Extranjera en el 7-D, el blog, no yo, nació el 31 de julio de 2008, exactamente 18 días después de mi llegada a la ciudad. El primer post, Y llegué al 7-D, vió la luz, o en este caso la web, a las 8:20, hora Nueva York, pero lo empecé a escribir a las 7:40 pm, cuando mi padre todavía estaba aquí en la ciudad, en el apartamento, dejando a su niña (yo, evidentemente) instalada.
Él estaba sentado en el sillón blanco que hizo las veces de sofá hasta que el de color vainilla llegó, y veía con curiosidad hacia el escritorio. Yo creí que no tenía idea de qué estaba haciendo, pero días después, cuando ya estaba él en Caracas y le comenté la apertura del blog, me dijo "sí, yo sé, lo empezaste a escribir el primer día que dormiste en el apartamento".
En un cuaderno de cobertura naranja que esta arrumado entre libros y que guarda teléfonos de corredores, direcciones, datos útiles, pensamientos varios de esos días, y hasta las anotaciones sobre la carta astral que me hice antes de dejar mi país, está el boceto de lo que diría mi perfil. Empecé a escribirlo, malhumorada por no encontrar apartamento, en el tren de regreso del Grand Central Terminal a Larchmont, donde vive la prima con la que nos estábamos quedando. "Uno es del país que lo vio crecer, no del que lo vio nacer" y "no quiero que este sea un blog sobre el desarraigo aunque precisamente eso es lo que necesito que sea" son frases que nunca publiqué y que ahora encuentro en las tres últimas páginas del cuadernito.
La idea del blog estuvo en mi cabeza desde mi primera semana en la ciudad, cuando sufría para comprar un celular o abrir una cuenta de banco, pero la miraba con cierto exceptisimo pues en dos oportunidades intenté tener blogs, uno con Sofía, mi amiga del alma, y otro con Licantro, y no prosperaron. A este esceptisimo se sumó el hecho de que el acercamiento más íntimo que había tenido en el mundo de los blogs había sido un reportaje sobre los blogueros venezolanos, una experiencia traumática, que incluyó amenazas, varios correos de reclamo, y hasta una mención en el defensor del lector. Aún así, lo que llevaba por dentro ganó. Era tan grande que necesitaba sácarmelo. No podía procesarlo sóla.
El primer post sólo tuvo 2 comentarios, en realidad uno, de mi madre, porque el otro fue mi respuesta. No me importó. En el segundo post, escrito dos días después, me llegó mi primer comentario de alguien no conocido; Doña Treme habló sobre el género del blackberry, para ella es ella, para mí es él.
Fue con Luis el que extrañaba las pupusas, mi octavo post, que se me ocurrió contar la historia de alguien más, y descubrí en otras voces, la mía propia. Creo que también asimilé que podía escribir; es decir, aunque desde hace 7 años que trabajo como periodista nunca había tenido la certeza de que escribiría mis propias historias, sin reglas, sin límites, sin requerimientos de nadie.
De las 100 entradas, todas han sido escritas en mi Toshiba obsoleta de diecisiete pulgadas, 97 desde mi escritorio negro y madera clara, sentada en mi silla blanca de espaldar largo y apoya brazos negros, siempre con un vaso de agua al lado y algunas veces con una taza de café o té. Caramelo delicioso I y II, aquella historia de Candy la negra, fueron escritas en New Orleans, en la cama de mi prima La Pata, en su apartamento de una habitación, en el bien llamado Pink Palace; y Mandamientos para una vida más feliz: No intentarás ser Marilyn Monroe bajo la lluvia fue escrito en un autobús New York-Washington.
Precisamente en la capital estadounidense comencé a escribir La ciudad de los importantes, pero lo terminé de escribir aquí en el escritorio del 7-D. De hecho, si bien no sé cuál es mi post favorito puedo decir, sin dudas, que ese es el que menos me gusta. Es difuso, no llega al punto, y es demasiado largo, para una idea más bien concisa. Aún así, tuvo un comentario, al contrario de Caramelo delicioso I, Ojos que no ven, El dolor siete años después, Esta película me la conozco, y La belleza en mis ojos, los únicos sin comentarios. Vestirse en el frío (y) III: Those bitches, la nota en la que puteaba sobre las neoyorquinas, sus minifaldas y sus piernitas peladas, obtuvo 19, la mayor cantidad de comentarios (con trampa pues estoy contando mis respuestas).
Por culpa de un sol inaspectado, el relato sobre mi perdida de regreso a casa; En tu espera, La llegada, finalmente, ambos dedicados enteramente a Licantro; Llora pequeña; la descripción de uno de mis ataques de llanto, El dolor que inmoviliza, una crónica de los pasos gigantes que debía hacer para levantarme de la cama y El lugar de Erik fueron escritos mientras lloraba o justo después.
Todas las historias las escribo directamente en el blog, sin el método word copy paste, casi todas con una urgencia inaplazable, como si alguien me tuviese agarrada por los pies, boca abajo, como un niño pequeño recién ahogado que hay que voltear para que deje salir el agua de su cuerpecito. En vez de agua yo he dejado salir nostalgia, dolor, ansia, angustia, tristeza, asombro, compasión, alegría, y en algunas ocasiones felicidad.
Ahora, cuando son aquí las 8:23 pm, a cuatro días de cumplir siete meses en Nueva York, y en una noche en la que el futuro de Venezuela luce negro, negro que asusta, escribo ésta, la número 100. Mientras observo a Licantro desde mi escritorio negro y madera clara, enrollada en mi bata de peluche, me siento feliz. A pesar de los pesares he logrado algo. He hecho algo con este blog. Por mí, porque quiero, porque me lo he propuesto, porque lo he necesitado, porque me ha dado alegrías, porque me ha mantenido cuerda, por que sí. Ahora, cuando ya son las 8:46 pm y tengo ganas de llorar pero me rehuso a hacerlo, termino esta entrada.
Gracias.