lunes, 22 de marzo de 2010

Pateando calle, lejos de Caracas

Pienso que uno sólo conoce bien los suelos que pisa. Las calles que se recorren con los propios pies. Los banquitos de plaza en los que uno se sienta. Las esquinas de las que uno se apoya cuando está cansado. Se conoce mejor un lugar cuando se siente su olor, se habla con su gente, se entrega uno a la voluntad de éste. Esto lo he aprendido en los casi dos años que tengo viviendo en Nueva York.
Hoy por ejemplo, salí de Broadway y 181, bajé hasta la 157 luego en metro hasta la 110 y ahora voy camino a Red Hook, Brooklyn, muy cerquita del agua, a entrevistar a un señor al que llaman "el alcalde de la calle".
A Caracas, lamentablemente, no me la camine así. Porque mi querida madre no me dejaba, porque tenía carro, porque, aunque me de verguenza aceptarlo, me daba miedo. Siempre he pensado que ésta es quizás una de las razones por las que siempre estoy desubicada en mi ciudad (y sí, sigue siendo mi ciudad).
Caracas no pasó por mis pies, yo no paseé por sus suelos hasta dejar mis zapatos gastados. Por eso hay un barrera entre nosotras dos, una pared acrílica desde la que presencio todo como una espectadora. Hasta que no sienta su suelo caliente debajo de mis pies todos los días de mi vida, siempre habrá algo de Caracas que no será mio.
Y eso de sentirla, por ahora, no podrá ser.