martes, 29 de diciembre de 2009

Licantro y yo

A Licantro y a mí nos gusta perdernos y encontrarnos. Como si fuésemos dos novios que se citan en una plaza o un parque y se buscan con la emoción de verse nuevamente.
Cuando trabajábamos en El Silencio, un día, ya de novios, nos tropezamos en una calle por casualidad. Fue en ese momento que supe que me casaría con él, viajaría con él y tendría hijos con él. Sentí una sensación de placidez, parecida a la que uno experimenta cuando llega a casa cansado de un día de trabajo y se echa en el sofá. Tiempo después el me dijo que él había sentido exactamente lo mismo.
Desde ese día esa práctica de tomar cada uno su camino y luego encontranos se ha convertido en un placer imprescindible. Yo lo espero en un bar y el que me sorprende por detrás. O quedamos en encontranos en alguna esquina y lo veo venir hacia mi. O nos buscamos en medio de una fiesta tumultosa. Jugamos a perdernos y encontrarnos.
Ahora que estamos pasando vacaciones navideñas en la playa, en Fort Lauderdale, hemos desarrollado un nuevo pasatiempo. Todas las mañanas salimos a caminar en un boulevard al lado del mar. Como él corre más rápido que yo, nos encontramos cuando yo finalizo. A veces llego al punto de encuentro y el ésta sentado en un murito blanco, con la cabeza un poco gacha y los pies descalzos. Otras está parado en la arena viendo hacia al mar. Y otras está sólo esperándome. Cada vez que llego de nuevo a él me siento como ese día en la calle de El Silencio. Me siento en casa.

lunes, 2 de noviembre de 2009

Larry el mendigo

Larry me mira con sus ojos grises acuosos y me pide que le preste mi cámara para tomarme una foto.
-La foto te la quiero tomar yo a ti -le digo.
No accede, pero no deja que me vaya. Me pregunta el nombre, el apellido, la nacionalidad. Me pide que le invite un cafe. Le digo que no, que si la profesora de ética se entera me regaña pues los reporteros no deben pagar por información y aquí piensan que brindarle un café a alguien es comprarlo.
Me da dolor no invitarle un café. Se nota que tiene frío. Es claro que no se ha bañado. Tiene las manos sucias y la barba enredada, pero aún así, o tal vez justo por eso, luce hermoso. Le hablo de una encuesta que publicaron sobre como subió el índice de personas sin casa en Nueva York. Dice Larry que va seguir subiendo. Que la crisis no se ha acabado, que la cosa va para largo.
Larry no me cuenta toda su historia. Solo dice que ahí, en el refugio donde duerme no tiene privacidad, que no tiene donde guardar sus cosas. Veo el carrito que lleva con él. Lleva ropa y papeles. Lleva también cartones.
Le digo a Larry que por favor me deje tomarle una foto, que en lugar de estar hablando con él debía tomar fotos, que para eso el profe me había mandado a la calle con una cámara, y que si no me deja tomarle una foto me van a raspar.
Acepta reacio. Prometo no publicarla. Me pide mi mail para mandarle la foto. Se lo doy y también mi número de teléfono y la dirección de la escuela. Le digo que me llame, que quiero pasar un dia con él y tomarle fotos. Pienso egoistamente en ese foto reportaje que tengo que entregar en dos semanas y en cómo el sería ideal. Me da verguenza mi egoísmo.
Larry no me llama. Miro su foto que tengo guardada en el escritorio de Margarita, mi computadora. Es una buena foto. Sus ojos grises acuosos salen mas grises y mas acuosos que en persona. Miro también la foto que por fin dejé que Larry me tomara. No pienso borrarla. Pienso guardarla y entregársela junto con la suya cuando me lo vuelva a encontrar en esa esquina de Time Square a unos pasos de mi universidad.

viernes, 23 de octubre de 2009

Más extranjera que nunca

Justo cuando pensaba que ya no me sentía tan extranjera. Justo después de recibir mi tarjeta de crédito, tal como sugirió "el señor de las tierras" el día de la firma del contrato de alquiler del 7-D. Justo cuando consideraba la idea de dejar este blog y moverme hacia otro lugar en mi vida. Justo hoy, cuando lo unico que quiero es estar rodeada de lo mío, me di cuenta de que soy una ilusa, una ingenua, que en algún momento tengo que dejar de ser tan infantil.
Nunca voy a dejar de ser extranjera. Y la verdad es que me muero por pertenecer, me muero por adaptarme, me muero por sentirme en casa. Ser extranjera es demasiado doloroso.
Mientras escribo esto lloro. Y quien crea que soy una pendeja tiene razón. Y quien crea que soy una quejona también tiene razón, pero yo, no se como sentirme de otra manera.
No todo ha sido malo, debo admitir. De hecho, en las ultimas semanas, o creo que ya han sido meses, todo ha ido bastante bien. En la universidad sigo sufriendo con el inglés pero para mi sorpresa mis profesores están contentos conmigo y hasta me van a publicar una historia en un periodico local.
¿Qué pasa entonces? Pasa que Karen Brown, la gringa rubia con cara de Legally Blond maligna que esta en mis clases de televisión y periodismo interactivo me tiene harta con su perfección y su sonrisita amable cada vez que le hablo. Pasa que en la universidad nadie se saluda. Pasa que nadie habla mal de nadie, ni bien de nadie. Nadie hable de nadie. Pasa que tomar cafe en la tarde no es un ritual. Pasa que los buenos días no incluyen un beso. Pasa que las felicitaciones no vienen con abrazo. Pasa que las fiestas de cumpleaños tienen hora de comienzo y hora de fin. Pasa que todo está escrito en un guión y yo no recibí una copia. Pasa que mientras mas me dejo ir, más me extraño. Pasa que ya no encuentro historias en todas las esquinas, que ya los paseo en el metro no me resultan una aventura. Pasa que estoy cansada. Pasa que quiero mi casa. Pasa que no se si mi casa está aquí.


sábado, 19 de septiembre de 2009

Las palabras no están en los dedos

Hace tres o cuatro semanas que empezé esta tarea de escribir en inglés. Lo primero que escribí fue un lead (el primer párrafo de una noticia) sobre el cuento de Rizitos de oro. Empezaba con algo así como: "Three bears have found a little girl in their home, police said". La profesora corrigió ese y otro ejercicio, y para sorpresa mía no tenía casi errores gramaticales. "Pretty Good", me escribió en una de mis tareas.
Mi primera asignación periodística fue cubrir una rueda de prensa (más bien una sesión de fotos porque las niñas no hablaron mucho) con la Miss Universo y Miss USA. Por supuesto que tuve tremenda ventaja porque la Miss Venezuela contestó todas mis preguntas al enterarse que éramos paisanas.
Me dieron dos horas para escribir esa noticia y de nuevo para mi sorpresa, pareció gustar. El coach de escritura, un señor viejo, alto y flaco, con pinta de periodista arrecho, se acerco a mi computadora, leyó y dijo, "Not bad". La nota no fue espectacular pero quedé conforme: B.
Esta semana que pasó fue que entendí que más allá de los errores gramaticales, que los he empezado a corregir, los de ortografía que los corrije Word, y la falta de vocabulario que se resuelve con Wordreference, hay algo mucho más complicado, algo que solo el tiempo tal vez, llegaré a dominar.
Sucede que cuando escribo en español no pienso, es como si mis palabras pasaran directamente de la boca a la yema de los dedos sin hacer stop en el cerebro. En español siento las palabras, en inglés pienso las palabras, y digamos que pienso lento.
A veces es frustrante saber que tienes tanto que decir pero te faltan alas. Quieres ir rápido y no puedes. Lo peor es cuando me dicen "show don´t tell" (enseña no sigas), una técnica periodística en la que en lugar de decir que la persona era alta, dices que no podía pasar por la puerta. En español esto era cosa de todos los días, en inglés, lamentablemente, no puedo enseñar. Si no sé mirar en inglés, cómo puedo mostrar entonces.
Lo que más preocupa -y si ya sé, diría Licantro, yo y mis preocupaciones absurdas- no es poder escribir en inglés como lo hago en español porque presiento que eso no va a suceder, no tiene sentido que suceda, sino qué y si se me olvida escribir en español. Si ya sé que parece absurdo pero no lo es tanto. Estoy reprogramándome para escribir al estilo inglés, corto, directo al grano, menos viceral que en castellano, y me aterra pensar en qué pasaría si mi cerebro deja de hacer la distinción y empieza a escribir igual en los dos idiomas. Dejaré de sentir las palabras en las yemas de los dedos?

miércoles, 2 de septiembre de 2009

Disparates sin acentos

Escribo sin acentos desde la sala de redaccion de la escuela de periodismo donde ahora estudio, mientras la maquina esta, una MacBookPro de lo mas coqueta, me subraya todo en rojo porque no entiende este idioma, estas palabras. Probablemente porque tampoco entiende esta nueva vida. O soy yo la que no la entiendo.
Estoy feliz. Tengo un vaso de carton Dunkin Donuts medio lleno de cafe, y trato de delucidar que tengo que hacer para manana, o para pasado, o para el mes que viene, pero la verdad es que no me viene nada a la mente. Tampoco esta computadora, a la que bautize Margarita tiene egne.
He estado perdida desde que me fui a Venezuela y aun mas desde que llegue. Me cansa horrores los dias completos de clases en ingles y cuando llego a la casa ya no tengo mas palabras.
Estoy confundida. No tengo ideas claras. El cansancio, al igual que la altura, el ribotril y el vino, me droga. Y no se nada. No se que tengo que hacer. En que metro me monto? Tampoco Margarita tiene signo de interrogacion para abrir la pregunta. Tengo que descifrarla, tengo que descifrarme a mi.
El cafe no parece estar haciendo nada. Estoy cansada y la pantalla esta roja, y no me gusta ver todo de rojo porque me pone nerviosa. Y si pregunto por que, no tengo acentos ni signos de interrogacion. Y ahora la negrita se quedo pegada y pufff, ya se quito. No entiendo nada. Nueva York yace afuera. Yo estoy aqui. Estoy cansada. Estoy feliz.

sábado, 15 de agosto de 2009

No quiero irme

Tengo mucho que contar pero hoy nada quiero decir. Esto es lo único que tengo en la cabeza luego de tres semanas de reuniones, comidas, fiestas y viajes a la playa con amigos y familia: no quiero irme. Ya sé que una vida me espera allá en Nueva York, pero hoy, desde la casa de mis padres en Los Palos Grandes, cuando falta una semana y un día para volver, confieso, malcriada, aniñada y negada a enfrentar la realidad, que no quiero irme. No quiero. No quiero. No quiero.

viernes, 31 de julio de 2009

En el aniversario

A los que siempre me acompañan

Llegué un par de minutos más tarde de lo previsto y ella ya estaba ahí. Sentada en una mesa, en la terraza de Boston Bakery, con la mirada en el cuadernito que lleva siempre -"es mi cuadernito de trabajo", me dijo luego- mientras bebía un agua mineral Minalba de esas fancy que apellidan Sparkling.
-Corina -dije suponiendo que era ella, pues era la única chica sóla en todo el lugar.
Se paró de la mesa y nos abrazamos. Era la primera vez que la veía pero ya la conocía. Yo llegué a Kopiva (http://ccontaris.blogspot.com/) y luego ella a Extranjera en el 7-D, y entre un post y otro nos hicimos amigas.
Hablamos de los hombres, del futuro, de periodismo, de su trabajo, del mío, de nuestros blogs. Ella con su agua y yo con un té con limón y Splenda hasta que Debora (http://alieska.blogspot.com/), a quien conocía desde antes de marcharme y conocí aún más desde lejos, se nos unió y seguimos la charla mientras comíamos sanduches y ensalada.
Corina no es la única, por supuesto. Hoy 31 de julio, cuando Extranjera en el 7-d cumple un año, puedo decir que a mis amigos de siempre se han sumado otros igual, o hasta más, importantes que me han acompañado en mi nostalgia.
Andrés (http://theandrewshow.blogspot.com/) me dijo en un comentario hace dos posts qué dónde había dejado a los nuevos amigos. Andrés a ustedes "los nuevos amigos" quiero agradecerles todo lo que han hecho por mí.
Con Víctor (http://victor-marin.blogspot.com/) lo hablamos en Nueva York, donde ahora él vive, el primer día que nos vimos, esa tarde de verano, mientras visitábamos el MET. Pensé en que gracias a este blog lo conocí, mientras comíamos cachapas con queso y bebíamos un vino azucarado -que según la etiqueta, cultiva Diane, una neoyorquina que huyó a los viñedos californianos- en la terrazada del 7-D.
Ayer, después de que me despedí de Corina y Débora lo volví a pensar. Cuando abrí este blog lo hice porque lo necesitaba, porque quería escribir, porque quería ser leída, pero nunca me imaginé todo esto: los amigos que me acompañan desde El Salvador, Argentina, España, Puerto Rico, Venezuela; la ensalada de vegetales rostizados en Boston Bakery, los paseos neyorquinos acompañada de un nuevo amigo, las promesas de un café, una chicha, un fernet, una birra. Nunca me imaginé todo este cariño.
A ustedes "los nuevos", y a los que me acompañan desde antes, gracias.

miércoles, 29 de julio de 2009

Amanecí en Caracas

Después de que el avión aterrizó en Maiquetía, el piloto anunció por el autoparlante que debíamos esperar un rato pues el personal de tierra no estaba. El señor gordo y sudoroso que estaba a mi lado se llevó la mano a la cabeza en señal de resignación y escuché detrés de mi, más de uno que decía con risa agria "cómo se nota que llegamos a Venezuela". Me imaginé que "el personal de tierra" estaría tomándose unas birritas y viendo el juego. Esa espontaneidad del trópico, que fascina cuando se está desacostumbrado a ella, pero agota cuando se convierte en la norma.
Caminé el pasillo largo y blanco que conduce desde la puerta del avión hasta las taquillas de inmigración y escuché como dos mujeres, una joven y otra no tanto, decían que lo que pasaba en el país era triste, trisssste, con acento fonético en la primera sílaba; que había que irse. Irse como yo, pensé. Corrí hasta la última taquilla de inmigración, antes de que la muchedumbre se diese cuenta de que estaba abierta y no había cola, y Rogelio Díaz me pidió que le diera un chance, pues su jefe se había sentado en la computadora a jugar solitario y le había cambiado todo. Demasiada tropicalidad, pensé. Rogelio por fin arregló lo desarreglado y me selló el pasaporte.
Por supuesto que mi maleta fue de las últimas en salir. Después de un año, mi llegada no podía carecer de tensión dramática. Mi mamá me mandaba mensajitos por el Blackberry y me pedía que me acercara al vidrio para verme a lo lejos. Después de 40 minutos salí. Mi querida madre y mi hermano estaban esperando mientras mi padre daba vueltas para no estacionarse.
En el trayecto mi hermano me mostró como la autopista se había convertido en estacionamiento de varios vecinos de los ranchos que están al borde de la vía. "Ese para el carro ahí, en el canal lento todos los días". La tropicalidad nos mata.
En la casa, mi madre me ayudó a vaciar la maleta y arreglar la ropa en mi nuevo closet. Inmediatamente me di cuenta de que mi cuarto aquí es más grande que el 7-d. Costó para que me fuese a la cama. Por fin a la 1 mi padre nos dijo a mi madre y a mi que bastaba, y me fui a mi cuarto. No tenía sueño y me puse a revisar unas cartitas que me escribieron mi amigas Arroceras (debo aclarar que la arroceras somos un grupo de "lectura" en el que hacemos, desde leer el tarot, a beber, todo menos leer libros) en mi despedida de soltera. Adela decía que era una loca. Victoria que admiraba mi letra, Eulalia que le gustaba como carecía de vergüenza. Por eso es que uno guarda viejas correspondencias, para recordarnos cómo nos ven los otros. Me dormí después de leer la última cartita, embojotada en un edredón y sabanas blancas y con el aire acondicionado a mil.
Me desperté sin el sol achicharrante que entra por el 7-d en verano, sin el calor pegajoso que se siente allá porque el aire acondicionado no funciona, y sin mirar los techos de los edificios y el humo de la fábrica que parece no parar nunca. Tardé un segundo en darme cuenta de que estaba en Caracas, en casa de mis padres. No quería pararme de la cama, pero tenía hambre, así que bajé a la cocina. La señora Miriam me abrazó, me dijo que estaba bonita, gordita, que antes estaba muy flaquita, y que tenía cara de niñita. Pronto llegó mi madre que me prohibió volver a mi cuarto a dormir, y mi hermano que salía para la universidad. Desayunamos los tres juntos, casabe con queso de telita y jugo de patilla. Supo mejor de lo que pensé. Dios cuanto lo extrañaba! (al queso, no a mi hermano). Lindo cambio para alguien que desayunaba lo que encontrara en la nevera mientras veía a Regis and Kelly o a Rachel Ray en ABC.

domingo, 26 de julio de 2009

Viaje a la patria

La maleta vinotinto espera acostada en el piso del 7-D. Esa misma que vino full hace un año cuando llegué a Nueva York, mañana regresa, a medio llenar, a Caracas. Llevo conmigo la ropa más fresca y bonita que he comprado, un tenisómetro para mi papá, unas piedritas para hacer accesorios para mi prima, algunos libros, un vestido para la boda de mi cuñada, una carpeta llena con papeles que resumen mi vida aquí (en caso de que necesite alguno mientras me encuentro fuera), un cuadernito con anotaciones, una cámara llena de fotos de fin de semana que todavía no he pasado a la computadora, unas revistas para mi hermano y unos cupcakes de magnolia para Fede, mi costilla.
Regreso con cinco kilos que he ganado en mi tiempo acá (en realidad creo que son más pero no quiero ni saber) y un nudo entre la garganta y el estómago. Regreso después de un año. Regreso a pasar un mes con mi familia. A recargarme de energías. Regreso a comer queso telita y guayanés y cualquier otro blanco fresco. Regreso para encontrarme con mis amigas y alcanzarles la vida que me perdí (los hijos que tuvieron, los trabajos que consiguieron, los apartamentos a los que se mudaron). Regreso a mi cuarto de niña soltera en casa de mis padres. Regreso a la berenjenas rellenas de la señora Miriam y a su sopa de pollo milagrosa.
Regreso a "casa". ¨O no? Cuando uno regresa al país que dejó, está regresando o se está yendo? Cuál es la casa entonces? El 7-d que dejo por un mes o la de mis padres con mi cuarto de paredes blancas y cubre cama de flores ? Dicen que hogar es donde el corazón está. Y si el corazón está dividido?
Regreso, entonces, a lo tanto extrañado, a lo tanto llorado, a lo tanto anhelado. Regreso a contar cómo es no ser La Extranjera del 7-d. O quizás a contar como es ser La Extranjera sin mi 7-d.

miércoles, 15 de julio de 2009

Embellecerse en la esquina del caos

Las chancleta negras y rosado fluorescente tiradas en el piso ya no blanco, cubierto por mechones de cabellos de todos los colores y texturas. El papel de aluminio de la merienda de la mañana en el tocador, el video de Jerry Rivera en la televisión y el reggeaton que reza que lo muevo y soy tuya.
Tres mujeres al final del salón que conversan mientras a la una le lavan la cabeza, a la otra le cubren de esmalte negro el dedo gordo del pie, y a la última le quitan los rollos del pelo. Albania que me dice, mientras mueve sus carnes, envueltas en una licra blanca y una franelilla turquesa que no llegan a cubrir su inmensidad, que si quiero hacerme el blow (secarme el cabello) o los rolos (para que el cabello quede ondulado). El Blow le digo.
Me hago un espacio en un taburete negro que tiene el tapiz roído y que deja a la vista la goma espuma, mientras un niño a mi lado, le da tetero a su hermanito que está en el coche y llena el asiento, el suelo y a él, de leche, que espero sea fórmula y no leche materna.
Mientras espero a que me atiendan en Maggie, salón de belleza unisex, en una esquina de una calle en Washington Heights (Dominican Heights, más bien), Nueva York, no puedo evitar sentirme en casa. Recuerdo cuando Zoilín, mi peluquera, estiraba mis rizos en el caos de un cusuchito en una esquina en El Silencio, Caracas, justo al frente de un burdel y a unos cuantos edificios de la sede de El Nacional, el periódico donde trabajaba, o cuando me escapaba a la hora del almuerzo a El Oso Unisex, justo al lado de una tasca en Los Cortijos en la que viejos barrigones y jóvenes lascivos jugaban caballo los viernes por la tarde.
Albania termina de quitarle los rollos a la doña a la que atiende y me invita a sentarme en su silla. Ella, antes de empezar, se sienta en la de enfrente y se cambia los zapatos deportivos por las chanclas negras y rosado fluorescente, justo antes de agarrar con las manos embadurnadas de sudor de pie, un mechón de mi cabello.
Albania me recuerda a Zoilín, la de El Silencio, que almorzaba fideos con caraotas justo antes de que yo llegara, y que cantaba Jerry Rivera mientras me atendía. Entiendo por qué de todas las peluquerías de Nueva York escogí este rincón sucio y ruidoso y no un oasis impecbale donde una japonesita te masajea el craneo mientras te pone el champú.
El caos está en mi ADN, tengo una inclinación hacia él, lo anhelo cuando no lo tengo, aunque luego me queje. El caos me hace sentir en casa. No es que nos disfrute de los masajes de la japonesita y no sepa distinguir que posiblemente en una peluquería en el Upper East Side me atiendan mejor, pero a mi las chancletas, el reaggeaton y Albania me hacen sentir contenta. Tal como Zoilín en El Silencio, o las negritas de licras de El Oso Unisex. Está eso, y que me ahorro unos dólares, claro.

sábado, 11 de julio de 2009

Yo conmigo

Por estos días en los que Licantro está desde las 8:00 am hasta las 6:00 pm en la ONU, Luciana y Leo están fuera de la ciudad y Penélope está trabajando también, he pasado mucho tiempo sola en la ciudad. Debo admitir, si no es que ya lo saben, que yo no soy de esas personas que dicen que "saben disfrutar de su soledad", pero en esta semana he descubierto que puedo pasarla bien sola solita. De hecho, puedo pasarla muy bien.
Como el verano está aquí, ya no tengo la excusa de pasar el día enrollada en la bata de peluche, echada en el sofá vainilla, primero porque el calor en el 7-d es insoportable y segundo pues porque da remordimiento desaprovechar un día soleado.
El lunes pasado fui a sacarme mi ID de Nueva York. Después de un año cargando la cedulita venezolana era necesario. Sencillísimo el asunto: fui a una oficinita en la 34, lleve una planilla, mi pasaporte y mi tarjeta del seguro social y media hora más tarde ya estaba afuera con mi ID provisional en mano (la original la mandan en dos semanas por correo). Siempre he odiado hacer este tipo de trámites sola pues me vuelvo un desastre pero la cosa salió muy bien.
Al terminar me di cuenta que estaba cerquita de Macy's y decidí aprovechar para buscar un vestido para la boda de mi cuñado. Buscar un vestido para un matrimonio es algo que no hubiese hecho sola en Caracas jamás, pero la verdad es que si esperaba a que alguien me pudiese acompañar me iba a quedar sin vestido.
Así que llegué al piso de los vestido, me probé como 30 y dejé uno reservado. Azul marino, de capas, escote en V. Muy elegante y totalmente favorecedor. Me forzé a utilizar sólo mi criterio, para elegir, sin la opinión de Licantro o una amiga (claro que debo confesar que me tomé una foto y se la mostré a Licantro y mi madre).
Lo consulté con la almohada y el martes después de la clase de inglés fui a Macy's a buscar mi vestido azul. Lo que creí que sería una visita corta, buscar el traje y largarme se convirtió en una jornada de 4 horas. Cuando tenía el vestido decidí que, ya que estaba ahí no era mala idea buscar los zapatos. A cada par que veía le tomaba una foto y se la enviaba a mi querida madre para que me diese su opinión. Me dicidí por unos Anne Klein, dorados y champagne, preciosísimos.
Cuando tuve los zapatos pensé que, ya que estaba ahí, debía aprovechar para comprar la ropa interior apropiada para el atuendo (las que son mujeres saben que uno no se puede poner cualquier vestido con cualquier sostén, no, no, no) y luego me dije que, ya que estaba ahí, podía comprarme los zarcillos a juego. A las 5:00 pm caí tendida en una mesa en la cafetería y disfruté de un pollo a la pimienta by myself. Cuando vi el reloj me di cuenta que había pasado un día sola de una manera productiva sin derramar una sóla lágrima.
El día de compras sola me dejó un buen sabor porque el miércoles en la mañana me desperté y decidí que me iba al cine. Antes de las 12:00 pm la entrada cuesta la mitad y lo fabuloso del cine a donde voy es que uno se puede cambiar de película sin que le pidan la entrada. Así que cuando terminé My Sister's Keeper entré a The Proposal. A salir del cine abosolutamente feliz me crucé con unos zapaticos negros chatos soñados y los compré, y luego me fui a Central Park y me lancé en la grama bajo un árbol. Estuve sola, echada, divina, pensando en cómo le hubiese gustado a Federico mi costilla verme ahí abstraída y feliz.
Con dos días de soledad tan marvillosos, en el tercero tomé un riesgo mayor. Me fui a un restaurante thai a almorzar sóla. Me daba fastidio cocinar y estaba antojada de un pollo al curry verde. Ningún drama aquí tampoco, me senté en la mesa, comí tranquila, relajada, pagué y me fui, esta vez a la casa, al sofá vainilla. La paseadera me dejó agotada.
Pienso en mi semana como la serie de libros infantiles sobre Teo. Aquella en que un chico gordinflón pelirojo iba al zoológico, la playa, el centro comercial y tenía increíbles aventuras. En vez de Teo va al zoológico, La Extranjera va a Macy's; La Extranjera se relaja en Central Park; La Extranjera come pollo al curry, La Extranjera va al cine. Está muy bien, creo yo. Después de todo, si no me tengo a mi misma para que me sirve todo lo demás?

domingo, 5 de julio de 2009

El día, la tarde, la noche

Primero el día; de amarillo y verde. Con el sol que quema y el viento que sopla y evita que uno se achicharre. El día como hace mucho no teníamos, sin lluvia, sin humedad, con brisa. El día que grita, que invita a pasear en el parque y ver el río y observar a los niños que juegan a mojarse con un chorro, y los padres que corren tras ellos. Y las parejitas que comen helado, y las madres que pasean a los babies, y aquellos que pasean a los perros. Perros que andan contentos y alborotados. El día para ir al super y comprar frutas y vegetales, y comer pollo al horno y ensalada griega, con mucho pepino para hidratarse.
Luego la tarde; de naranja y rosado. Tarde de gente que camina por Columbus Circle y juega con el agua de la fuente. Tarde de amor que pasea en carretas jaladas por caballos y taxis bicicleta. Tarde de señoras buenas mozas vestidas de rojo, azul y blanco para celebrar el 4 de julio. Tarde de niños que corretean por las aceras con banderitas tricolor. Tarde de cielo naranja y rosado, morado, fucsia y azul. Todo junto. Tarde de vista al Hudson desde el apartamento de Penélope mientras esperamos los fuegos artificiales que Macy's patrocina todos los años. Tarde de foi grass y queso fialdelfia con pimentón dulce.
Por último la noche; impúdica, sin querer vestirse de negro porque es verano. La noche con el pum pum pum de los fuegos artificiales que se observan desde la ventana de Penélope tan cerca y tan claros, como si estuvieran proyectados en una pantalla de cine. Rojos, azules y blancos como la independencia, en forma de aros, roscas, espirales y pompones. Noche de luces que brillan por media hora y de gente que grita Happy 4 of July. Noche de gente, como yo, que celebra el 4 de julio porque-se-supone-que-se-debe-celebrar y porque quiere beber. Noche de gazpacho fresco y sabroso para volver a la vida. Noche que se acaba y se convierte en madrugada acompañada de cuentos sobre otra Caracas, otra Nueva York y las aventuras de unas damas muy elegantes. Madugrada que termina con el último sorbo de una vodka con jugo de cranberry y que anuncia una mañana de resaca, lenta y pesada.

viernes, 3 de julio de 2009

Desapariciones

He estado en todas partes y ningún lado al mismo tiempo. Mi mente y mi cuerpo no van al unísono y ni hablar de mi corazón, pero aún así puedo decir que estoy feliz. Que mi vida aquí se ha llenado súbitamente de gente y de cosas, de lugares, de sabores, planes y promesas. Que hace un mes podía contar con una mano los amigos que tenía en esta ciudad y ahora puedo usar las dos. Que mientras mi vida se llena, siento que La Extranjera del 7-d se desvanece, y me da miedo.
Le conté a Lore (http://laventanayelgato.blogspot.com/) lo que ocurría y se alegró. Me dijo que era normal y lindo lo que vivía pues significaba que estaba feliz. Y lo estoy. En estos días de desaparición han pasado muchas cosas: he ido a fiestas extrañas, bares, teatro, restaurantes, conferencias, me he reunido con mis futuros compañeros de clases, he leido libros, he escrito mucho en inglés y lo más importante, he cumplido un año más.
Los 29 años me propuse celebrarlos con todo. Las fiestas comenzaron el domingo 28 de junio (cumplí el primero de julio) con un brunch en casa de Luciana y Leo, su marido. El bello de Leo (quien se queja de que nunca escribo sobre él) me preparó un desayuno sabrosísimo. Arepas como las de la abuela, es decir sin tostiarepa ni artilugios modernos, sólo a punta de mano, sartén y horno, queso frito y hasta dos tortas para cantar cumpleaños.
El lunes 29 paseé todo el día con la Luciana y en la noche fui a comer con Penélope, su marido, y la familia de una amiga caraqueña que estuvo de visita. Me pusieron a escoger el restaurante, y me di cuenta que casi después de un año, conozco Nueva York como nunca imaginé. Casi mejor que Caracas, me avergüenza reconocer. Después de muchos vinos, grapas y whiskys Licantro y yo llegamos al 7-D dando tumbos (el más que yo, ja!).
El martes 30 en la noche, la Luciana y yo nos tomamos unos mojitos y un trago amarillo en copa de Martini en la terraza de un un bar por la 50 con Madison. En la noche llegué a casa y Licantro me esperaba para darme mi beso y abrazo de feliz cumpleaños y una tarjeta en la que me decía que celabraríamos mi cumpleaños comiéndonos la ciudad a mordiscos. Así fue.
El miércoles 1 Licantro me llevó a un Roof Bar donde vimos el atardecer dobre el Hudson con mojito en mano y luego a ver Mary Poppins. El había dicho que jamás vería esa obra pero antes de entrar al teatro me dijo que cualquier cosa por hacerme feliz. Lo mejor, es que lo dice, en serio.
Entre tanto trajín, entonces, me he perdido. Lore me preguntó algo que me dejo pensando y que todavía no puedo responder: "¿Te sientes menos extranjera?". No sé. Comienzo a tener una vida, una rutina. Después de casi un año, he logrado hacerme una historia y esto, sin duda me llena de alegría. No tengo demasiadas respuestas todavías, pero si sé algunas cosas con certeza: no estoy lista para dejar ir a la Extranjera, ni a este blog, ni a ustedes. Lo demás, lo descubriré en el camino.

jueves, 18 de junio de 2009

Mi amiga Yen

Yen dice que mi nombre chino es Kan-Ya-La (así suena, ni idea de cómo se escribe) que significa saludable-buena-feliz. Lindo, ¿no? No hubo ceremonias. Me bautizó ahí mismo en plena Canal Street, en China Town, después de comprar un cuarto de pato rostizado, una libra de tender loin, unas hierbas chinas cuyo nombre no se sabía, leche de soya, varios pasteles rellenos de cochino al barbecue, agua de coco y una caja de chocolates en formas de botellitas rellenas de licor, como las que comían en El imperio del Sol.
- ¿Ahora, cuándo conozca a algún chino le puedo decir mi nombre?- le pregunté.
- Cuando aprendas a pronunciarlo.
- Mejor será que me lo escribas y enseñe el papelito- y mientras me escuchaba estiraba sus labios delgados y me repetía "Will work on it" (trabajaremos en eso).
Me llevó agarrada del brazo casi todo el tiempo desde que salimos de la clase de inglés hasta que llegamos al restaurante vietnamita, pues según me explicó, en Chinatown se come vietnamita y en Flushing Queens comida china.
Pidió más comida de la que podíamos agüantar, cosa común en ella dice, que siempre pide de más. Es que Yen ama comer, coninar, escribir de comida, tomarle foto a la comida y cualquier otra cosa que tenga que ver con este pecado capital. Lleva un blog sobre restaurantes, en chino, y es crítica gastronómica para un par de revistas en su país. La estoy convenciendo para que estudie periodismo pero no quiere. Lo de ella es abrir un restaurante, pero no tiene plata , me dijo.
- Siempre que vengas a China Town ponte botas de lluvia, esto es muy sucio- me dijo y minutos después cuando pedí un baño que resultó estar asqueroso, me lo volvió a recordar, "esto es China Town, que más puedo decirte". Yen es directa, dice lo que piensa o más bien lo que siente, y es tocona como los latinos. "En China no son de mucho contacto físico, pero la gente necesita que la toquen. A mi me encanta abrazar".
Yen vive en Nueva York desde hace tres años, cuando llegó acompañada de su esposo, un neyorquino que trabaja en un bufete de abogados. Su nombre americano -sí tiene uno- es Sabrina y lo usa siempre que va a pedir un café en Starbucks. "La gente no se acuerda de Yen".
Le dije que era mi primera amiga china pero no le hice saber que antes de conocerla yo tenía mis prejuicios. Pensaba que dos culturas tan diferentes como la de ella y la mía no podrían llevarse bien. Ella me demostró lo contrario cuando al segundo día de clases me invitó a comer a un restaurante húngaro.
Al terminar las compras en China Town me llevó al mejor lugar de masajes, según ella, en la ciudad. Agarró una tarjetica y me dijo que la guardara. Ántes de despedirnos le dije que aunque ya había estado antes en China Town, era la primera vez, que en realidad visitaba China Town. Antes de hoy no conocía la heladería que tiene sabores de lychee y frijoles rojos, la tagüara japonesa donde se comen noodles por tres dólares, la tienda de té con las vendedoras antipáticas, el mercado donde venden nidos de pájaros medicinales que cuestan 1.500 dólares la libra y el Hong Kong Supermarket, donde una rana vieja y gorda con un lunar rojo nos espantó desde su pecera de vidrio.
La ayudé a cargar las cuatro bolsas que llevaba hasta la plataforma donde tomaría su tren y antes de irme me dio un abrazo:
- Nos vemos el martes Kan-Ya-La.

sábado, 13 de junio de 2009

Hoy sólo quiero una empanada

Nada de waffles, ni de panquecas con blueberry ni de pan con mantequilla de maní. Hoy no quiero bagels con queso crema, ni cereal, ni mucho menos omelette, pues la verad es que no me gusta el huevo, pero ni siquiera quiero arepas. Hoy, ahorita, justo en este instante, cuando es temprano y el Licantro todavía duerme (yo no pegué un ojo en toda la noche, quién sabe) sólo quiero un par de empanadas fritas rellenas de queso blanco.
Como las de la señora de la cantina del colegio de monjas, bien grasosas o "grasientas" como les decíamos, tanto que después había que ir corriendo a lavarse las manos para que el aceite saliera. Como las que me comía en el camino a Choroní, cansada del viaje en carro, una hora antes de alcanzar el destino. Como las que hacía la señora Miriam en mi casa, pequeñitas, con los extremos tostaditos y el queso chorreando. Como las que me comía en Margarita antes, durante o después de una pea. Como las que compraba en un cusucho horroroso cuando trabajaba en El Silencio. Como esas que despreciaba en Caracas y que ahora quiero con desenfreno. Harina pan, queso y aceite. Ummm...
Ya va. Yo tengo harina pan en la cocina. Sólo hace falta el queso. ¿Qué hora es? Las 9:00 am. Ya el supermercado está abierto.
"Bebé", le dije a Licantro, todavía enrollado como un gusano en la sábana amarilla, "voy al super". Llegué con mi queso blanco de freir, que no sabe igual al que venden en Caracas pero que hace las veces. Licantro estaba despierto.
- Vamos al yoga- dijo.
- ¿A qué hora es?- respondí.
- A las 11:30 am.
- Umm, ¿nos da tiempo de desayunar empanadas?
- ¿Empanada?
- Sí, es que tengo un antojo loco desde las 6:00 am de comerme una empanada.
Llamada a la suegra, detalles técnicos. Se hace una bolita se pone sobre el papel plástico, se aplasta, se coloca el queso, se lleva un extremo del papel plástico al otro, y así se le da la forma. No me quedaron como las de la cantina del colegio pero mal no están.
Aceite que hierve, Licantro que las pone a freír. La boca que se hace agua. El sonido de la fritanga, el olor del aceite quemado, sal y queso...
El mar de la Guaira. La arena, el sol que quema la piel, el cabello lleno de salitre que se alborota con el viento. Las camionetas "machito" estacionadas al borde de la playa, la salsa, el reggeaton, el punki punki a todo volumen. Los cuerpos que se pasean por la orilla. La guarapita con agua ardiente barata de la bodega de la esquina y jugo de parchita. Las empanadas en bolsita de papel marrón. La ilusión de encontrar al país en un mordisco. Empanadas de queso mientras observo los edificios de Nueva York desde la ventana.

miércoles, 10 de junio de 2009

Venezuela, no Minnesota

Me ha pasado varias veces, por lo menos 20 desde que vivo en Nueva York, y el lunes, cuando estaba en Park Slope (Brooklyn) en un Happy Hour con mis futuros compañeros de clase, una chica me respondió cuando le conté que mis padres también eran de Venezuela: "Ah, son de Minnesota".
Sí, sí. Ya sé que algunos dirán, como yo me lo pregunto, "en qué universo paralelo esas dos palabras suenan igual", pero la verdad es que para el oído de los gringos es lo mismo.
Incluso en mi antiguo trabajo, un compañero cubano que tiene toda su vida en este país, me dijo "y cómo fue crecer en Minesota". Pues la verdad no lo sé, y espero no tener que averiguarlo porque estoy muy feliz en Nueva York y referencia que tengo de Minnesota es que fue el hogar de Brenda y Brandon Walsh antes de mudarse a Beverly Hills 90210.
Hace un par de semanas en una reunión de venezolanos el tema salió a relucir, y pues todos nos preguntamos lo mismo, incluso repetimos las dos palabras varias veces para ver si lo entendíamos. "Venezuela/Minnesota, Venezuela/Minnesota, Venezuela/Minnesota". Um, um, nada. Ninguna idea.
Por los días en que iba a La Escuelita al otro lado del río, el calvo cuarentón me dijo: "Suenan exactamente igual". Como él no era precisamente muy didáctico y no tenía ganas de enseñarme nada porque no me agüantaba, hace dos días le pregunté a mi profesora de inglés, en un nuevo curso de escritura que estoy haciendo, por qué mi país y el estado gringo les suena igual.
Me pidió que le pronunciara Venezuela: "Ajá, es que estás diciendo Benesuela y no Vvvve-ne- zzuo-la", me dijo. Fresca y oronda le respondí que era Benesuela pues nosotros no pronunciamos ni la uve ni la zeta. Me dijo entonces que tenía dos opciones, luchar contra el sistema y ser aplastada, o tratar de adaptarme y decir Vvvv-ne-zzuo-la en inglés pues estábamos en Estados Unidos. Creo que es claro que no me queda opción. En todo caso, si escojo la segunda voy a necesitar un cursito para aprender a decir el nombre de mís país. Irónico, ¿no?
Para que vean que no miento y que la cosa es de dominio público les dejo esto, que espero los haga reír como a mí. Es una campaña de HBO http://www.youtube.com/watch?v=WVU6ulSMjc8

domingo, 31 de mayo de 2009

Toda la historia

Pocas veces se sabe la historia completa. De cualquier cosa, de cualquier hecho, de cualquier persona. Lo que se conoce es lo que ésta o quienes manejan el hecho o cosa, quieren decir. La verdadera historia casi nadie la conoce. Todos contamos única y exclusivamente lo que queremos. Lo que deseamos que los otros sepan de nosotros. Facebook es un gran ejemplo: no he visto fotos de nadie cuando lo maletearon de su casa, o el día en que estaba rogándole al jefe que no lo botara, o cuando fue al banco a pedir un préstamo y no se lo dieron. Y ahí me incluyo a mí.
Lo mismo sucede cuando le contamos una historia a alguien, o viceversa. Fulanita se consiguió al novio perfecto, es millonario, soltero, la idolatra y se quiere casar con ella. Claro, omitieron el hecho de que el novio perfecto no tocó la puerta de Fulanita sino que ella se le presentó, lo buscó, lo persiguió y finalmente lo enamoró. Mosca, yo no tengo nada en contra de Fulanita. Yo admiro a Fulanita. Lo que quiero decir es que la historias son, una versión de lo que pasó, no lo que pasó.
Mengana tiene el trabajo soñado, gana buenísimo, el jefe la adora, trabaja de 9 am a 5 pm. Claro, omitieron el hecho de que Mengana estuvo tres años sin nada, tuvo que vender ponqués y collares para redondearse y por fin, gracias a un conocido, y sus méritos que por supuesto no eran pocos, la contrataron en una empresa transnacional, donde seguramente no pasará mucho tiempo hasta que se de cuenta de que el trabajo de sus sueños apesta y que trabajar en una transnacional es una larga cola de asuntos burocráticos, uno tras otro.
Está Sutana por supuesto, que tiene una familia lindísima, unos hijos, que mira, son una preciosura, un esposo que se la lleva los fines de semana a Los Roques a desestrezarse, y una casa que ella misma decoró y es de un gusto exquisito. Y sin malpensar que el marido de Sutana le está montando cachos con la secretaria, porque eso no lo sabemos y no todos los hombres son infieles (eso dicen), todos los días cuando llega las 6 pm, los niños ya terminaron las actividades, y el esposo está en camino de la oficina a la casa, Sutana mira por la ventana de su casa decorada con un gusto exquisito y se pregunta con pánico si eso es todo. Como dijo García Márques en una de sus notas de prensa, "Las esposas felices se suicidan a las seis".
Yo crecí en una familia feliz, pero si en algún momento algo malo ocurría, y me refiero pues a malas calificaciones, un noviecito malaconducta, una enfermedad semigrave, la reacción natural era esconderlo. No era mentir. Eso nunca. Sino simplemente no hablar de ello.
Mi madre a quien tal vez le gustaría que yo fuese menos deslengüada, a veces me reclama: pero para qué cuentas eso! Y como a mi me gustan las historia completas (aunque hay quienes prefieren la otra versión), voy a contar enteramente una que para mí es muy importante.
A los tres meses de estar en Nueva York, la empresa donde trabajaba, un periódico web para la comunidad hispana, cerró con el crash de la bolsa. El dinero no era el mayor de los problemas, sino la inquietud de qué hacer con mi vida. Luciana me avisó de las clases en La Escuelita y ahí estuve por tres meses. Terminé el curso y apliqué para hacer un master en periodismo. Presenté tres veces un examen en el que no saqué la nota que necesitaba, más el TOEFL en el que tuve una buena calificación pero no suficiente para Columbia University. Como pude, apliqué allí, en NYU y en CUNY (City University of New York) gracias a varias noches de isomnio y la paciencia mis padres y Licantro que leyó y editó cada uno de mis ensayos (vale especificar que Columbia pedía tres cortos, NYU uno muy largo, y CUNY uno intermedio).
Mientras esperaba la respuesta tomé un curso de periodismo de revistas para mujer en el que aprendí cómo hacer una pitch letter ( las cartas que se le mandan a los editores proponiéndoles un tema) y comencé a buscar trabajo. Nada aparecía. En marzo llegó uno, en Nielsen una empresa grande, que se encarga entre otras cosas de realizar mediciones de audiencia. Fui escritora medio tiempo y trabajaba de 7:00 pm hasta la hora que fuese. 12, 2, 4 y hasta seis de la mañana. Mi trabajo consistió en elaborar encuestas acerca de los programas de Telemundo e Univisión, y aquel que haya visto Sábado Gigante entenderá que aquello estaba lejos de ser un paraíso.
Cuando estaba en San Francisco, por allá en Marzo recibí la primera noticia de una universidad, Columbia, "habían estudiado minuciosamente mi aplicación y lamentaban informarme que no estaría con ellos". Una semana después recibí otra igual de NYU. Le dije a mi familia, a mis amigos, a todos. Una amiga a quien le conté un poco avergonzada el drama me contestó, "marica déjate de huevonadas que la gente te cuenta que la aceptaron pero no te dice cuantas veces aplicó". Cierto, luego me entré que Otra Fulana, que contaba campante que la habían aceptado rapidísimo, había aplicado tres veces.
Un poco después recibí, la última respuesta: estaba en lista de espera. Una mínima esperanza se asomaba en el horizonte y yo me guindé a ella como una mona. Fui a la escuela, hablé con el director -quien me dijo que yo llenaba todo los requistos pero que este año por la crisis aplicaron más del doble que el año pasado-, le mostré mi interés, fui a un par de clases, hice todo lo que pude y esperé. En esa época escribí tal vez algunos de los post más deprimentes y por eso me repetía "lo mejor es lo que pasa".
Hace una semana y media, cuando mi madre estaba todavía aquí me llamaron de CUNY a decirme que me habían aceptado para hacer el master en periodismo que empieza a finales de agosto. Sí, cierto, un final feliz, felicísimo. Me siento honestamente emocionada y orgullosa, y siento que sí, "que lo que pasa es lo mejor", pero a riesgo de que cada vez que cuente esta historia alguien se aburra y se de la vuelta, cuando me digan "que suerte tienes, entraste a la universidad a hacer el master que querías" voy a relatar todo esto. Todo. Porque a mi me gustan las cosas como son. Porque no quiero ser percibida como Fulanita, ni Menganita ni Susanita. Y porque me parece una pérdida de energía parecer lo que no es, o disimular o semiocultar o como quiera que se diga. Somos lo que somos, con nuestras glorias y nuestras miserias. Y mi verdad es esta: tengo 11 meses en Nueva York y acabo de encontrar un rumbo. Y me costó. Me costó que jode. Y ésta, llena de más miserias que glorias, es toda la historia.

viernes, 15 de mayo de 2009

Mami está aquí

Llegó el lunes 11 de mayo en la tardecita, justo el día de su cumpleaños y Licantro la fue a buscar al aeropuerto porque yo estaba en clases. Nos encontramos en 6th Avenue con 8 st, justo enfrente de Barnes & Nobles, cerca de mi Univesridad y del lugar donde íbamos a cenar. Le compré una libretica Moleskine porque siempre carga una horrorosa en la que anota todas las tiendas en las que quiere comprar, los restaurantes en los que quiere comer, las calles por las que quiere caminar, y me pareció adecuado que cultivara su hábito con glamour.
La abrazé en el medio de la calle, en la acera, mientras Licantro nos observaba. La abrazé como por dos minutos, y me hubiese quedado una vida ahí, en el primero de todos los regazos, de no ser porque estábamos estorbando el paso y los neoyorquinos son poco pacientes. Le dije lo bella que estaba (absoluta verdad, mi madre está más buena que yo) y la tomé de la mano hasta que llegamos al restaurante.
Estaba cansada pero hambrienta. El pollo del avión era puro pellejo, dijo. Le recomendé que se comiera el salmón al grill. Sacó su libretica Moleskine y me hizo anotarle el nombre del restaurante y el plato que comió. Después de la cena paseamos un rato más en una noche de primavera con un viento más bien cálido y al llegar a la casa me dio un montón de regalos que me había traído. Era su cumpleaños y ella me dio regalos. Eso, sólo lo hace mami.
A la mañana siguiente me despertó a las seis de la mañana con la mentira de que eran las 10 para ir a caminar al parque. Uno de sus buenos hábitos que está tratando de pasarme. Quise matarla pero en lugar me levanté, me puse zapatos y me fui al parque así en pijamas. Luego hicimos mercado, fuimos al banco y le cociné un almuerzo. Mami se quedó sorprendida del pollito en el wok y los champiñones al ajo que le hice. Luego nos fuimos a pasear por Madison y terminamos la noche junto a Licantro en un bar llamado Mono (Monkey Bar) que según es del editor de Vanity Fair.
Mami está aquí porque quería pasar su cumpleaños conmigo. Mami está aquí porque yo le pedí que viniera. Mami está aquí y he reído con ella, caminado con ella, comprado con ella, y por supuesto, peleado y llorado con ella. Hoy no aguanté más y me convertí en cascada de lagrimones rabiosos y mami se puso triste pero dijo que tenía todo el derecho de estar furiosa, que llorara todo lo que quisiera. Mami está aquí y yo quiero tener de nuevo cinco años y que me haga moñitos y me lleve a las piñatas. Mami está aquí y no quiero hacer nada, sólo ser consentida por ella. Mami está aquí y yo sólo quiero ser su hija, después de todo lo que he renegado de ella. Mami está aquí y yo sólo quiero estar con ella. Todo el tiempo con ella.

jueves, 7 de mayo de 2009

Filosofia que sabe a chocolate

Foto 1

Foto 2
Me hace feliz cuando Nueva York me habla y me gusta lo que me dice. Como ayer. Acompañé a Licantro a West Harlem, pues está desarrollando un proyecto para esa comunidad y quería saber sobre sus necesidades, gustos y hábitos. Llegamos primero a una tienda de discos de música religiosoa y extractos del Corán donde un hombre alto y delgadísimo nos atendió. Era de Senegal, al igual que gran parte de la comunidad. Nos recomendó que pasáramos por la casa Senegalí Estadounidense. Eso hicimos, Licantro entró y yo me quedé afuera observando. Mujeres grandes de piel negra caminaban con pasos pesados con sus cuerpos envueltos en mantas estampadas y su cabezas cubiertas con panuelos de colores enrollados en forma de turbante. Los hombres conversaban en el kiosco o a la salida de los restaurantes y alguna madre arrastraba a su hijo de regreso del colegio.
No era la primera vez que estaba en Harlem. Cuando Licantro salió le sugerí que fuésemos al mercado africano, ese donde hace casi nueves meses, recién llegada yo, le compré tres monos de madera a Modou. Estuvimos un rato pero nos marchamos porque no había mucha vida. Estábamos a punto de tomar el metro cuando en la esquina de la 116 y St. Nicholas nos topamos con una pastelería de paredes rosadas y tortas con mucho pastillaje llamada Make my Cake (http://www.makemycake.com/). Lo convencí para que entráramos porque él preocupado por mi adicción a los dulces, quería llevarme castigada al 7-D.
Una mujer voluptuosa y sabrosonga (por su vestido descotado) de nombre Aliyyah es la imagen del lugar. Su caricatura cuelga junto a flores de papel mache y otros guirindajos por todo el local (ver foto 1). Resulta que es, la tercera generación de una familia dedicada al negocio de rescatar las recetas del Sur y hornear las que están consideradas entre las mejores tortas de Manhattan. En un vencidario al que los turistas casi no van y los locales, acostumbrados a moverse por la zona donde viven, trabajan y uno o dos vecindarios más (sorprende lo montunos que pueden ser) le temen, está esta pasteleria que ganó un premio otorgado por el New York Times por su Red Velvet Cake.
Después de una selección cuidadosa nos decidimos por un browney de chocolate con nueces encima, sólo porque la torta cremosa de oreo con la que me había antojado no venía por pedazos. Nos sentamos en una esquina con nuestro brownie, empalagoso, chicloso y crocante al mismo tiempo -justo como me gusta- y mientras peleaba por quitarle a Licantro los pedazos grandes vi un letrero de madera con la frase que más me ha llamado la atención últimamente: "Life´s short... eat cookies" (ver foto 2).
Filosofía pura. La vida es corta, pasea por Harlem sin miedo. La vida es corta, camina por Nueva York de la mano con el amor de tu vida . La vida es corta no cuentes tantas calorías. La vida es corta ríe mucho. La vida es corta, quéjate menos. La vida es corta cómprate esos zapatos amarillos que no tienes idea de con qué vas a combinar pero que te encantan. La vida es corta, tiéndele una mano a quien la necesite, así no te la pida. La vida es corta dile a tus seres amados cuánto los quieres. La vida es corta, toma Cosmopolitan, Mojitos, Margaritas (todo en la misma noche). La vida es corta devórate un brownie con nueces a las 3:00 pm antes del almuerzo. La vida es corta... come galletas.

martes, 5 de mayo de 2009

Anna, Marc y yo


A Marc Jacobs, diseñador y genio creativo de Louis Vuitton, y a Anna Wintour, editora de Vogue e icono de la moda, los fotografié ayer en el MET en la inauguración para la prensa de la exposición anual del instituto de la moda titulada The Model as Muse: Embodying Fashion.
Yo fui por dos razones: la oficial es que un amiga me pidio tomara las fotos para un reportaje que está preparando -cabe destacar que yo no soy fotógrafa y apenas se como poner el flash-; la secreta es que -y no se si ya había confesado esto antes en este blog- soy una junkie de la moda. Me interesa, me obsesiona, me distrae, me inyecta energías cuando nada más parece valer la pena. Así que hoy, en lugar de romper el silencio creativo que me tuvo prisionera por una semana con lamentos sobre mi existencia, decidí abrazar mi frivolidad -que la tengo y la amo- y hablar de Marc y de Anna, de lo divinos que son, de lo exquisitos que son y de cómo tomaban café en la sala de las esculturas griegas en el MET, muy cerca de la escultura de Perseo sosteniendo la cabeza de medusa.
A Marc lo vi primero, solito, en la tiendita que vende memorabilia de la exposición, con uno de sus trench khaki y su falda tipo escocesa que revolucionó hace algunas colecciones la moda masculina. Me le acerqué, tímida, casi sin palabras, y le dije como pude:
- Hello Marc, I'm from Venezuela and I would like to take a picture of you.
- Of course- dijo como si no tuviese otra opción.
Posó por menos de medio minuto y un saludo lo distrajo. Una rubia gorda con una pluma en la cabeza le dijo, "Mark every time I see you, you look thiner". Pensé que era verdad, estaba más delgado y sus ojos eran más azules. Hubiese querido haber tenido puesto los guantes a rayas de su marca, que me compré en una de las 15 tiendas que tiene en el Village -es lo único de su línea que tengo pues por ahora está como difícil usar uno de esos vestidos que tan bello lucen Sofia Coppola (cliente fija) o Keira Knightley. Luego otro grupo de gente llegó y se lo llevó. Todos querían un pedazo de Marc.
Una chica me avisó que en el piso de abajo sería la rueda de prensa -aunque no la llamó así pues en verdad no había derecho a preguntas, sólo a escuchar discursos- hice caso y bajé las escaleras. Menos mal. Al llegar a la sala de las esculturas griegas, esa que tiene vista al Central Park, veo una mujer rubia, ya no tan joven, flaca, flaquísima, con el cabello corto al ras de la barbilla y la pollina perfecta cubriendo las cejas: Anne Wintour, la editora de Vogue, famosa por ser tirana, que Meryl Streep interpretó en El diablo viste de Prada. Mi amor propio me detuvo de ir corriendo a sus pies a rogarle que me diese un trabajito -"el que sea manita, hasta quitándote la pelusita del abrigo"- en Vogue.
Tenía un trench coat beige claro sobre una camisa de flores con una falda también de flores, pero de estampado diferente. Medias negrísimas, y zapatos de punta redonda y tacón del mismo color. Una forma de neutralizar el contraste de los estampados, fue mi conclusión basada en horas y horas de revisar religiosamente Vogue, Glamour e In Style (cuando dije que era una adicta a la moda, no bromeé).
Presencié el momento en que Marc y Anne se saludaron con un beso casi etéreo en cada mejilla y compartieron un café en una de las mesas de pie (ver foto). Yo y como tres fotógrafos más, nos instalamos en frente de ellos y con todo el descaro del mundo disparamos hasta que ellos nos miraron feo. Me preocupó que Marc pensara que lo estaba acosando, pero que más da: en verdad lo estaba acosando. Cuando reviso mi cámara tengo fotos de Marc saludando, conversando, arreglándose el cabello, tomando café, limpiándose la boca con una servilleta, etc.
Ambos se sentaron en la primera fila de sillas, uno al lado del otro, a escuchar como los curadores hablaban de la exposición y le daban gracias a los dos por su colaboración y "distinguido aporte al mundo de la moda". Marc dio un discurso que no escuché pues estaba concentrada tomándole fotos y soñando en cómo sería el vestido que me iba a diseñar: Azul marino -mi nuevo color- y beige, corto y con faralados en el cuello. O más bien algo más plano en verde limón y gris con un cierre en el medio. Hot!
En 15 minutos todo se acabó, la Wintour se sentó a conversar -o mejor escuchar porque en el tiempo que estuve ahí no la vi gesticulando- con dos amigos y un guardaespaldas se paró enfrente y evitó que tomara fotos. Guardé la cámara, busqué mi abrigo, y me fui con la feliz certeza de que no importaba que pasara ese día, yo -sí, yo, la Extranjera del 7-d- había conocido -más bien acosado- a Marc Jacobs y Anna Wintour. Yeiiii!

viernes, 24 de abril de 2009

Un día en silencio

El miércoles a eso de la 12:00 am decidí callarme. Fue una desición orgánica, no razonada, que me salió de las viceras sin ningún sentido aparente. Licantro estaba despierto, en la computadora, yo estaba echada en el sofá pensando en mis desaciertos, algo triste, y cansada de nada (había dormido 12 horas la noche anterior), y cuando me preguntó algo le contesté en señas que no quería hablar.
El resto de la noche o la madrugada nos comunicamos por escrito a través del Blackberry. Ya sé, un poco ridículo pues estaba a mi lado, pero en realidad yo, que siempre tengo algo que decir y que aunque no lo tenga me lo invento, no quería pronunciar palabra. Licantro me preguntó hasta cuándo estaría en silencio y le contesté que no sabía, que hasta que mi panorama se aclarara.
Pdría decir que fue una promesa pero no lo es pues carece de fe. Podría decir que quería escuchar más a los otros y aunque esto siempre es buena idea no fue la razón de mi silencio. Podría alegar que estaba deprimida y aunque es muy posible, muchas otras veces lo he estado y he hablado. Simplemente decidí no hablar más y se sintió bien. Lo sentí correcto. Hablaría sólo lo estrictamente necesario, como para interactuar en la calle o en el trabajo, pero no más.
Esa misma noche le comuniqué mi determinación a Luciana y la muy preciosa en lugar de extrañarse o cuestionarme me mandó este mensaje: "Usted haga lo que sienta que la va a curar. Dos pensamientos: Aproveche para escuchar. A veces las cosas se materializan cuando las decimos". La mañana sieguiente se lo conté a mi querida madre y sorprendentemente me dijo que le parecía bien pero que ella creía más en la oración con fe para conseguir las cosas. Es probable, pero yo no me callé pensando que de pronto todo tendría solución, me quedé en silencio precisamente porque no le encontre sentido a ninguna solución.
Así, pasé el día de ayer en silencio, leyendo, viendo televisión, escribiendo. Con Licantro me comuniqué por mensaje de textos que le escribía en mi pantalla y él leía, y el muy bello en lugar de hacerme hablar, le pidió a una amiga que me invitara a una desfile de moda la semana próxima porque quería ver si eso me animaba. Es cierto, en el fondo de mi mudez estaba esa tristeza que me martilla siempre, diciéndome que nada había valido la pena.
En la noche en el trabjó comencé a hablar, primero lo estrictamente necesario y después un poco más. Hoy amanecí hablando, todavía no estoy convencida hasta cuándo lo voy a hacer o si me voy a volver a callar. Ahora mi alma me pide que hable un poco. Mi alma es caprichosa. Como yo.

lunes, 20 de abril de 2009

En tu cumpleaños

Me despertaste con los acordes fortuitos de la guitarra eléctrica que te regalé ayer a las 12 de la madrugada. Me moría de ganas por ver tu cara cuando la descubrieras y no aguanté hasta hoy. Pensar que la caja gigantesca y pesada estuvo allí desde el viernes al mediodía.
La compré en la 14 y con la ayuda de Luciana la monté en el taxi y me vine a la casa. Debajo de la cama parecía ser el único lugar del 7-D donde podría guardarla. Así que la levanté y empuje la caja con los pies. La espalda me quedó doliendo.
Mientras escribo esto, la tienes colgada en el cuello. Creo que ni siquiera me miras, porque ahora la tienes a ella. Tranquilo, no tengo celos. Ya me lo habían advertido, "ya sabes a lo que te expones, va a estar todo el día con la bendita guitarra". El amplificador es potente; eso me dijeron en la tienda. Ja! Ahora ya tenemos como vengarnos del vecino músico y sus tres instrumentos.
Tu padre, tu madre y hasta tú mismo se negaban a la idea de que te la regalara. Que iba a botar la plata. Que si el perol se iba a quedar en una esquina e iba hacer las veces de nuevo perchero. No me importó. Siempre he pensado que los cumpleaños son para malcriarse o malcriar al ser querido. Y si no te consiento yo, ¿quién lo va a hacer?
Mi querida madre me preguntó si ahora me dedicarías todas tus canciones. No lo sé. Y no me importa. Ni siquiera me importa si la sabes tocar o no. El regalo valió la pena sólo por verte la cara de desconcierto cuando descubriste la caja debajo de la cama, cuando la abriste, cuando tuviste la guitarra azul eléctrica en la mano.
- No puedo creerlo, no puedo creerlo, no puedo creerlo- repetiste sin cesar.
Me preguntaste que cúanto me costó, te preocupaste por la plata. Te dije que los cumpleaños no son para actuar con prudencia, son para dejarse ir, para mandar los problemas, los prejuicios y los temores al demonio. Los cumpleaños son para ser feliz.
Ahora mientras te cepillas los dientes detrás de mí y pones la cara más cuchi del mundo pienso que hacerte feliz es lo único que importa. Y perdóname por favor, si algún día dejé de hacerlo, ya sabes lo estúpida que soy a veces. Disfruta tu guitarra, disfruta la vida; disfrutémosla juntos.
Te amo con toda mi alma.
Feliz Cumpleaños!

jueves, 16 de abril de 2009

Seré quien soy

Por allá por diciembre, Luciana hizo una reunión en su casa e invitó un grupete de chicas, casi todas venezolanas a exceptuar por una mexicana. Sentadas en una mesa comimos boconccinis, tapenades de aceituna y otras delicias que Lu preparó (o compró, jijiji), y bebimos unas cuantas, demasiadas, botellas de vino. El alcohol por supuesto soltó las lenguas y el tema giró en torno a los gringos y sus rarezas, y a cómo debía uno comportarse cuando estaba con ellos.
Todas menos Lu y yo eran versadas en el tema pues tenían años viviendo acá, así que me dediqué a escuchar. En los trabajos debía estar uno calladito, no hablar de la vida personal y nunca, nunca perder el control. Había también que tener ojos en la espalda pues no se sabía cuando recibiría uno la cuchillada. Los temperamentos efusivos como el mío, dijo una de ellas, debían ser encajonados y reservados solamente para reuniones entre amigos latinos. Y así una lista amplia de códigos de comportamientos a prueba de gringos.
Hasta ese momento no había pensado que debía moderarme. No contarle a todos en cinco minutos que nací en Oklahoma, me creí en Caracas y llevaba cinco meses (en aquel entonces) en Nueva York. También me dijo el Licantro y las niñas venezolanas de la reunión que no era mala idea que tratara de no llamar tanto la atención y no acaparar todas las conversaciones, cosa que debo confesar hago pues sencillamente me encanta, me fascina llamar la atención, y no me da vergüenza admitirlo. ¿Carencias afectivas? Seguramente.
Cometí el error de hacerles caso y a partir de ese día traté de moderarme. Hablaba poco cuando estaba "en sociedad" y casi siempre bajito, no me metía en la vida de la gente, no gritaba, no reía, en fin, me puse una camisa de fuerzas. Después de todo, en los procesos de adaptación hay que hacer sacrificios, y pues controlar mi personalidad escandalosa no me haría daño. ¿O si?
Así, en mis clases de revistas para mujer de los lunes no hablaba, no interrogaba a mis compañeras sobre que hacían, dónde vivían, si eran solteras o casadas, si estaban felices y todas esas cosas que suelo preguntar. Cuando interactuaba con algún gringo seguía sus reglas, o las que las niñas de la reunión me dijeron que eran sus reglas.
No tengo que contar, porque ya se sabe, lo miserable que me he sentido en los últimos tres meses, la sombra gigante que sentía sobre mí, la tristeza aplastante que me atrapaba y todas esas otras cosas, pues ya de eso he escrito bastante en este blog, pero si debo contar que hace dos semanas cuando estuve en mis clases de los lunes tuve una revelación: había dejado de ser quien soy. Se me pasó la mano con la moderación y me encerré tanto, tanto, que dejé de reconocerme. Y esto si me da vergüenza admitirlo.
Apenas lo comprendí me sentí miserable. Salí de la clase y llamé a Lu, le conté toda mi reflexión y le anuncié mi decisión: me cansé, a partir de ahora gritaré, lloraré, contaré mi vida en un minuto y me meteré en los asuntos de los otros. Si me clavan la cuchillada pues me sacaré el cuchillo y limpiaré la herida y si no les gusta cómo soy que se vayan al diantre.
Así, decidí probar mi cambio de personalidad, o más bien mi regreso, en la clase de los lunes. Llegué sonreída, ruidosa, pregunté cómo estaban, qué habían hecho el fin de semana, qué pensaban de las clases, de la escritura, de la vida, de Obama, de Venezuela, de que hubiesen abierto Topshop en Soho, de los cupcakes de Magnolia y de cualquier otra cosa. Les conté que odiaba el frío, que había comprado todos los muebles de mi apartamento en Ikea, que amaba escribir y hablar, que no había visto todas las obras de Broadway que quería, les pregunté si conocían una buena manicurista y les dije cualquier cantidad de cosas que seguramente no les interesaban, o tal vez sí. Esa clase fue la mejor de todas, a la profesora le encantaron mis ideas, me felicitó por como había mejorado mi escritura en inglés, me dijo que debía soltarme y escribir más y no pensar en nada. Mis compañeras, pues no se cómo decirlo con modestia: me amaron. Ja! Había regresado y se sentía bien.
Ahora ya se que no estoy dispuesta a sacrificar: a mí, mi personalidad, mis rarezas, mi descontrol. La cuerda que me había pasado por el cuello me tenía ahogada. No respiraba, jadeaba. Lo entendí: yo misma me estaba causando mi miseria, me había vuelto gris y cerrada. Y me harté. No estoy dispuesta a negociarme. No voy a moderarme. Yo amo los excesos.

domingo, 12 de abril de 2009

Un Ángel en mi autobús Boston-NY

Llegó con la sonrisa desplegada, unos ojos brillosos de esos que hacen pensar que se trata de alguien especial, y toda la energía de un muchacho de universidad que espera ansioso el viernes para volver a casa. Se sentó en el asiento que daba al pasillo, justo a mi lado. Dijo "hello, how are you?" y me cayó bien. Aquí la gente no suele saludar. Era moreno, tenía el coco rapado y llevaba un sueter de Boston College. Antes de que el autobús arrancara sacó su laptop y me dijo en inglés que había un partido de basket de su universidad y no se lo quería perder. Pensé en que hubiese preferido que su asiento estuviese vacío para estirar mis piernotas. Que equivocada estaba.
Yo venía de Boston de entrevistar a Gabriela Montero, la pianista venezolana que tocó en la inauguración de Barack Obama. Había salido a las 6:00 am de ese viernes y tomaba el autobús de las 5:45 pm del mismo día. Estaba agotada pero no tenía sueño. Mandaron a silenciar los celulares pero mi compañero de viaje no hizo caso y al ring ring contestó en spanglish, "hello man, cómo estás?" Colgó. Me preguntó en inglés si sabía como usar el wireless. Le contesté en español.
- ¿De dónde es usted?- me dijo, y pensé que me vía como una señora.
- De venezuela y tú- le contesté.
- Nací en República Dominica pero me crié aquí- no sabía si se refería a aquí en Estados Unidos o a aquí en Bostón.
- ¿Vive en Boston?- preguntó.
- No, en Nueva York, en Washington Heights- contesté.
- De verdad!, me crié yo allá, aunque ahora mi madre tiene una casa en Queens. Ahora vivo en Bostón porque estudio acá-. Eso explicaba el suéter.
Comenzó a llenar una planilla en su laptop. Era una aplicación para participar en un programa de ayuda humanitaria en países del tercer mundo. Países cercanos al que lo vio nacer. Él quería ir a Ecuador a ayudar a los niños pobres de allá, me dijo. Me ofrecí a ayudarlo a llenar la planilla. Le dije que contara de sus orígenes, que hablaba español, que quería ayudar a los otros. Un rato después comprendí que no necesitaba mi ayuda, más bien era al contrario. Estudiaba el primer año de economía internacional y estaba preocupado porque las notas no eran las que deseaba.
- Yo estudio mucho pero es difícil-.
Le dije que tuviese paciencia, que era normal, que pasar del bachillerato a la universidad era un gran cambio, que al segundo año le iba a ir mejor. En realidad eso mismo me habían dicho a mí en aquel momento y se lo repetí como una lorita. Me respondió que sabía eso, pero que si bajaba las notas perdía la beca, y si se graduaba con un promedio menor de 3,5 no iba a conseguir un buen trabajo, uno que le que diera dinero, no mucho, sino suficiente dinero.
- ¿Cómo para qué?- quise saber.
- Primero pago la hipoteca de la casa de mi mamá. Si yo hago eso ya ella no necesita más nada. ¿Se imagina?-.
En realidad no me imaginaba. Cuando estudiaba en la universidad trabajaba, pero no porque nadie lo necesitara, sino porque quería hacer curriculum. La plata que ganaba la ahorraba para viajar o para pagarme gastos diarios. Así que no, en realidad no me imaginaba que se sentiría pagar la hipoteca de una casa. No me lo imaginaba, pero me sorprendía que él con sus 18 años si lo hiciera.
- ¿No y que en Estados Unidos los estudiantes del primer año de college se emborrachan y pasan sus días inconscientes? Eso es lo que muestran las películas- dije en mi mente y en voz alta.
- Esos son los que tienen un papá que les pague todo, yo no. Mi papá no existe, está sólo mi madre y mis tres hermanos menores. Yo soy el único con el que ellos cuentan. Desde los 15 años trabajo y no puedo parar.
- ¿No es mucho peso para alguien de tu edad?- le pregunté con franqueza.
- It is what it is (es lo que es)- me dijo, con la misma sonrisa y el mismo brillito en los ojos.
Entró a Boston College, sin duda una escuela de buena reputación en estas tierras, porque estudió en un High School privado y no en uno público. Estudió en uno privado gracias a un programa de benefactores. Es decir, un ejecutivo importante y adinerado lo escogió a él por sus buenas notas y le pagó los estudios secundarios.
- Es un directivo de Wachovia. He ido a su oficina muchas veces. Él hizo que me interesara en economía, y el también estudió en Boston College. Cuando supo que entré se puso como loco. Cuando yo tenga dinero quiero pagarle los estudios a un chico, como hizo él conmigo.
Ángel, así se llamaba mi compañero de viaje, respondió en la planilla que estaba llenando que quería ayudar a los países del tercer mundo porque él recordaba a los niños descalzos de su Santo Domingo natal y sus ganas de darle zapatos y no poder. Buena respuesta.
- Oye Ángel, ¿quién te enseñó todas estas cosas?- le pregunté, como una niña chiquita, con cierta vergüenza.
- ¿A qué se refiere?-.
- ¿A esto de estudiar porque quieres ser mejor, porque le quieres pagar la hipoteca a tu mamá, porque quieres mandar a tus tres hermanos a la universidad?-.
- No tengo otra, no hay más nadie. Mi mamá nos dio hasta que pudo-.
Yo me sentí cucaracha en el asiento. Justo antes de conocer a Ángel, justo antes de montarme en ese autobús, estaba metida en el baño de la South Station llorando porque algo no había salido como yo quería. Porque "la oportunidad de mi vida" no se me había dado. Porque me habían cerrado una puerta y yo de pendeja estaba parada frente a la puerta haciendo un coño. Nada. Llorando como una niña pequeña y tonta. Me dio vergüenza, pero le conté a Ángel mis penas, le conté de la carta que había recibido, de la negativa que me habían dado, de cómo había trabajado más de dos años para eso, de cómo sentía que no había más camino.
-Mientras esté viva hay camino- me dijo serio y sin piedad, como si fuera un anciano de 100 años y no un adolescente de 18. -Si no es ahora, será después, sino es esa oportunidad será otra. No se puede parar-.
No lloré enfrente de él, aunque ganas me sobraron, pero me pareció una falta de respeto ponerme a llorar porque yo no había conseguido lo que quería, cuando él estaba tratando de pagar una hipoteca. Ya se que los problemas son del tamaño de la realidad de cada quien y no deben compararse, pero el mío, sin duda, era un grano de caraota y el de él toda la cosecha.
No pudo ver el partido de basket porque el wireless no funcionó pero si llenó la mitad de la aplicación. Al bajarse del autobús tenía grandes planes: comprarse unos pantalones en Macy's, porque en el pueblo donde está la universidad no hay mucho comercio, e irse a casa a estudiar. Mañana a madrugar para ir a ver a la novia, o a la que quiere que vuelva a ser su novia.
- A ver si le compro un regalo para que me vuelva a querer- me dijo apenas llegamos.
- Si no te quiere es una estúpida- le dije, y me fui con mis penas de tamaño caraota y las palabras del Ángel.

sábado, 4 de abril de 2009

Hecha en San Francisco (y más imágenes narradas)


Resulta que la ciudad de los tranvías formaba parte de mi vida antes de que yo naciera y no lo sabía. Justo antes de irme de viaje con Licantro mi querida madre me dijo que era una ciudad bellísima, súper romántica, que ella había ido con mi padre hace 30 años (ups, yo tengo 29) y que de hecho estaba casi segura de que yo (figúrense ustedes) había sido concebida ahí. Okey ¿cuándo entenderán los padres que los hijos prefieren pensar que fueron concebidos por obra y gracia del espíritu santo? En todo caso es una buena ciudad para empezar a existir.
Consejo: los cable cars son muy caro, cuesta 5 dólares un viaje.


Es literalmente una ciudad difícil de caminar, al menos claro, que uno este en un régimen de entrenamiento intenso para una carrera de obstáculos. San Fran tiene al menos 43 montañas, por eso es improbable caminar 10 cuadras sin atravesar al menos uno de estos subi y baja. Mientras subía me sentía como Cameron Díaz en la película The sweetest thing: mi galán me esperaba en el tope. En una de esas desistí y agarré un taxi para que hiciera un trayecto de un minuto.



Que lindo sería vivir en una casa de puerta roja, verdad. Tan elegante, tan distintiva. Que bonito sería darse un beso de buenas noches frente a esa puerta, o recibir un inmenso ramo de rosas (rojas también). Esta además, es de color vainilla y tiene rejas negras, y la combinación me parece hermosa. En el ventanal que sobresale me imagino el salón de la televisión o la biblioteca, y por supuesto un mecedor. ¿Para qué se tiene una ventana así si no se puede mirar a través de ella sentada en un mecedor?





North Beach es o fue la zona italiana y todavía se ven algunas banderitas tricolor. Alrededor de este parque llamado Washington Square (como muchos otros parques en muchas otras ciudades de este país) hay una variedad de restaurantes. En las noches tiene vida, eso dicen al menos, pues yo fui de día. Licantro tomó esta foto después de comernos unos Fettuccini.




Serían estas de las primeras flores de la primavera y, si tener un padre florista me ha servido para aprender algo, diría que son tulipanes. Igual me equivoco. Licantro la tomó en el Fisherman's Wharf. El centro de la imagen eran los flores pero este niño gordito que creía que le estaban tomando una foto terminó siendo otro componente del cuadro.





La roca, como también se le llama a la isla de Alcatraz fue el hogar de la prisión de máxima seguridad que funcionó como tal hasta 1963 y en 1972 se convirtió en Parque Nacional. No podía evitar pensar que Sean Connery me iba a rescatar tal cómo lo hizo con unos turistas que fueron secuestradosen la película The Rock. El nombre se lo debe a la cantidad de aves alcatraces (familia de los pelícanos) que allí habitan.




Okey. Ya sé que el Big Mafioso Al Capone estuvo preso allí y dijo que era horrible, y ya se también que de los 14 que intentaron escapar ninguno salió con vida (aunque dos se ahogaron y nunca encontraron los cuerpos, así que quien sabe...) pero al ver las rejas pintadas de rosado y las camitas y las poceticas y los lava mano en cada celda, no puedo dejar de pensar en la atrocidad de cualquier cárcel venezolana donde no hay celdas, sencillamente pues porque la gente duerme en el suelo, o en los pasillos o como puede, y tampoco baños. Alcatraz comparada con las otras es un hotel de lujo. Sin embargo, como atracción turística es fantástica pues se puede entrar a las celdas, tomar foticos y conocer la historia del la prisión.

jueves, 2 de abril de 2009

San Francisco: imágenes narradas


Mi corazón en San Francisco, tal como aquella canción de Tony Benett. Éste de orejas abultadas, que provoca abrazar, está en Union Square enfrente de Macy's y Bloomingdale y tiene el puente dibujado. Cuando lo vi quería cantar: "I left my heart in San Francisco, up on a hill..."




Quiero vivir en una casa en Nob Hill. Lo decidí ese día. Pregunté. Un apartamento con una habitación cuesta $ 2.000, lo que cuesta un hueco horroroso en Nueva York. Estas casas de torres y picos me recuerdan a la que ocupan las brujitas Halliwell en Charmed, una serie mala que he debido ver yo y tres personas más.

Lo pintaron de este color rojo-naranja para que resaltara entre la naturaleza. Fue una sabia decisión. No sé que hubiese sido de este puente colgante si lo hubiesen pintado de azul bebé, por ejemplo. ¿Sería el emblema que es?



Este barrio chino sí que es bonito, no como el de Nueva York que es un caos húmedo y maloliente. Me encanta la abundancia del rojo en las tiendas chinas. Quería una lamparita de esas que se ven ahí en la entrada pero Licantro no dejó que me la comprara. Maluco!


Crookedest que significa torcido es también el nombre de la Lombard Street, según y la calle más torcida del mundo. Por supuesto que no la subí, ya que para llegar al lugar de la foto tuvimos que hacer una caminata empinada de 15 minutos. Cuando llegamos me empipé una botella de agua.


La camionetica que recuerda a la que usaban las bandas en los 60 le da un toque hippie a la foto. Y es que Haight-Ashbury se hizo famosa por ser la zona de nacimiento del movimiento hippie en los 60. Por allí están las casas en las que vivieron los integrantes de Grateful Dead y Janis Joplin. Estas casitas al fondo, cilíndricas son estilo victoriano. Los techos se parecen a los sombreritos que usan los chinos.



Castro es la zona gay de la ciudad, y sí, se ven gays caminando por las calles, agarraditos de la mano paseando los perros, y con las bolsas de supermercado, tal como, a mi parecer, deberían andar por todas las ciudades del mundo qué les de la gana. Algo tienen de las kitsch y sofisticado las luces de colores en las noches. Este letrero turquesa me parece divino.
pd: mi talentoso Licantro tomó casi todas las fotos. Un bello, ¿no?