jueves, 25 de febrero de 2010

Conclusiones cotidianas

A esta conclusión llegué hoy:


Hablo demasiado,

escucho muy poco,



pienso demasiado,


actúo muy poco.



Habrá que cambiar eso.

domingo, 21 de febrero de 2010

Hagamos un trato

A Leis por sugerirme que descargara mi furia con el teclado. Te quiero, mamis.

Me pregunté que se siente ser Latina y di con la respuesta.
No se siente nada.
Nada de nada, pues la verdad es, que yo no soy latina, yo soy venezolana.
Venezuela está en Latinoamérica al igual que muchos otros países como Colombia, Brasil, Guatemala, Bolivia, que poco tienen que ver los unos con los otros, excepto por el hecho de que comparten continente y hablan el mismo idioma (y esto ni siquiera es una regla porque ya sabemos que en Brasil se habla portugués).
Así que como yo no siento nada de nada, dudo que un bogotano bien empintado o un boliviano de Cochabamba tengan una respuesta para esta pregunta.
Ser Latino, que suena muy lindo, que es una idea bellísima, esa de que somos apasionados, y desordenados e impulsivos, no es más que un invento de estos gringos para poder meternos a todos en la misma bolsa y tal vez evitarse el fastidio que les debe causar aprenderse cada uno de los nombres de nuestros países. Y cuando escribo esto, me viene a la mente el video de Alberto "Is it Qüito or Quito" ( http://www.youtube.com/watch?v=WVU6ulSMjc8).
Entiendo por qué lo hacen pero honestamente, me fastidia cuando mis compañeros de la universidad me preguntan cómo están las cosas en Latinoamérica, o cómo se hace tal cosa u otra en Latinoamérica. Señores, Latinoamérica no es un país, y si quieren saber cómo están las cosas en algún país de Latinoamérica, hagan lo que yo y abran el periódico. No van a obtener una respuesta más cercana de mi parte, porque a exceptuar por algún viajecito a Guatemala, o Colombia, la única realidad que yo me conozco (y a veces me cuesta entenderla) es la venezolana.
Así que no, señor de la oficina de Career Services de mi universidad, no sé cómo es el mundo de las publicaciones en inglés en Latinoamérica porque yo no vivo en Latinoamérica, yo soy solo parte de un país que es parte de un compendio mayor.
Ser Latino es como casi todo en este país, una marca. Es Jennifer López y su culo gigantesco y Penélope Cruz (cuyo país de origen ni siquiera forma parte de Latinoamérica) y sus ojos gigantes, es Eva Longoria y su estampa de sexy mama, es Shakira y su bamboleo de caderas. Y sin contar que Jennifer López y Eva Longoria se criaron en este país y ni siquiera hablan español, aparte del hecho de que todas están buenísimas, no sé si los elementos que hacen latinas a estas mujeres sean los mismo, aunque si estoy segura que para los gringos los son: tres mujeres piernonas, caderonas y tetonas con pintas de buena cama.
Pero quiero ir más allá de la mitificación de ser latino que viene del cine y contar los ejemplos que yo veo todos los días en esta ciudad; en el metro, en las calles, en todas partes. Aquí latino es el hermano de mi amiga dominicana, ese que no habla una sola palabra en español, no porque no sepa, sino porque no quiere, pero cuando prende el radio en su carro suena reggaeton a todo volumen.
Latino es el cura argentino de la iglesia de Mott Haven, modoso y calmado como se supone que son los curas. Latina también es Carolina Herrera, con sus camisas blancas que parecen de cartón de lo perfectas que son, allá en su apartamento rococó en el Upper East Side. Latina es Cynthia, la puertorriqueña que conocí el otro día, que vive en un refugio para personas sin casa sen el South Bronx, con su esposo y tres hijas. Latino es José, el jornalero salvadoreño que viajó a pie desde San Salvador hasta Nueva York, en un recorrido que le tomó un año.
Latina soy yo, sentada aquí en este escritorio en mi estudio en Washington Heights, intentando dejar sangre en estas teclas, porque me molesta, me revienta, me hincha las pelotas (y eso que técnicamente no tengo pelotas) que me metan en un saco que es demasiado pequeño para tanta variedad. Me molesta que no se tomen la molestia de apreciar las diferencias.
Rabia que es justificable pero no totalmente honesta, pues yo también tengo un saco para clasificar a los gringos: que son sosos; que no les importa más nada que su paisito, (si ya sé que es "LA" potencia mundial, pero comparado con lo grande que es el mundo, es un paisito); que no saben dónde queda Venezuela, y no les importa, que no tienen sentido de familia, que son individualistas, que su sentido del humor es tonto. Y aunque casi todo esto puede ser verdad, hay excepciones.
Sería lindo hacer un trato, ¿ o no?
Señores gringos no me pregunten sobre Latinoamérica porque sólo sé lo que leo en los periódicos, no pretendan que mi culo sea igual de grande que el de la López, o que mueva las caderas como Shakira, o que oiga reggeaton todo el día, y yo dejo de pensar que ustedes son todos unos gafos individualistas que sólo comen hamburguesas y papas fritas mientras cenan enfrente del televisor.
Yo dejo mis estereotipos y ustedes dejan los suyos. Creo que es un trato justo. Justo, y hermosamente irreal.

viernes, 12 de febrero de 2010

Mi noche en la E.R. y Parte III: De mi McDreammy y otros estereotipos

Cuando ya llevaba mis buenas tres horas en la emergencia, apareció. Llevaba una chaqueta deportiva y un mono azul y todavía no se había puesto la bata. Alma estaba en el cuarto cuando él llegó a hacerme las mismas preguntas.
Era mi McDreammy particular (el heroe romántico de Grey´s Anatomy para los perdidos que no saben de qué hablo), que después de dos bolsas de suero, y varias vomitadas, había llegado para palparme la panza.
-Tell me, why are you here tonight?.
-Do you want the whole story? -le dije riéndome.
Él se rió de vuelta y me pidió que le contara toda la historia. Después preguntó de dónde era. Su repuesta me sorprendió. Había estado en Venezuela en el 93 o 94, ahora no recuerdo, viviendo en casa de un profesor de español que conoció en su colegio, en no recuerdo qué ciudad americana. Había pasado uno o dos meses en Caracas, tampoco recuerdo exactamente cuánto -culpo a la deshidratación por mi falta de memoria- y se había hospedado en Prados del Este.
-Mi esposo vivía cerquita de ahí -le dije.
Me visitó un total de tres veces, y la última vez le pedí que por favor me diera de alta. Mi compañera de cubículo tenía cancer, y a mi vecina, madre de una niña recién nacida, le acababan de diagnosticar un edema pulmunar. Seguro podrían darle un uso más útil a mi camilla. A las 3:00 am me dejó ir bajo la promesa de que guardara reposo y tomara mucho líquido.
Para ser sincera, este McDreammy no tenía los ojos azules, como el de la TV, ni tenía ese aire de galán atormentado, como el de la TV. Pero sí era dulce y compasivo, como el de la TV. Justo lo que necesitaba después de ocho horas de malestar.
Las series de televisión no mienten. O bueno si lo hacen, pero no siempre. Las salas de emergencia gringas, al menos esta que fui, son exactamente iguales a las de la televisión. Están los paramédicos eficientes, las enfermeras malas y las buenas, los residentes que hacen rondas y diagnostican a sus pacientes enfrente de sus maestros -médicos con más experiencia- los pacientes ruidosos que molestan a todos los demás, los pacientes cuyas esperanzas guindan de un hilo (como Ivonne), los pacientes sanos que pasaron por una situación desafortunada (yo y mi virus estomacal). Y por supuesto, los McDreammy, con sus sonrisas luminosas y sus palabras dulces.

viernes, 5 de febrero de 2010

Mi noche en la E.R. Parte II: Mis luchas y las de Ivonne

Una enfermera rubia y joven intentaba desvestirme y limpiarme mientras yo luchaba para que mi compañera de cubículo y el médico que la atendía no me vieran desnuda y embadurnada.
La enfermera rubia, hija de immigrantes colombianos, me hablaba en español con un acento extraño, igual al de las de las presentadora de CNN, mientras me limpiaba con pañitos de agua tibia.
Como estaba avergonzada y quería desparecer, intenté concentrarme en lo que el médico le decía a mi compañera de cubículo, una mujer robusta, de rostro hinchado y calva. No había que ser adivino para saber que tenía cancer y que los malestares producidos por la quimioterapia la tenían de vuelta en el hospital.
Alma y Licantro estaban en una esquina del cuarto -si se le puede llamar cuarto a los cubículos de las salas de emergencia- y no quiero ni pensar, cuánto del espectáculo de la enfermera limpiándome presenciaron. Sé que para cuando volví a vomita Licantro estaba ahí, intentando sujetarme el pelo para que no me lo ensuciara.
Cuando Alma llegó de nuevo al cuarto ya yo tenía una vía en el brazo, el medicamento para parar los vómitos había hecho algo de efecto -todavía tenía nauseas- y me estaban pasando una bolsa de suero. Miantras Alma me preguntaba como me sentía, con esa mirada dulce que tiene, Ivonne chillaba de dolor.
- Este es su segundo cáncer de mamas. Tiene 10 años luchando -me dijo Alma que le había dicho Ivonne, cuando yo estaba demasiado ida como para escuchar nada.
Sólo luego nos dijo su nombre. Ivonne. Hija de padres puertorriqueños de Ponce, nacida y crecida en Nueva York. 52 años. Madre de tres hijos. Abuela de cinco nietos, tres niñas, dos niños. Sobreviviente de un cáncer de mamas. Poseedora de otro cáncer de mamas. Presa de una quimioterapia que la hacía visitar la sala de emergencia con más frecuencia de la que ella quería.
-Tiene que estar uno en una sala de emergencia tirada en una cama para darse cuenta de qué es lo que importa -le dije a Alma refiriéndome al valor de la salud, en lo que debe ser una de las confesiones más cursis que he hecho en voz alta.
-Dios sabe por qué hace las cosas -me dijo.
Una doctora de cabello corto y castaño se presentó junto a mi cama y comenzó a palparme la barriga, escucharme el corazón, los pulmones y a hacer todas esas cosas rutinarias que hacen los doctores y que a mí me parecen estúpidas en algunas circunstancias. Me preguntó que había comido, si había viajado -ajá ya querían decirme que es un virus traído del tercer mundo- a qué hora había empezado el malestar y si había tenido fiebre.
-No, además del vómito y la diarrea no tengo más nada -le dije.
Diagnosticó un virus estomacal, algo que según ella por estos días estaba dando mucho. Alma se fue a llamar a Licantro -no los dejaban estar los dos a la vez, los gringos y sus reglas- e Ivonne empezó a gritar. Aparentemente sólo yo escuchaba.
-Enfermeraaaaaa -empezé a gritar yo.
Llegó una mujer negra y mala encarada que antes le había sugerido a mi enfermera rubia colombiana que me pusiera un pañal. Un pañal coño!!! Qué diablos le pasa???
Ivonne sólo le dijo "I'm in pain" y la enfermera diabólica le respondió que ya le daría algo para el dolor.
Quise distraer a Ivonne y empezé a preguntarle y decirle bobadas. Le dije que lo bueno de haber sobrevivido a un cáncer era que podría sobrevivir a otro. Que ella era una guerrera. De verdad sentía que debía decirle algo. Ahí estoy yo que después de unos días, mi virus se iría y ahí estaba ella, que se iría esa madrugada de la emergencia y seguiría con su quimio y con su cáncer.
Licantro volvió al cuarto y le dio por tomarme fotos. En mi peor estado, con mi peor cara y él pensaba que me veía muy linda en la cama del hospital. Dios este hombre me ama!, me dije. Me dio besitos en la frente, me buscó una cobija y un vaso de agua, porque la doctora de pelo corto castaño quería ver si yo podía sostener líquido dentro de mi organismo.
Ivonne, que era vaqueana en la emergencía, le empezó a decirle a Licantro cómo ponerme la cobija y dónde conseguir el agua. Hablaba en inglés y en español. Luego se volteó hacia la pared para intentar descansar. Al rato vino un médico y le dijo que tenía pulmonía, que tenían que recetarle antibióticos. Asintió resignada.
Luego de escuchar el diagnóstico del médico de Ivonne, me voltée y cerré los ojos. Deseé seguir vomitando, deseé seguir llenándome de porquerías. Todo con tal de que Ivonne dejara de sufrir, aunque sea por esa noche.
Mi lucha terminaría con un final feliz, seguramente. ¿La de ella? Ni ella, ni los médicos lo podrían decir.

miércoles, 3 de febrero de 2010

Mi noche en la E.R. Parte I: 911 y el paseo en la ambulancia

Eran las 9:30 de la noche de ayer cuando Pauline, la señora de seguridad de mi universidad, dijo que iba a llamar a la ambulancia.
Le dijo a Licantro, -Sir, do I have your permission to call the paramedics?-
Yo estaba acostada en el piso del baño de mi escuela -un edificio moderno de dos pisos- entregada al malestar. Había vomitado más de 10 veces. Mi amiga española Alma, que le queda bien el nombre pues cuando se le mira se le ve directamente al alma, estaba sentada a mi lado, haciéndome cariñitos en la cabeza.
El malestar había empezado a las 6:00 pm. Había almorzado un pimentón relleno de couscous preparado en casa y una ensalada de rúgula, cranberries y durazno, también hecha en casa. A las 4:00 pm me había tomado un café con Alma para soportar las horas que todavía me quedaban enfrente de la computadora en la sala de redacción. Mi primera historia del semestre para entregar hoy a las 2:00 pm.
No me había tomado el malestar demasiado en serio, pues pensé que después de vomitar tres veces me sentiría mejor y me iría a mi casa en un taxi. Había decidido llamar a Licantro para que viniera a buscarme y devolverse conmigo, pues Alma no me quería abandonar y me daba dolor hacerla subir hasta Washington Heights y luego hacerla bajar hasta su casa en Brooklyn.
Cuando llegó Licantro, 40 minutos después, yo estaba mucho peor. Por falta de potasio no podía mover las manos, ni hablar de levantarme del piso. Como era tarde no había nadie en la escuela además de Pauline, el chico de la limpieza y nosotros.
Pauline entró el baño a avisarnos:
-The paramedics are on their way-.
Supongo que el mal tiempo los atrapó pues llegaron como 20 minutos después. Sentía un calor frío que me ocupaba todo el cuerpo y sólo quería cerrar los ojos. Los paramédicos, uno moreno chiquito y otro de pelo canoso, me preguntaron mi nombre, mi apellido y la fecha, para comprobar si estaba consciente. Me preguntaron esa retajila de preguntas que hacen los médicos, y que tendría que escuchar repetidamente durante la noche: cuando fue su última menstruación, es alérgica a algún medicamento, sufre de alguna enfermedad, algún chance de que esté embarazada? No, no había chance de que estuviera embarazada y aunque el paramédico canoso me palpó la barriga tres veces, no, no me dolía la apéndice.
No recuerdo bien cómo me sentaron en la silla de ruedas. Sólo recuerdo que mi pantalón estaba desbrochado, que yo estaba bañada en jugos gástricos y que para ese punto ya había perdido el control de los esfínteres y todo pudor. Atravesamos el lobby, nos montamos en el ascensor, y salimos del edificio. La ambulancia estaba justo enfrente. Nevaba y las luces de los taxis me parecían violetas.
Alma decidió venirse con Licantro y conmigo en la ambulancia, cosa que le agredeceré eternamente. Estaba segura de que viajar en ambulancia sería emocionante también esta vez, pero estaba demasiado débil para notarlo. La primera vez que viajé en ambulancia estaba en Francia y me había torcido el brazo, así que pude disfrutar el recorrido.
Estaba acostada en la camilla con dos bandas naranjas que me cruzaban los tobillos y los brazos y que yo insistía en soltarme porque sólo quería retorcerme. Tenía la máscara de óxigeno puesta. Y en realidad no entiendo por qué me la pusieron pues sólo hacía sentarme más mareada. Los paramédicos dijeron que me llevarían al hospital más cercano. En 15 minutos estábamos ahí.
No recuerdo cuando me bajaron de la ambulancia, ni el recorrido hasta la emergencia. Sí recuerdo que el paramédico le entregó al médico de guardia el informe sobre mi estado y que me pusieron en un cubículo acortinado junto a una mujer que aullaba de dolor...