jueves, 31 de julio de 2008

Y llegué al 7-D

Los apartamentos en Nueva York son chiquitos y caros, dice Todo el mundo. Al menos los que uno puede pagar (soy periodista: es decir gano poco). Todo el mundo tiene razón. Son mínimos. Tan diminutos que pueden llegar a ser más pequeños que el ascensor de una estación de metro. En serio. Lo que Todo el mundo no dice, es: 1. Vas a vivir en un apartamento chiquito y caro. No encontrarás milagros. 2. No tienes una idea de lo que tendrás que hacer (es decir pagar, rogar, llorar, pelear) para lograr tener uno de esos.
El 7-D apareció después de haber visto 11; en el upper east side, en el upper west side, en midtown, en midtown west. De 50 metros, 40 metros, 30 metros. Estudios: un baño, cocina (hasta vi baños dentro de cocinas), y un ambiente único cuarto-comedor-sala ante el que era imposible no preguntarse: ¿Cómo aplico el termino "distribución creativa del espacio" sino hay espacio que distribuir? El 7-D es un estudio no tan diferente a los otros pero lo escogí por varias razones: tiene tres ventanas, es iluminado, la cocina tiene puerta, el baño está cerca de lo que podría llamarse cuarto, el piso es de laminas finitas de parqué claro, y las paredes son de un vainilla helado lindísimo. Pero sobre todo el 7-D tiene una vista. Es fea. Cierto, no tiene nada de especial. Pero es una vista: veo techos, muchos, y a lo lejos veo luces, de lo que serán otros techos, y veo esas escaleritas tan lindas como en la que Richard Gere se sube para rescatar a Julia Roberts en Mujer Bonita. Pero ninguna de esas razones válidas y contundentes me convencieron tanto como el número del apartamento. ¿Coicidencia? ¿Una señal? No me importa, necesitaba un elemento familiar, común, digamos, un conector. Sí, que me conectara con el otro, con lo otro, con la ciudad que dejé.
Le dije a mi corredora que estaba cansada de ver apartamentos, que el 7-D me gustaba, que podía costearlo y que por favor, agilizara todo, pues en una semana empezaría a trabajar y necesitaba donde vivir. -Claro dijo ella. Y un día después me llamó a decirme: es tuyo. ¿Facilito, no? Pues no. Me dijo que era mío, ciertamente, al día siguiente, ciertamente, pero también me dijo que el landlord (literalmente "señor de las tierras", en la vida práctica propietario) pedía seis meses por adelantado y dos meses de depósito porque era extranjera. Cierto, soy extranjera, tengo un pasaporte azul con un águila pero soy extranjera. Tan extanjera como me lo hizo saber el "señor de las tierras" el día de la firma: - Sin historia de crédito aquí no existes.
Todavía no tengo historia de crédito. Me gustaría preguntarle a él (fui tan cobarde que no me atreví a decirle nada), "¿existo señor de las tierras? "
Existo sí. Pero soy extranjera.