viernes, 24 de abril de 2009

Un día en silencio

El miércoles a eso de la 12:00 am decidí callarme. Fue una desición orgánica, no razonada, que me salió de las viceras sin ningún sentido aparente. Licantro estaba despierto, en la computadora, yo estaba echada en el sofá pensando en mis desaciertos, algo triste, y cansada de nada (había dormido 12 horas la noche anterior), y cuando me preguntó algo le contesté en señas que no quería hablar.
El resto de la noche o la madrugada nos comunicamos por escrito a través del Blackberry. Ya sé, un poco ridículo pues estaba a mi lado, pero en realidad yo, que siempre tengo algo que decir y que aunque no lo tenga me lo invento, no quería pronunciar palabra. Licantro me preguntó hasta cuándo estaría en silencio y le contesté que no sabía, que hasta que mi panorama se aclarara.
Pdría decir que fue una promesa pero no lo es pues carece de fe. Podría decir que quería escuchar más a los otros y aunque esto siempre es buena idea no fue la razón de mi silencio. Podría alegar que estaba deprimida y aunque es muy posible, muchas otras veces lo he estado y he hablado. Simplemente decidí no hablar más y se sintió bien. Lo sentí correcto. Hablaría sólo lo estrictamente necesario, como para interactuar en la calle o en el trabajo, pero no más.
Esa misma noche le comuniqué mi determinación a Luciana y la muy preciosa en lugar de extrañarse o cuestionarme me mandó este mensaje: "Usted haga lo que sienta que la va a curar. Dos pensamientos: Aproveche para escuchar. A veces las cosas se materializan cuando las decimos". La mañana sieguiente se lo conté a mi querida madre y sorprendentemente me dijo que le parecía bien pero que ella creía más en la oración con fe para conseguir las cosas. Es probable, pero yo no me callé pensando que de pronto todo tendría solución, me quedé en silencio precisamente porque no le encontre sentido a ninguna solución.
Así, pasé el día de ayer en silencio, leyendo, viendo televisión, escribiendo. Con Licantro me comuniqué por mensaje de textos que le escribía en mi pantalla y él leía, y el muy bello en lugar de hacerme hablar, le pidió a una amiga que me invitara a una desfile de moda la semana próxima porque quería ver si eso me animaba. Es cierto, en el fondo de mi mudez estaba esa tristeza que me martilla siempre, diciéndome que nada había valido la pena.
En la noche en el trabjó comencé a hablar, primero lo estrictamente necesario y después un poco más. Hoy amanecí hablando, todavía no estoy convencida hasta cuándo lo voy a hacer o si me voy a volver a callar. Ahora mi alma me pide que hable un poco. Mi alma es caprichosa. Como yo.

lunes, 20 de abril de 2009

En tu cumpleaños

Me despertaste con los acordes fortuitos de la guitarra eléctrica que te regalé ayer a las 12 de la madrugada. Me moría de ganas por ver tu cara cuando la descubrieras y no aguanté hasta hoy. Pensar que la caja gigantesca y pesada estuvo allí desde el viernes al mediodía.
La compré en la 14 y con la ayuda de Luciana la monté en el taxi y me vine a la casa. Debajo de la cama parecía ser el único lugar del 7-D donde podría guardarla. Así que la levanté y empuje la caja con los pies. La espalda me quedó doliendo.
Mientras escribo esto, la tienes colgada en el cuello. Creo que ni siquiera me miras, porque ahora la tienes a ella. Tranquilo, no tengo celos. Ya me lo habían advertido, "ya sabes a lo que te expones, va a estar todo el día con la bendita guitarra". El amplificador es potente; eso me dijeron en la tienda. Ja! Ahora ya tenemos como vengarnos del vecino músico y sus tres instrumentos.
Tu padre, tu madre y hasta tú mismo se negaban a la idea de que te la regalara. Que iba a botar la plata. Que si el perol se iba a quedar en una esquina e iba hacer las veces de nuevo perchero. No me importó. Siempre he pensado que los cumpleaños son para malcriarse o malcriar al ser querido. Y si no te consiento yo, ¿quién lo va a hacer?
Mi querida madre me preguntó si ahora me dedicarías todas tus canciones. No lo sé. Y no me importa. Ni siquiera me importa si la sabes tocar o no. El regalo valió la pena sólo por verte la cara de desconcierto cuando descubriste la caja debajo de la cama, cuando la abriste, cuando tuviste la guitarra azul eléctrica en la mano.
- No puedo creerlo, no puedo creerlo, no puedo creerlo- repetiste sin cesar.
Me preguntaste que cúanto me costó, te preocupaste por la plata. Te dije que los cumpleaños no son para actuar con prudencia, son para dejarse ir, para mandar los problemas, los prejuicios y los temores al demonio. Los cumpleaños son para ser feliz.
Ahora mientras te cepillas los dientes detrás de mí y pones la cara más cuchi del mundo pienso que hacerte feliz es lo único que importa. Y perdóname por favor, si algún día dejé de hacerlo, ya sabes lo estúpida que soy a veces. Disfruta tu guitarra, disfruta la vida; disfrutémosla juntos.
Te amo con toda mi alma.
Feliz Cumpleaños!

jueves, 16 de abril de 2009

Seré quien soy

Por allá por diciembre, Luciana hizo una reunión en su casa e invitó un grupete de chicas, casi todas venezolanas a exceptuar por una mexicana. Sentadas en una mesa comimos boconccinis, tapenades de aceituna y otras delicias que Lu preparó (o compró, jijiji), y bebimos unas cuantas, demasiadas, botellas de vino. El alcohol por supuesto soltó las lenguas y el tema giró en torno a los gringos y sus rarezas, y a cómo debía uno comportarse cuando estaba con ellos.
Todas menos Lu y yo eran versadas en el tema pues tenían años viviendo acá, así que me dediqué a escuchar. En los trabajos debía estar uno calladito, no hablar de la vida personal y nunca, nunca perder el control. Había también que tener ojos en la espalda pues no se sabía cuando recibiría uno la cuchillada. Los temperamentos efusivos como el mío, dijo una de ellas, debían ser encajonados y reservados solamente para reuniones entre amigos latinos. Y así una lista amplia de códigos de comportamientos a prueba de gringos.
Hasta ese momento no había pensado que debía moderarme. No contarle a todos en cinco minutos que nací en Oklahoma, me creí en Caracas y llevaba cinco meses (en aquel entonces) en Nueva York. También me dijo el Licantro y las niñas venezolanas de la reunión que no era mala idea que tratara de no llamar tanto la atención y no acaparar todas las conversaciones, cosa que debo confesar hago pues sencillamente me encanta, me fascina llamar la atención, y no me da vergüenza admitirlo. ¿Carencias afectivas? Seguramente.
Cometí el error de hacerles caso y a partir de ese día traté de moderarme. Hablaba poco cuando estaba "en sociedad" y casi siempre bajito, no me metía en la vida de la gente, no gritaba, no reía, en fin, me puse una camisa de fuerzas. Después de todo, en los procesos de adaptación hay que hacer sacrificios, y pues controlar mi personalidad escandalosa no me haría daño. ¿O si?
Así, en mis clases de revistas para mujer de los lunes no hablaba, no interrogaba a mis compañeras sobre que hacían, dónde vivían, si eran solteras o casadas, si estaban felices y todas esas cosas que suelo preguntar. Cuando interactuaba con algún gringo seguía sus reglas, o las que las niñas de la reunión me dijeron que eran sus reglas.
No tengo que contar, porque ya se sabe, lo miserable que me he sentido en los últimos tres meses, la sombra gigante que sentía sobre mí, la tristeza aplastante que me atrapaba y todas esas otras cosas, pues ya de eso he escrito bastante en este blog, pero si debo contar que hace dos semanas cuando estuve en mis clases de los lunes tuve una revelación: había dejado de ser quien soy. Se me pasó la mano con la moderación y me encerré tanto, tanto, que dejé de reconocerme. Y esto si me da vergüenza admitirlo.
Apenas lo comprendí me sentí miserable. Salí de la clase y llamé a Lu, le conté toda mi reflexión y le anuncié mi decisión: me cansé, a partir de ahora gritaré, lloraré, contaré mi vida en un minuto y me meteré en los asuntos de los otros. Si me clavan la cuchillada pues me sacaré el cuchillo y limpiaré la herida y si no les gusta cómo soy que se vayan al diantre.
Así, decidí probar mi cambio de personalidad, o más bien mi regreso, en la clase de los lunes. Llegué sonreída, ruidosa, pregunté cómo estaban, qué habían hecho el fin de semana, qué pensaban de las clases, de la escritura, de la vida, de Obama, de Venezuela, de que hubiesen abierto Topshop en Soho, de los cupcakes de Magnolia y de cualquier otra cosa. Les conté que odiaba el frío, que había comprado todos los muebles de mi apartamento en Ikea, que amaba escribir y hablar, que no había visto todas las obras de Broadway que quería, les pregunté si conocían una buena manicurista y les dije cualquier cantidad de cosas que seguramente no les interesaban, o tal vez sí. Esa clase fue la mejor de todas, a la profesora le encantaron mis ideas, me felicitó por como había mejorado mi escritura en inglés, me dijo que debía soltarme y escribir más y no pensar en nada. Mis compañeras, pues no se cómo decirlo con modestia: me amaron. Ja! Había regresado y se sentía bien.
Ahora ya se que no estoy dispuesta a sacrificar: a mí, mi personalidad, mis rarezas, mi descontrol. La cuerda que me había pasado por el cuello me tenía ahogada. No respiraba, jadeaba. Lo entendí: yo misma me estaba causando mi miseria, me había vuelto gris y cerrada. Y me harté. No estoy dispuesta a negociarme. No voy a moderarme. Yo amo los excesos.

domingo, 12 de abril de 2009

Un Ángel en mi autobús Boston-NY

Llegó con la sonrisa desplegada, unos ojos brillosos de esos que hacen pensar que se trata de alguien especial, y toda la energía de un muchacho de universidad que espera ansioso el viernes para volver a casa. Se sentó en el asiento que daba al pasillo, justo a mi lado. Dijo "hello, how are you?" y me cayó bien. Aquí la gente no suele saludar. Era moreno, tenía el coco rapado y llevaba un sueter de Boston College. Antes de que el autobús arrancara sacó su laptop y me dijo en inglés que había un partido de basket de su universidad y no se lo quería perder. Pensé en que hubiese preferido que su asiento estuviese vacío para estirar mis piernotas. Que equivocada estaba.
Yo venía de Boston de entrevistar a Gabriela Montero, la pianista venezolana que tocó en la inauguración de Barack Obama. Había salido a las 6:00 am de ese viernes y tomaba el autobús de las 5:45 pm del mismo día. Estaba agotada pero no tenía sueño. Mandaron a silenciar los celulares pero mi compañero de viaje no hizo caso y al ring ring contestó en spanglish, "hello man, cómo estás?" Colgó. Me preguntó en inglés si sabía como usar el wireless. Le contesté en español.
- ¿De dónde es usted?- me dijo, y pensé que me vía como una señora.
- De venezuela y tú- le contesté.
- Nací en República Dominica pero me crié aquí- no sabía si se refería a aquí en Estados Unidos o a aquí en Bostón.
- ¿Vive en Boston?- preguntó.
- No, en Nueva York, en Washington Heights- contesté.
- De verdad!, me crié yo allá, aunque ahora mi madre tiene una casa en Queens. Ahora vivo en Bostón porque estudio acá-. Eso explicaba el suéter.
Comenzó a llenar una planilla en su laptop. Era una aplicación para participar en un programa de ayuda humanitaria en países del tercer mundo. Países cercanos al que lo vio nacer. Él quería ir a Ecuador a ayudar a los niños pobres de allá, me dijo. Me ofrecí a ayudarlo a llenar la planilla. Le dije que contara de sus orígenes, que hablaba español, que quería ayudar a los otros. Un rato después comprendí que no necesitaba mi ayuda, más bien era al contrario. Estudiaba el primer año de economía internacional y estaba preocupado porque las notas no eran las que deseaba.
- Yo estudio mucho pero es difícil-.
Le dije que tuviese paciencia, que era normal, que pasar del bachillerato a la universidad era un gran cambio, que al segundo año le iba a ir mejor. En realidad eso mismo me habían dicho a mí en aquel momento y se lo repetí como una lorita. Me respondió que sabía eso, pero que si bajaba las notas perdía la beca, y si se graduaba con un promedio menor de 3,5 no iba a conseguir un buen trabajo, uno que le que diera dinero, no mucho, sino suficiente dinero.
- ¿Cómo para qué?- quise saber.
- Primero pago la hipoteca de la casa de mi mamá. Si yo hago eso ya ella no necesita más nada. ¿Se imagina?-.
En realidad no me imaginaba. Cuando estudiaba en la universidad trabajaba, pero no porque nadie lo necesitara, sino porque quería hacer curriculum. La plata que ganaba la ahorraba para viajar o para pagarme gastos diarios. Así que no, en realidad no me imaginaba que se sentiría pagar la hipoteca de una casa. No me lo imaginaba, pero me sorprendía que él con sus 18 años si lo hiciera.
- ¿No y que en Estados Unidos los estudiantes del primer año de college se emborrachan y pasan sus días inconscientes? Eso es lo que muestran las películas- dije en mi mente y en voz alta.
- Esos son los que tienen un papá que les pague todo, yo no. Mi papá no existe, está sólo mi madre y mis tres hermanos menores. Yo soy el único con el que ellos cuentan. Desde los 15 años trabajo y no puedo parar.
- ¿No es mucho peso para alguien de tu edad?- le pregunté con franqueza.
- It is what it is (es lo que es)- me dijo, con la misma sonrisa y el mismo brillito en los ojos.
Entró a Boston College, sin duda una escuela de buena reputación en estas tierras, porque estudió en un High School privado y no en uno público. Estudió en uno privado gracias a un programa de benefactores. Es decir, un ejecutivo importante y adinerado lo escogió a él por sus buenas notas y le pagó los estudios secundarios.
- Es un directivo de Wachovia. He ido a su oficina muchas veces. Él hizo que me interesara en economía, y el también estudió en Boston College. Cuando supo que entré se puso como loco. Cuando yo tenga dinero quiero pagarle los estudios a un chico, como hizo él conmigo.
Ángel, así se llamaba mi compañero de viaje, respondió en la planilla que estaba llenando que quería ayudar a los países del tercer mundo porque él recordaba a los niños descalzos de su Santo Domingo natal y sus ganas de darle zapatos y no poder. Buena respuesta.
- Oye Ángel, ¿quién te enseñó todas estas cosas?- le pregunté, como una niña chiquita, con cierta vergüenza.
- ¿A qué se refiere?-.
- ¿A esto de estudiar porque quieres ser mejor, porque le quieres pagar la hipoteca a tu mamá, porque quieres mandar a tus tres hermanos a la universidad?-.
- No tengo otra, no hay más nadie. Mi mamá nos dio hasta que pudo-.
Yo me sentí cucaracha en el asiento. Justo antes de conocer a Ángel, justo antes de montarme en ese autobús, estaba metida en el baño de la South Station llorando porque algo no había salido como yo quería. Porque "la oportunidad de mi vida" no se me había dado. Porque me habían cerrado una puerta y yo de pendeja estaba parada frente a la puerta haciendo un coño. Nada. Llorando como una niña pequeña y tonta. Me dio vergüenza, pero le conté a Ángel mis penas, le conté de la carta que había recibido, de la negativa que me habían dado, de cómo había trabajado más de dos años para eso, de cómo sentía que no había más camino.
-Mientras esté viva hay camino- me dijo serio y sin piedad, como si fuera un anciano de 100 años y no un adolescente de 18. -Si no es ahora, será después, sino es esa oportunidad será otra. No se puede parar-.
No lloré enfrente de él, aunque ganas me sobraron, pero me pareció una falta de respeto ponerme a llorar porque yo no había conseguido lo que quería, cuando él estaba tratando de pagar una hipoteca. Ya se que los problemas son del tamaño de la realidad de cada quien y no deben compararse, pero el mío, sin duda, era un grano de caraota y el de él toda la cosecha.
No pudo ver el partido de basket porque el wireless no funcionó pero si llenó la mitad de la aplicación. Al bajarse del autobús tenía grandes planes: comprarse unos pantalones en Macy's, porque en el pueblo donde está la universidad no hay mucho comercio, e irse a casa a estudiar. Mañana a madrugar para ir a ver a la novia, o a la que quiere que vuelva a ser su novia.
- A ver si le compro un regalo para que me vuelva a querer- me dijo apenas llegamos.
- Si no te quiere es una estúpida- le dije, y me fui con mis penas de tamaño caraota y las palabras del Ángel.

sábado, 4 de abril de 2009

Hecha en San Francisco (y más imágenes narradas)


Resulta que la ciudad de los tranvías formaba parte de mi vida antes de que yo naciera y no lo sabía. Justo antes de irme de viaje con Licantro mi querida madre me dijo que era una ciudad bellísima, súper romántica, que ella había ido con mi padre hace 30 años (ups, yo tengo 29) y que de hecho estaba casi segura de que yo (figúrense ustedes) había sido concebida ahí. Okey ¿cuándo entenderán los padres que los hijos prefieren pensar que fueron concebidos por obra y gracia del espíritu santo? En todo caso es una buena ciudad para empezar a existir.
Consejo: los cable cars son muy caro, cuesta 5 dólares un viaje.


Es literalmente una ciudad difícil de caminar, al menos claro, que uno este en un régimen de entrenamiento intenso para una carrera de obstáculos. San Fran tiene al menos 43 montañas, por eso es improbable caminar 10 cuadras sin atravesar al menos uno de estos subi y baja. Mientras subía me sentía como Cameron Díaz en la película The sweetest thing: mi galán me esperaba en el tope. En una de esas desistí y agarré un taxi para que hiciera un trayecto de un minuto.



Que lindo sería vivir en una casa de puerta roja, verdad. Tan elegante, tan distintiva. Que bonito sería darse un beso de buenas noches frente a esa puerta, o recibir un inmenso ramo de rosas (rojas también). Esta además, es de color vainilla y tiene rejas negras, y la combinación me parece hermosa. En el ventanal que sobresale me imagino el salón de la televisión o la biblioteca, y por supuesto un mecedor. ¿Para qué se tiene una ventana así si no se puede mirar a través de ella sentada en un mecedor?





North Beach es o fue la zona italiana y todavía se ven algunas banderitas tricolor. Alrededor de este parque llamado Washington Square (como muchos otros parques en muchas otras ciudades de este país) hay una variedad de restaurantes. En las noches tiene vida, eso dicen al menos, pues yo fui de día. Licantro tomó esta foto después de comernos unos Fettuccini.




Serían estas de las primeras flores de la primavera y, si tener un padre florista me ha servido para aprender algo, diría que son tulipanes. Igual me equivoco. Licantro la tomó en el Fisherman's Wharf. El centro de la imagen eran los flores pero este niño gordito que creía que le estaban tomando una foto terminó siendo otro componente del cuadro.





La roca, como también se le llama a la isla de Alcatraz fue el hogar de la prisión de máxima seguridad que funcionó como tal hasta 1963 y en 1972 se convirtió en Parque Nacional. No podía evitar pensar que Sean Connery me iba a rescatar tal cómo lo hizo con unos turistas que fueron secuestradosen la película The Rock. El nombre se lo debe a la cantidad de aves alcatraces (familia de los pelícanos) que allí habitan.




Okey. Ya sé que el Big Mafioso Al Capone estuvo preso allí y dijo que era horrible, y ya se también que de los 14 que intentaron escapar ninguno salió con vida (aunque dos se ahogaron y nunca encontraron los cuerpos, así que quien sabe...) pero al ver las rejas pintadas de rosado y las camitas y las poceticas y los lava mano en cada celda, no puedo dejar de pensar en la atrocidad de cualquier cárcel venezolana donde no hay celdas, sencillamente pues porque la gente duerme en el suelo, o en los pasillos o como puede, y tampoco baños. Alcatraz comparada con las otras es un hotel de lujo. Sin embargo, como atracción turística es fantástica pues se puede entrar a las celdas, tomar foticos y conocer la historia del la prisión.

jueves, 2 de abril de 2009

San Francisco: imágenes narradas


Mi corazón en San Francisco, tal como aquella canción de Tony Benett. Éste de orejas abultadas, que provoca abrazar, está en Union Square enfrente de Macy's y Bloomingdale y tiene el puente dibujado. Cuando lo vi quería cantar: "I left my heart in San Francisco, up on a hill..."




Quiero vivir en una casa en Nob Hill. Lo decidí ese día. Pregunté. Un apartamento con una habitación cuesta $ 2.000, lo que cuesta un hueco horroroso en Nueva York. Estas casas de torres y picos me recuerdan a la que ocupan las brujitas Halliwell en Charmed, una serie mala que he debido ver yo y tres personas más.

Lo pintaron de este color rojo-naranja para que resaltara entre la naturaleza. Fue una sabia decisión. No sé que hubiese sido de este puente colgante si lo hubiesen pintado de azul bebé, por ejemplo. ¿Sería el emblema que es?



Este barrio chino sí que es bonito, no como el de Nueva York que es un caos húmedo y maloliente. Me encanta la abundancia del rojo en las tiendas chinas. Quería una lamparita de esas que se ven ahí en la entrada pero Licantro no dejó que me la comprara. Maluco!


Crookedest que significa torcido es también el nombre de la Lombard Street, según y la calle más torcida del mundo. Por supuesto que no la subí, ya que para llegar al lugar de la foto tuvimos que hacer una caminata empinada de 15 minutos. Cuando llegamos me empipé una botella de agua.


La camionetica que recuerda a la que usaban las bandas en los 60 le da un toque hippie a la foto. Y es que Haight-Ashbury se hizo famosa por ser la zona de nacimiento del movimiento hippie en los 60. Por allí están las casas en las que vivieron los integrantes de Grateful Dead y Janis Joplin. Estas casitas al fondo, cilíndricas son estilo victoriano. Los techos se parecen a los sombreritos que usan los chinos.



Castro es la zona gay de la ciudad, y sí, se ven gays caminando por las calles, agarraditos de la mano paseando los perros, y con las bolsas de supermercado, tal como, a mi parecer, deberían andar por todas las ciudades del mundo qué les de la gana. Algo tienen de las kitsch y sofisticado las luces de colores en las noches. Este letrero turquesa me parece divino.
pd: mi talentoso Licantro tomó casi todas las fotos. Un bello, ¿no?