martes, 29 de diciembre de 2009

Licantro y yo

A Licantro y a mí nos gusta perdernos y encontrarnos. Como si fuésemos dos novios que se citan en una plaza o un parque y se buscan con la emoción de verse nuevamente.
Cuando trabajábamos en El Silencio, un día, ya de novios, nos tropezamos en una calle por casualidad. Fue en ese momento que supe que me casaría con él, viajaría con él y tendría hijos con él. Sentí una sensación de placidez, parecida a la que uno experimenta cuando llega a casa cansado de un día de trabajo y se echa en el sofá. Tiempo después el me dijo que él había sentido exactamente lo mismo.
Desde ese día esa práctica de tomar cada uno su camino y luego encontranos se ha convertido en un placer imprescindible. Yo lo espero en un bar y el que me sorprende por detrás. O quedamos en encontranos en alguna esquina y lo veo venir hacia mi. O nos buscamos en medio de una fiesta tumultosa. Jugamos a perdernos y encontrarnos.
Ahora que estamos pasando vacaciones navideñas en la playa, en Fort Lauderdale, hemos desarrollado un nuevo pasatiempo. Todas las mañanas salimos a caminar en un boulevard al lado del mar. Como él corre más rápido que yo, nos encontramos cuando yo finalizo. A veces llego al punto de encuentro y el ésta sentado en un murito blanco, con la cabeza un poco gacha y los pies descalzos. Otras está parado en la arena viendo hacia al mar. Y otras está sólo esperándome. Cada vez que llego de nuevo a él me siento como ese día en la calle de El Silencio. Me siento en casa.