y me la vi completa y en dos dias en Ccs. Me moría de la risa con la Cata pero en el fondo es una historia desoladora. Como algunas vidas.
Besos a todos!