Yen dice que mi nombre chino es Kan-Ya-La (así suena, ni idea de cómo se escribe) que significa saludable-buena-feliz. Lindo, ¿no? No hubo ceremonias. Me bautizó ahí mismo en plena Canal Street, en China Town, después de comprar un cuarto de pato rostizado, una libra de tender loin, unas hierbas chinas cuyo nombre no se sabía, leche de soya, varios pasteles rellenos de cochino al barbecue, agua de coco y una caja de chocolates en formas de botellitas rellenas de licor, como las que comían en El imperio del Sol.
- ¿Ahora, cuándo conozca a algún chino le puedo decir mi nombre?- le pregunté.
- Cuando aprendas a pronunciarlo.
- Mejor será que me lo escribas y enseñe el papelito- y mientras me escuchaba estiraba sus labios delgados y me repetía "Will work on it" (trabajaremos en eso).
Me llevó agarrada del brazo casi todo el tiempo desde que salimos de la clase de inglés hasta que llegamos al restaurante vietnamita, pues según me explicó, en Chinatown se come vietnamita y en Flushing Queens comida china.
Pidió más comida de la que podíamos agüantar, cosa común en ella dice, que siempre pide de más. Es que Yen ama comer, coninar, escribir de comida, tomarle foto a la comida y cualquier otra cosa que tenga que ver con este pecado capital. Lleva un blog sobre restaurantes, en chino, y es crítica gastronómica para un par de revistas en su país. La estoy convenciendo para que estudie periodismo pero no quiere. Lo de ella es abrir un restaurante, pero no tiene plata , me dijo.
- Siempre que vengas a China Town ponte botas de lluvia, esto es muy sucio- me dijo y minutos después cuando pedí un baño que resultó estar asqueroso, me lo volvió a recordar, "esto es China Town, que más puedo decirte". Yen es directa, dice lo que piensa o más bien lo que siente, y es tocona como los latinos. "En China no son de mucho contacto físico, pero la gente necesita que la toquen. A mi me encanta abrazar".Yen vive en Nueva York desde hace tres años, cuando llegó acompañada de su esposo, un neyorquino que trabaja en un bufete de abogados. Su nombre americano -sí tiene uno- es Sabrina y lo usa siempre que va a pedir un café en Starbucks. "La gente no se acuerda de Yen".
Le dije que era mi primera amiga china pero no le hice saber que antes de conocerla yo tenía mis prejuicios. Pensaba que dos culturas tan diferentes como la de ella y la mía no podrían llevarse bien. Ella me demostró lo contrario cuando al segundo día de clases me invitó a comer a un restaurante húngaro.
Al terminar las compras en China Town me llevó al mejor lugar de masajes, según ella, en la ciudad. Agarró una tarjetica y me dijo que la guardara. Ántes de despedirnos le dije que aunque ya había estado antes en China Town, era la primera vez, que en realidad visitaba China Town. Antes de hoy no conocía la heladería que tiene sabores de lychee y frijoles rojos, la tagüara japonesa donde se comen noodles por tres dólares, la tienda de té con las vendedoras antipáticas, el mercado donde venden nidos de pájaros medicinales que cuestan 1.500 dólares la libra y el Hong Kong Supermarket, donde una rana vieja y gorda con un lunar rojo nos espantó desde su pecera de vidrio.
La ayudé a cargar las cuatro bolsas que llevaba hasta la plataforma donde tomaría su tren y antes de irme me dio un abrazo:
- Nos vemos el martes Kan-Ya-La.