Llegó con la sonrisa desplegada, unos ojos brillosos de esos que hacen pensar que se trata de alguien especial, y toda la energía de un muchacho de universidad que espera ansioso el viernes para volver a casa. Se sentó en el asiento que daba al pasillo, justo a mi lado. Dijo "hello, how are you?" y me cayó bien. Aquí la gente no suele saludar. Era moreno, tenía el coco rapado y llevaba un sueter de Boston College. Antes de que el autobús arrancara sacó su laptop y me dijo en inglés que había un partido de basket de su universidad y no se lo quería perder. Pensé en que hubiese preferido que su asiento estuviese vacío para estirar mis piernotas. Que equivocada estaba.
Yo venía de Boston de entrevistar a Gabriela Montero, la pianista venezolana que tocó en la inauguración de Barack Obama. Había salido a las 6:00 am de ese viernes y tomaba el autobús de las 5:45 pm del mismo día. Estaba agotada pero no tenía sueño. Mandaron a silenciar los celulares pero mi compañero de viaje no hizo caso y al ring ring contestó en spanglish, "hello man, cómo estás?" Colgó. Me preguntó en inglés si sabía como usar el wireless. Le contesté en español.
- ¿De dónde es usted?- me dijo, y pensé que me vía como una señora.
- De venezuela y tú- le contesté.
- Nací en República Dominica pero me crié aquí- no sabía si se refería a aquí en Estados Unidos o a aquí en Bostón.
- ¿Vive en Boston?- preguntó.
- No, en Nueva York, en Washington Heights- contesté.
- De verdad!, me crié yo allá, aunque ahora mi madre tiene una casa en Queens. Ahora vivo en Bostón porque estudio acá-. Eso explicaba el suéter.
Comenzó a llenar una planilla en su laptop. Era una aplicación para participar en un programa de ayuda humanitaria en países del tercer mundo. Países cercanos al que lo vio nacer. Él quería ir a Ecuador a ayudar a los niños pobres de allá, me dijo. Me ofrecí a ayudarlo a llenar la planilla. Le dije que contara de sus orígenes, que hablaba español, que quería ayudar a los otros. Un rato después comprendí que no necesitaba mi ayuda, más bien era al contrario. Estudiaba el primer año de economía internacional y estaba preocupado porque las notas no eran las que deseaba.
- Yo estudio mucho pero es difícil-.
Le dije que tuviese paciencia, que era normal, que pasar del bachillerato a la universidad era un gran cambio, que al segundo año le iba a ir mejor. En realidad eso mismo me habían dicho a mí en aquel momento y se lo repetí como una lorita. Me respondió que sabía eso, pero que si bajaba las notas perdía la beca, y si se graduaba con un promedio menor de 3,5 no iba a conseguir un buen trabajo, uno que le que diera dinero, no mucho, sino suficiente dinero.
- ¿Cómo para qué?- quise saber.
- Primero pago la hipoteca de la casa de mi mamá. Si yo hago eso ya ella no necesita más nada. ¿Se imagina?-.
En realidad no me imaginaba. Cuando estudiaba en la universidad trabajaba, pero no porque nadie lo necesitara, sino porque quería hacer curriculum. La plata que ganaba la ahorraba para viajar o para pagarme gastos diarios. Así que no, en realidad no me imaginaba que se sentiría pagar la hipoteca de una casa. No me lo imaginaba, pero me sorprendía que él con sus 18 años si lo hiciera.
- ¿No y que en Estados Unidos los estudiantes del primer año de college se emborrachan y pasan sus días inconscientes? Eso es lo que muestran las películas- dije en mi mente y en voz alta.
- Esos son los que tienen un papá que les pague todo, yo no. Mi papá no existe, está sólo mi madre y mis tres hermanos menores. Yo soy el único con el que ellos cuentan. Desde los 15 años trabajo y no puedo parar.
- ¿No es mucho peso para alguien de tu edad?- le pregunté con franqueza.
- It is what it is (es lo que es)- me dijo, con la misma sonrisa y el mismo brillito en los ojos.
Entró a Boston College, sin duda una escuela de buena reputación en estas tierras, porque estudió en un High School privado y no en uno público. Estudió en uno privado gracias a un programa de benefactores. Es decir, un ejecutivo importante y adinerado lo escogió a él por sus buenas notas y le pagó los estudios secundarios.
- Es un directivo de Wachovia. He ido a su oficina muchas veces. Él hizo que me interesara en economía, y el también estudió en Boston College. Cuando supo que entré se puso como loco. Cuando yo tenga dinero quiero pagarle los estudios a un chico, como hizo él conmigo.
Ángel, así se llamaba mi compañero de viaje, respondió en la planilla que estaba llenando que quería ayudar a los países del tercer mundo porque él recordaba a los niños descalzos de su Santo Domingo natal y sus ganas de darle zapatos y no poder. Buena respuesta.
- Oye Ángel, ¿quién te enseñó todas estas cosas?- le pregunté, como una niña chiquita, con cierta vergüenza.
- ¿A qué se refiere?-.
- ¿A esto de estudiar porque quieres ser mejor, porque le quieres pagar la hipoteca a tu mamá, porque quieres mandar a tus tres hermanos a la universidad?-.
- No tengo otra, no hay más nadie. Mi mamá nos dio hasta que pudo-.
Yo me sentí cucaracha en el asiento. Justo antes de conocer a Ángel, justo antes de montarme en ese autobús, estaba metida en el baño de la South Station llorando porque algo no había salido como yo quería. Porque "la oportunidad de mi vida" no se me había dado. Porque me habían cerrado una puerta y yo de pendeja estaba parada frente a la puerta haciendo un coño. Nada. Llorando como una niña pequeña y tonta. Me dio vergüenza, pero le conté a Ángel mis penas, le conté de la carta que había recibido, de la negativa que me habían dado, de cómo había trabajado más de dos años para eso, de cómo sentía que no había más camino.
-Mientras esté viva hay camino- me dijo serio y sin piedad, como si fuera un anciano de 100 años y no un adolescente de 18. -Si no es ahora, será después, sino es esa oportunidad será otra. No se puede parar-.
No lloré enfrente de él, aunque ganas me sobraron, pero me pareció una falta de respeto ponerme a llorar porque yo no había conseguido lo que quería, cuando él estaba tratando de pagar una hipoteca. Ya se que los problemas son del tamaño de la realidad de cada quien y no deben compararse, pero el mío, sin duda, era un grano de caraota y el de él toda la cosecha.
No pudo ver el partido de basket porque el wireless no funcionó pero si llenó la mitad de la aplicación. Al bajarse del autobús tenía grandes planes: comprarse unos pantalones en Macy's, porque en el pueblo donde está la universidad no hay mucho comercio, e irse a casa a estudiar. Mañana a madrugar para ir a ver a la novia, o a la que quiere que vuelva a ser su novia.
- A ver si le compro un regalo para que me vuelva a querer- me dijo apenas llegamos.
- Si no te quiere es una estúpida- le dije, y me fui con mis penas de tamaño caraota y las palabras del Ángel.