domingo, 31 de mayo de 2009

Toda la historia

Pocas veces se sabe la historia completa. De cualquier cosa, de cualquier hecho, de cualquier persona. Lo que se conoce es lo que ésta o quienes manejan el hecho o cosa, quieren decir. La verdadera historia casi nadie la conoce. Todos contamos única y exclusivamente lo que queremos. Lo que deseamos que los otros sepan de nosotros. Facebook es un gran ejemplo: no he visto fotos de nadie cuando lo maletearon de su casa, o el día en que estaba rogándole al jefe que no lo botara, o cuando fue al banco a pedir un préstamo y no se lo dieron. Y ahí me incluyo a mí.
Lo mismo sucede cuando le contamos una historia a alguien, o viceversa. Fulanita se consiguió al novio perfecto, es millonario, soltero, la idolatra y se quiere casar con ella. Claro, omitieron el hecho de que el novio perfecto no tocó la puerta de Fulanita sino que ella se le presentó, lo buscó, lo persiguió y finalmente lo enamoró. Mosca, yo no tengo nada en contra de Fulanita. Yo admiro a Fulanita. Lo que quiero decir es que la historias son, una versión de lo que pasó, no lo que pasó.
Mengana tiene el trabajo soñado, gana buenísimo, el jefe la adora, trabaja de 9 am a 5 pm. Claro, omitieron el hecho de que Mengana estuvo tres años sin nada, tuvo que vender ponqués y collares para redondearse y por fin, gracias a un conocido, y sus méritos que por supuesto no eran pocos, la contrataron en una empresa transnacional, donde seguramente no pasará mucho tiempo hasta que se de cuenta de que el trabajo de sus sueños apesta y que trabajar en una transnacional es una larga cola de asuntos burocráticos, uno tras otro.
Está Sutana por supuesto, que tiene una familia lindísima, unos hijos, que mira, son una preciosura, un esposo que se la lleva los fines de semana a Los Roques a desestrezarse, y una casa que ella misma decoró y es de un gusto exquisito. Y sin malpensar que el marido de Sutana le está montando cachos con la secretaria, porque eso no lo sabemos y no todos los hombres son infieles (eso dicen), todos los días cuando llega las 6 pm, los niños ya terminaron las actividades, y el esposo está en camino de la oficina a la casa, Sutana mira por la ventana de su casa decorada con un gusto exquisito y se pregunta con pánico si eso es todo. Como dijo García Márques en una de sus notas de prensa, "Las esposas felices se suicidan a las seis".
Yo crecí en una familia feliz, pero si en algún momento algo malo ocurría, y me refiero pues a malas calificaciones, un noviecito malaconducta, una enfermedad semigrave, la reacción natural era esconderlo. No era mentir. Eso nunca. Sino simplemente no hablar de ello.
Mi madre a quien tal vez le gustaría que yo fuese menos deslengüada, a veces me reclama: pero para qué cuentas eso! Y como a mi me gustan las historia completas (aunque hay quienes prefieren la otra versión), voy a contar enteramente una que para mí es muy importante.
A los tres meses de estar en Nueva York, la empresa donde trabajaba, un periódico web para la comunidad hispana, cerró con el crash de la bolsa. El dinero no era el mayor de los problemas, sino la inquietud de qué hacer con mi vida. Luciana me avisó de las clases en La Escuelita y ahí estuve por tres meses. Terminé el curso y apliqué para hacer un master en periodismo. Presenté tres veces un examen en el que no saqué la nota que necesitaba, más el TOEFL en el que tuve una buena calificación pero no suficiente para Columbia University. Como pude, apliqué allí, en NYU y en CUNY (City University of New York) gracias a varias noches de isomnio y la paciencia mis padres y Licantro que leyó y editó cada uno de mis ensayos (vale especificar que Columbia pedía tres cortos, NYU uno muy largo, y CUNY uno intermedio).
Mientras esperaba la respuesta tomé un curso de periodismo de revistas para mujer en el que aprendí cómo hacer una pitch letter ( las cartas que se le mandan a los editores proponiéndoles un tema) y comencé a buscar trabajo. Nada aparecía. En marzo llegó uno, en Nielsen una empresa grande, que se encarga entre otras cosas de realizar mediciones de audiencia. Fui escritora medio tiempo y trabajaba de 7:00 pm hasta la hora que fuese. 12, 2, 4 y hasta seis de la mañana. Mi trabajo consistió en elaborar encuestas acerca de los programas de Telemundo e Univisión, y aquel que haya visto Sábado Gigante entenderá que aquello estaba lejos de ser un paraíso.
Cuando estaba en San Francisco, por allá en Marzo recibí la primera noticia de una universidad, Columbia, "habían estudiado minuciosamente mi aplicación y lamentaban informarme que no estaría con ellos". Una semana después recibí otra igual de NYU. Le dije a mi familia, a mis amigos, a todos. Una amiga a quien le conté un poco avergonzada el drama me contestó, "marica déjate de huevonadas que la gente te cuenta que la aceptaron pero no te dice cuantas veces aplicó". Cierto, luego me entré que Otra Fulana, que contaba campante que la habían aceptado rapidísimo, había aplicado tres veces.
Un poco después recibí, la última respuesta: estaba en lista de espera. Una mínima esperanza se asomaba en el horizonte y yo me guindé a ella como una mona. Fui a la escuela, hablé con el director -quien me dijo que yo llenaba todo los requistos pero que este año por la crisis aplicaron más del doble que el año pasado-, le mostré mi interés, fui a un par de clases, hice todo lo que pude y esperé. En esa época escribí tal vez algunos de los post más deprimentes y por eso me repetía "lo mejor es lo que pasa".
Hace una semana y media, cuando mi madre estaba todavía aquí me llamaron de CUNY a decirme que me habían aceptado para hacer el master en periodismo que empieza a finales de agosto. Sí, cierto, un final feliz, felicísimo. Me siento honestamente emocionada y orgullosa, y siento que sí, "que lo que pasa es lo mejor", pero a riesgo de que cada vez que cuente esta historia alguien se aburra y se de la vuelta, cuando me digan "que suerte tienes, entraste a la universidad a hacer el master que querías" voy a relatar todo esto. Todo. Porque a mi me gustan las cosas como son. Porque no quiero ser percibida como Fulanita, ni Menganita ni Susanita. Y porque me parece una pérdida de energía parecer lo que no es, o disimular o semiocultar o como quiera que se diga. Somos lo que somos, con nuestras glorias y nuestras miserias. Y mi verdad es esta: tengo 11 meses en Nueva York y acabo de encontrar un rumbo. Y me costó. Me costó que jode. Y ésta, llena de más miserias que glorias, es toda la historia.

viernes, 15 de mayo de 2009

Mami está aquí

Llegó el lunes 11 de mayo en la tardecita, justo el día de su cumpleaños y Licantro la fue a buscar al aeropuerto porque yo estaba en clases. Nos encontramos en 6th Avenue con 8 st, justo enfrente de Barnes & Nobles, cerca de mi Univesridad y del lugar donde íbamos a cenar. Le compré una libretica Moleskine porque siempre carga una horrorosa en la que anota todas las tiendas en las que quiere comprar, los restaurantes en los que quiere comer, las calles por las que quiere caminar, y me pareció adecuado que cultivara su hábito con glamour.
La abrazé en el medio de la calle, en la acera, mientras Licantro nos observaba. La abrazé como por dos minutos, y me hubiese quedado una vida ahí, en el primero de todos los regazos, de no ser porque estábamos estorbando el paso y los neoyorquinos son poco pacientes. Le dije lo bella que estaba (absoluta verdad, mi madre está más buena que yo) y la tomé de la mano hasta que llegamos al restaurante.
Estaba cansada pero hambrienta. El pollo del avión era puro pellejo, dijo. Le recomendé que se comiera el salmón al grill. Sacó su libretica Moleskine y me hizo anotarle el nombre del restaurante y el plato que comió. Después de la cena paseamos un rato más en una noche de primavera con un viento más bien cálido y al llegar a la casa me dio un montón de regalos que me había traído. Era su cumpleaños y ella me dio regalos. Eso, sólo lo hace mami.
A la mañana siguiente me despertó a las seis de la mañana con la mentira de que eran las 10 para ir a caminar al parque. Uno de sus buenos hábitos que está tratando de pasarme. Quise matarla pero en lugar me levanté, me puse zapatos y me fui al parque así en pijamas. Luego hicimos mercado, fuimos al banco y le cociné un almuerzo. Mami se quedó sorprendida del pollito en el wok y los champiñones al ajo que le hice. Luego nos fuimos a pasear por Madison y terminamos la noche junto a Licantro en un bar llamado Mono (Monkey Bar) que según es del editor de Vanity Fair.
Mami está aquí porque quería pasar su cumpleaños conmigo. Mami está aquí porque yo le pedí que viniera. Mami está aquí y he reído con ella, caminado con ella, comprado con ella, y por supuesto, peleado y llorado con ella. Hoy no aguanté más y me convertí en cascada de lagrimones rabiosos y mami se puso triste pero dijo que tenía todo el derecho de estar furiosa, que llorara todo lo que quisiera. Mami está aquí y yo quiero tener de nuevo cinco años y que me haga moñitos y me lleve a las piñatas. Mami está aquí y no quiero hacer nada, sólo ser consentida por ella. Mami está aquí y yo sólo quiero ser su hija, después de todo lo que he renegado de ella. Mami está aquí y yo sólo quiero estar con ella. Todo el tiempo con ella.

jueves, 7 de mayo de 2009

Filosofia que sabe a chocolate

Foto 1

Foto 2
Me hace feliz cuando Nueva York me habla y me gusta lo que me dice. Como ayer. Acompañé a Licantro a West Harlem, pues está desarrollando un proyecto para esa comunidad y quería saber sobre sus necesidades, gustos y hábitos. Llegamos primero a una tienda de discos de música religiosoa y extractos del Corán donde un hombre alto y delgadísimo nos atendió. Era de Senegal, al igual que gran parte de la comunidad. Nos recomendó que pasáramos por la casa Senegalí Estadounidense. Eso hicimos, Licantro entró y yo me quedé afuera observando. Mujeres grandes de piel negra caminaban con pasos pesados con sus cuerpos envueltos en mantas estampadas y su cabezas cubiertas con panuelos de colores enrollados en forma de turbante. Los hombres conversaban en el kiosco o a la salida de los restaurantes y alguna madre arrastraba a su hijo de regreso del colegio.
No era la primera vez que estaba en Harlem. Cuando Licantro salió le sugerí que fuésemos al mercado africano, ese donde hace casi nueves meses, recién llegada yo, le compré tres monos de madera a Modou. Estuvimos un rato pero nos marchamos porque no había mucha vida. Estábamos a punto de tomar el metro cuando en la esquina de la 116 y St. Nicholas nos topamos con una pastelería de paredes rosadas y tortas con mucho pastillaje llamada Make my Cake (http://www.makemycake.com/). Lo convencí para que entráramos porque él preocupado por mi adicción a los dulces, quería llevarme castigada al 7-D.
Una mujer voluptuosa y sabrosonga (por su vestido descotado) de nombre Aliyyah es la imagen del lugar. Su caricatura cuelga junto a flores de papel mache y otros guirindajos por todo el local (ver foto 1). Resulta que es, la tercera generación de una familia dedicada al negocio de rescatar las recetas del Sur y hornear las que están consideradas entre las mejores tortas de Manhattan. En un vencidario al que los turistas casi no van y los locales, acostumbrados a moverse por la zona donde viven, trabajan y uno o dos vecindarios más (sorprende lo montunos que pueden ser) le temen, está esta pasteleria que ganó un premio otorgado por el New York Times por su Red Velvet Cake.
Después de una selección cuidadosa nos decidimos por un browney de chocolate con nueces encima, sólo porque la torta cremosa de oreo con la que me había antojado no venía por pedazos. Nos sentamos en una esquina con nuestro brownie, empalagoso, chicloso y crocante al mismo tiempo -justo como me gusta- y mientras peleaba por quitarle a Licantro los pedazos grandes vi un letrero de madera con la frase que más me ha llamado la atención últimamente: "Life´s short... eat cookies" (ver foto 2).
Filosofía pura. La vida es corta, pasea por Harlem sin miedo. La vida es corta, camina por Nueva York de la mano con el amor de tu vida . La vida es corta no cuentes tantas calorías. La vida es corta ríe mucho. La vida es corta, quéjate menos. La vida es corta cómprate esos zapatos amarillos que no tienes idea de con qué vas a combinar pero que te encantan. La vida es corta, tiéndele una mano a quien la necesite, así no te la pida. La vida es corta dile a tus seres amados cuánto los quieres. La vida es corta, toma Cosmopolitan, Mojitos, Margaritas (todo en la misma noche). La vida es corta devórate un brownie con nueces a las 3:00 pm antes del almuerzo. La vida es corta... come galletas.

martes, 5 de mayo de 2009

Anna, Marc y yo


A Marc Jacobs, diseñador y genio creativo de Louis Vuitton, y a Anna Wintour, editora de Vogue e icono de la moda, los fotografié ayer en el MET en la inauguración para la prensa de la exposición anual del instituto de la moda titulada The Model as Muse: Embodying Fashion.
Yo fui por dos razones: la oficial es que un amiga me pidio tomara las fotos para un reportaje que está preparando -cabe destacar que yo no soy fotógrafa y apenas se como poner el flash-; la secreta es que -y no se si ya había confesado esto antes en este blog- soy una junkie de la moda. Me interesa, me obsesiona, me distrae, me inyecta energías cuando nada más parece valer la pena. Así que hoy, en lugar de romper el silencio creativo que me tuvo prisionera por una semana con lamentos sobre mi existencia, decidí abrazar mi frivolidad -que la tengo y la amo- y hablar de Marc y de Anna, de lo divinos que son, de lo exquisitos que son y de cómo tomaban café en la sala de las esculturas griegas en el MET, muy cerca de la escultura de Perseo sosteniendo la cabeza de medusa.
A Marc lo vi primero, solito, en la tiendita que vende memorabilia de la exposición, con uno de sus trench khaki y su falda tipo escocesa que revolucionó hace algunas colecciones la moda masculina. Me le acerqué, tímida, casi sin palabras, y le dije como pude:
- Hello Marc, I'm from Venezuela and I would like to take a picture of you.
- Of course- dijo como si no tuviese otra opción.
Posó por menos de medio minuto y un saludo lo distrajo. Una rubia gorda con una pluma en la cabeza le dijo, "Mark every time I see you, you look thiner". Pensé que era verdad, estaba más delgado y sus ojos eran más azules. Hubiese querido haber tenido puesto los guantes a rayas de su marca, que me compré en una de las 15 tiendas que tiene en el Village -es lo único de su línea que tengo pues por ahora está como difícil usar uno de esos vestidos que tan bello lucen Sofia Coppola (cliente fija) o Keira Knightley. Luego otro grupo de gente llegó y se lo llevó. Todos querían un pedazo de Marc.
Una chica me avisó que en el piso de abajo sería la rueda de prensa -aunque no la llamó así pues en verdad no había derecho a preguntas, sólo a escuchar discursos- hice caso y bajé las escaleras. Menos mal. Al llegar a la sala de las esculturas griegas, esa que tiene vista al Central Park, veo una mujer rubia, ya no tan joven, flaca, flaquísima, con el cabello corto al ras de la barbilla y la pollina perfecta cubriendo las cejas: Anne Wintour, la editora de Vogue, famosa por ser tirana, que Meryl Streep interpretó en El diablo viste de Prada. Mi amor propio me detuvo de ir corriendo a sus pies a rogarle que me diese un trabajito -"el que sea manita, hasta quitándote la pelusita del abrigo"- en Vogue.
Tenía un trench coat beige claro sobre una camisa de flores con una falda también de flores, pero de estampado diferente. Medias negrísimas, y zapatos de punta redonda y tacón del mismo color. Una forma de neutralizar el contraste de los estampados, fue mi conclusión basada en horas y horas de revisar religiosamente Vogue, Glamour e In Style (cuando dije que era una adicta a la moda, no bromeé).
Presencié el momento en que Marc y Anne se saludaron con un beso casi etéreo en cada mejilla y compartieron un café en una de las mesas de pie (ver foto). Yo y como tres fotógrafos más, nos instalamos en frente de ellos y con todo el descaro del mundo disparamos hasta que ellos nos miraron feo. Me preocupó que Marc pensara que lo estaba acosando, pero que más da: en verdad lo estaba acosando. Cuando reviso mi cámara tengo fotos de Marc saludando, conversando, arreglándose el cabello, tomando café, limpiándose la boca con una servilleta, etc.
Ambos se sentaron en la primera fila de sillas, uno al lado del otro, a escuchar como los curadores hablaban de la exposición y le daban gracias a los dos por su colaboración y "distinguido aporte al mundo de la moda". Marc dio un discurso que no escuché pues estaba concentrada tomándole fotos y soñando en cómo sería el vestido que me iba a diseñar: Azul marino -mi nuevo color- y beige, corto y con faralados en el cuello. O más bien algo más plano en verde limón y gris con un cierre en el medio. Hot!
En 15 minutos todo se acabó, la Wintour se sentó a conversar -o mejor escuchar porque en el tiempo que estuve ahí no la vi gesticulando- con dos amigos y un guardaespaldas se paró enfrente y evitó que tomara fotos. Guardé la cámara, busqué mi abrigo, y me fui con la feliz certeza de que no importaba que pasara ese día, yo -sí, yo, la Extranjera del 7-d- había conocido -más bien acosado- a Marc Jacobs y Anna Wintour. Yeiiii!