sábado, 24 de abril de 2010

Palabras alicoradas

Este texto fue escrito ayer en la madrugada después de cinco o seis cervezas.

Creo que fue Giselle Reyes, sí, la de la academia de modelaje en Altamira, la que dijo que el termino más elegante para cuando uno estaba pasado de tragos era "alicorado". A lo mejor no fue ella, ahora estoy casi segura de que no fue ella.
En todo caso pienso que el metro de Nueva York es un buen lugar para estar alicorado. Ahora estoy sentada en el piso, ese mismo por donde pasan las ratas de colas largas, esperando el tren que nunca llega. Los ojos se me cierran. Y yo no se si es el alcohol que me nubló el juicio pero voy a tener que tragarme unas cuantas de mis palabra.
Resulta que fui con mis amigos de la universidad a tomar cervezas y por primera vez desde que llegué a NY puedo mirar mas allá de las etiquetas. O puedo mirar y no ver una etiqueta. No son solo gringos. Son Jack, el que me ayudó a retocar aquella foto en Photoshop, o Samantha la que me salvó la vida, o la entrevista, prestándome unas baterías. O Aileen la que me acompañó a llorar cuando creí que no daba mas.

Yolanda la "student advisor" de la universidad tenía razón cuando me dijo que ellos, los gringos no tenían nada en contra de mi y que la única prejuiciosa era yo. Y es verdad, ahora, sólo después de un tiempo, estoy empezando a verlos como personas y no como una masa amorfa.

Y sí hay gringos estúpidos que creen que el mundo empieza y termina en el McDonald de la esquina, pero hay otros que al igual que yo, tratan de entender un mundo que es tan vasto que se pierde de vista. Y no, no he olvidado al profesor imbécil que dijo que este master no era para mí, pero es igual de válido recordar al profesor que me dijo ayer que yo era una verdadera "story teller".

Nada, que la gente es gente, y que son idiotas e insoportables y torpes y malintencionado a veces, y maravilloso e impresionantes otras veces, y la mayoría de las veces todo eso al mismo tiempo. Y eso es así en Caracas en NY o en cualquier otro lugar.
Capaz es el alcohol, pero hoy a la 2:38 am, después de pasar una noche divertidas como pocas, me trago mis palabras. Al menos algunas de ellas. Los calificativos solo encierran a un grupo de gente. La mayoría es mucho mas difícil de encajonar.

domingo, 18 de abril de 2010

Reflexiones sobre la grandeza humana

Tengo días, ya creo que meses, pensando en de qué se trata eso de ser extraordinario, de ser grande, de ser un ser humano monumental, uno cuyo existencia repercute más allá de si mismo.
Siempre he querido pensar, o mi arrogancia o ego me han llevado a pensar, que voy a ser extraordinaria, que voy a hacer grandes cosas, que voy a escribir libros, que voy contar historias, que voy a ayudar a gente, que voy a criar unos hijos a quienes le importe de verdad el mundo, que voy a cambiar las cosas.
Sin embargo, últimamente he pensado en que quizás yo no vaya a alcanzar ese tipo de grandeza de la que hablo, no porque no sea capaz, sino quizás porque muy en el fondo, no quiero, o porque no estoy dispuesta a asumir los sacrificios que eso requiere.
¿Entonces, donde me deja eso? ¿Significa eso que voy a vivir una existencia mediocre?
Me viene a la mente la imagen de mi abuela, una señora que ha criado a seis hijos y ha cuidado no se a cuántos nietos y ha iluminado la vida de todos los que tiene a su alrededor. Mi abuela no ha escrito libros. No ha ido a África a alimentar a niños desnutridos. Mi abuela no tiene una página en wikipedia (sí, mis parámetros de grandeza están realmente desvariados, lo sé). Además de su familia y conocidos, a mi abuela no la conoce nadie. Y aún así, o tal vez precisamente por todo esto, mi abuela es uno de los seres humanos más extraordinarios que he conocido en mi vida.
Probablemente es por mi abuela que yo estoy aquí. Y cuando digo aquí no hablo de Nueva York, sino del lugar en el que me encuentro en mi vida. Casada y enamorada, haciendo un postgrado, viviendo nuevas experiencias. Si mi abuela no hubiese criado a mi padre como lo hizo, no le hubiese enseñado la bondad, si no me hubiese enseñado a mi la importancia del amor y la fe como factores generadores de cambio, probablemente yo sería una persona diferente. Y eso que sólo estoy hablando de mí y no de cómo mi abuela ha cambiado la vida de mis tíos o de mis primos.
Y pienso en los ejemplos más esenciales, más cotidianos, más lugar comunes y más hermosos. En la madre que se levanta todos los días a las cinco de la mañana a preparar el desayuno, a llevar a los muchahos al liceo para después ir a su trabajo todo el día y llegar agotada a la casa a pasar el poco de tiempo haciendo cena o ayudando con la tarea.
Pienso en aquellos que adoptan un hijo, en los que son capaces de perdonar lo imperdonable, en los que le brindan café a sus vecinos, en los que se voluntarían para enseñar a un niño o un adulto a leer, en los que le dan el asiento a una señora mayor en el metro, en los que piensan primero en el otro que en sí mismo, y me doy cuenta de que hay algo grande y hermoso en cada uno de nosotros.
Hay miseria en cada uno de nostros sí, hay crueldad también, hay indeferencia claro, obvio, pero está en nosotros la posibilidad de acercarnos a la grandeza con cada decisión que tomemos. Al menos es esta forma de pensar la que me ayuda a sobrellevar mi existencia.