lunes, 21 de junio de 2010

jueves, 3 de junio de 2010

Primero al Sur y de ahí vemos

Se veía venir. Desde hace algún tiempo siento que Extranjera (el blog, el personaje) se desvanece ante una verdad serena y más bien cómoda: Este lugar, al que a veces quiero y otras no tanto, se ha convertido en mi hogar. Y no hablo únicamente del 7-D. Hablo de Nueva York. Hablo de mis amigos. Hablo del mundo, todavía un poco inestable, que me he creado.

Han pasado casi dos años y mi forma de ver las cosas, de apreciar la realidad ha cambiado. La nostalgia sigue, y seguirá, por todo el tiempo que continúe lejos de mis afectos, pero ese sentimiento amargo de desolación ha desaparecido y con él ha comenzado a desvanecerse Extranjera.

Inventé a Extranjera porque la necesitaba. Porque mi vida sin ella, en aquel momento hubiese sido imposible. Extranjera era la única manera de ser, de vivir, y aunque extranjera siempre seré, la Extranjera que nació con este blog ya no está.

Ya no miro las cosas con la inocencia de quien las mira por primera vez porque la realidad se me hace repetida. Ya no siento eso que sentía antes en el estómago que me obligaba a sentarme en la computadora a pesar de todo. Ya no me salen las letras de los dedos como antes. Ya no puedo escribir como Extranjera, ver como Extranjera, sentir como Extranjera.

Tal como los escritores crean personajes para contar una historia, yo creé a Extranjera en el 7-D para contar estos dos años que han pasado. Y tal como los escritores matan a los personajes, o los mandan a una clínica, o los reinventan, yo he decidido llevarme a Extranjera. Llevarme a Extranjera de a poco.

Me explico, lo primero que pasará es que Extranjera se mudará al Sur por dos meses.

No había contado nada, pero el sábado me voy a Chile a hacer unas pasantías con la agencia de noticias AP. Se supone que me iré a Chile a trabajar, pero mi plan secreto (ni tanto, porque ya se lo he dicho a todo el mundo) abarca tres puntos: beber vino, rodearme de artistas y tener conversaciones trascendentales.

Bueno, quien sabe, cada vez que uno hace planes no salen como uno los quiere, así que probablemente termine trabajando como una loca sin conocer a artistas ni tener conversaciones trascendentales (el vino no se negocia).

Abriré un blog, que llevaré dos por dos meses, sobre las andanzas de Extranjera en el Sur del Sur y después, después veremos. No sé si dejaré a Extranjera en la blogosfera ahí como una niña abandonada que espera a la salida del colegio a que los papas la busquen, o si cerraré con llaves las puertas del 7-D, pero lo que si es seguro es que de una forma u otra seguiré escribiendo. Y siempre los mantendré al tanto.

Licantro viene conmigo sólo en el corazón pues debe quedarse trabajando en Nueva York.

Extranjera termina entonces como empezó: sola y en una tierra desconocida.


Gracias por el viaje.

pd: en cuanto este listo linkeo la dirección del blog que llevaré en Chile.

sábado, 24 de abril de 2010

Palabras alicoradas

Este texto fue escrito ayer en la madrugada después de cinco o seis cervezas.

Creo que fue Giselle Reyes, sí, la de la academia de modelaje en Altamira, la que dijo que el termino más elegante para cuando uno estaba pasado de tragos era "alicorado". A lo mejor no fue ella, ahora estoy casi segura de que no fue ella.
En todo caso pienso que el metro de Nueva York es un buen lugar para estar alicorado. Ahora estoy sentada en el piso, ese mismo por donde pasan las ratas de colas largas, esperando el tren que nunca llega. Los ojos se me cierran. Y yo no se si es el alcohol que me nubló el juicio pero voy a tener que tragarme unas cuantas de mis palabra.
Resulta que fui con mis amigos de la universidad a tomar cervezas y por primera vez desde que llegué a NY puedo mirar mas allá de las etiquetas. O puedo mirar y no ver una etiqueta. No son solo gringos. Son Jack, el que me ayudó a retocar aquella foto en Photoshop, o Samantha la que me salvó la vida, o la entrevista, prestándome unas baterías. O Aileen la que me acompañó a llorar cuando creí que no daba mas.

Yolanda la "student advisor" de la universidad tenía razón cuando me dijo que ellos, los gringos no tenían nada en contra de mi y que la única prejuiciosa era yo. Y es verdad, ahora, sólo después de un tiempo, estoy empezando a verlos como personas y no como una masa amorfa.

Y sí hay gringos estúpidos que creen que el mundo empieza y termina en el McDonald de la esquina, pero hay otros que al igual que yo, tratan de entender un mundo que es tan vasto que se pierde de vista. Y no, no he olvidado al profesor imbécil que dijo que este master no era para mí, pero es igual de válido recordar al profesor que me dijo ayer que yo era una verdadera "story teller".

Nada, que la gente es gente, y que son idiotas e insoportables y torpes y malintencionado a veces, y maravilloso e impresionantes otras veces, y la mayoría de las veces todo eso al mismo tiempo. Y eso es así en Caracas en NY o en cualquier otro lugar.
Capaz es el alcohol, pero hoy a la 2:38 am, después de pasar una noche divertidas como pocas, me trago mis palabras. Al menos algunas de ellas. Los calificativos solo encierran a un grupo de gente. La mayoría es mucho mas difícil de encajonar.

domingo, 18 de abril de 2010

Reflexiones sobre la grandeza humana

Tengo días, ya creo que meses, pensando en de qué se trata eso de ser extraordinario, de ser grande, de ser un ser humano monumental, uno cuyo existencia repercute más allá de si mismo.
Siempre he querido pensar, o mi arrogancia o ego me han llevado a pensar, que voy a ser extraordinaria, que voy a hacer grandes cosas, que voy a escribir libros, que voy contar historias, que voy a ayudar a gente, que voy a criar unos hijos a quienes le importe de verdad el mundo, que voy a cambiar las cosas.
Sin embargo, últimamente he pensado en que quizás yo no vaya a alcanzar ese tipo de grandeza de la que hablo, no porque no sea capaz, sino quizás porque muy en el fondo, no quiero, o porque no estoy dispuesta a asumir los sacrificios que eso requiere.
¿Entonces, donde me deja eso? ¿Significa eso que voy a vivir una existencia mediocre?
Me viene a la mente la imagen de mi abuela, una señora que ha criado a seis hijos y ha cuidado no se a cuántos nietos y ha iluminado la vida de todos los que tiene a su alrededor. Mi abuela no ha escrito libros. No ha ido a África a alimentar a niños desnutridos. Mi abuela no tiene una página en wikipedia (sí, mis parámetros de grandeza están realmente desvariados, lo sé). Además de su familia y conocidos, a mi abuela no la conoce nadie. Y aún así, o tal vez precisamente por todo esto, mi abuela es uno de los seres humanos más extraordinarios que he conocido en mi vida.
Probablemente es por mi abuela que yo estoy aquí. Y cuando digo aquí no hablo de Nueva York, sino del lugar en el que me encuentro en mi vida. Casada y enamorada, haciendo un postgrado, viviendo nuevas experiencias. Si mi abuela no hubiese criado a mi padre como lo hizo, no le hubiese enseñado la bondad, si no me hubiese enseñado a mi la importancia del amor y la fe como factores generadores de cambio, probablemente yo sería una persona diferente. Y eso que sólo estoy hablando de mí y no de cómo mi abuela ha cambiado la vida de mis tíos o de mis primos.
Y pienso en los ejemplos más esenciales, más cotidianos, más lugar comunes y más hermosos. En la madre que se levanta todos los días a las cinco de la mañana a preparar el desayuno, a llevar a los muchahos al liceo para después ir a su trabajo todo el día y llegar agotada a la casa a pasar el poco de tiempo haciendo cena o ayudando con la tarea.
Pienso en aquellos que adoptan un hijo, en los que son capaces de perdonar lo imperdonable, en los que le brindan café a sus vecinos, en los que se voluntarían para enseñar a un niño o un adulto a leer, en los que le dan el asiento a una señora mayor en el metro, en los que piensan primero en el otro que en sí mismo, y me doy cuenta de que hay algo grande y hermoso en cada uno de nosotros.
Hay miseria en cada uno de nostros sí, hay crueldad también, hay indeferencia claro, obvio, pero está en nosotros la posibilidad de acercarnos a la grandeza con cada decisión que tomemos. Al menos es esta forma de pensar la que me ayuda a sobrellevar mi existencia.

lunes, 22 de marzo de 2010

Pateando calle, lejos de Caracas

Pienso que uno sólo conoce bien los suelos que pisa. Las calles que se recorren con los propios pies. Los banquitos de plaza en los que uno se sienta. Las esquinas de las que uno se apoya cuando está cansado. Se conoce mejor un lugar cuando se siente su olor, se habla con su gente, se entrega uno a la voluntad de éste. Esto lo he aprendido en los casi dos años que tengo viviendo en Nueva York.
Hoy por ejemplo, salí de Broadway y 181, bajé hasta la 157 luego en metro hasta la 110 y ahora voy camino a Red Hook, Brooklyn, muy cerquita del agua, a entrevistar a un señor al que llaman "el alcalde de la calle".
A Caracas, lamentablemente, no me la camine así. Porque mi querida madre no me dejaba, porque tenía carro, porque, aunque me de verguenza aceptarlo, me daba miedo. Siempre he pensado que ésta es quizás una de las razones por las que siempre estoy desubicada en mi ciudad (y sí, sigue siendo mi ciudad).
Caracas no pasó por mis pies, yo no paseé por sus suelos hasta dejar mis zapatos gastados. Por eso hay un barrera entre nosotras dos, una pared acrílica desde la que presencio todo como una espectadora. Hasta que no sienta su suelo caliente debajo de mis pies todos los días de mi vida, siempre habrá algo de Caracas que no será mio.
Y eso de sentirla, por ahora, no podrá ser.

jueves, 25 de febrero de 2010

Conclusiones cotidianas

A esta conclusión llegué hoy:


Hablo demasiado,

escucho muy poco,



pienso demasiado,


actúo muy poco.



Habrá que cambiar eso.

domingo, 21 de febrero de 2010

Hagamos un trato

A Leis por sugerirme que descargara mi furia con el teclado. Te quiero, mamis.

Me pregunté que se siente ser Latina y di con la respuesta.
No se siente nada.
Nada de nada, pues la verdad es, que yo no soy latina, yo soy venezolana.
Venezuela está en Latinoamérica al igual que muchos otros países como Colombia, Brasil, Guatemala, Bolivia, que poco tienen que ver los unos con los otros, excepto por el hecho de que comparten continente y hablan el mismo idioma (y esto ni siquiera es una regla porque ya sabemos que en Brasil se habla portugués).
Así que como yo no siento nada de nada, dudo que un bogotano bien empintado o un boliviano de Cochabamba tengan una respuesta para esta pregunta.
Ser Latino, que suena muy lindo, que es una idea bellísima, esa de que somos apasionados, y desordenados e impulsivos, no es más que un invento de estos gringos para poder meternos a todos en la misma bolsa y tal vez evitarse el fastidio que les debe causar aprenderse cada uno de los nombres de nuestros países. Y cuando escribo esto, me viene a la mente el video de Alberto "Is it Qüito or Quito" ( http://www.youtube.com/watch?v=WVU6ulSMjc8).
Entiendo por qué lo hacen pero honestamente, me fastidia cuando mis compañeros de la universidad me preguntan cómo están las cosas en Latinoamérica, o cómo se hace tal cosa u otra en Latinoamérica. Señores, Latinoamérica no es un país, y si quieren saber cómo están las cosas en algún país de Latinoamérica, hagan lo que yo y abran el periódico. No van a obtener una respuesta más cercana de mi parte, porque a exceptuar por algún viajecito a Guatemala, o Colombia, la única realidad que yo me conozco (y a veces me cuesta entenderla) es la venezolana.
Así que no, señor de la oficina de Career Services de mi universidad, no sé cómo es el mundo de las publicaciones en inglés en Latinoamérica porque yo no vivo en Latinoamérica, yo soy solo parte de un país que es parte de un compendio mayor.
Ser Latino es como casi todo en este país, una marca. Es Jennifer López y su culo gigantesco y Penélope Cruz (cuyo país de origen ni siquiera forma parte de Latinoamérica) y sus ojos gigantes, es Eva Longoria y su estampa de sexy mama, es Shakira y su bamboleo de caderas. Y sin contar que Jennifer López y Eva Longoria se criaron en este país y ni siquiera hablan español, aparte del hecho de que todas están buenísimas, no sé si los elementos que hacen latinas a estas mujeres sean los mismo, aunque si estoy segura que para los gringos los son: tres mujeres piernonas, caderonas y tetonas con pintas de buena cama.
Pero quiero ir más allá de la mitificación de ser latino que viene del cine y contar los ejemplos que yo veo todos los días en esta ciudad; en el metro, en las calles, en todas partes. Aquí latino es el hermano de mi amiga dominicana, ese que no habla una sola palabra en español, no porque no sepa, sino porque no quiere, pero cuando prende el radio en su carro suena reggaeton a todo volumen.
Latino es el cura argentino de la iglesia de Mott Haven, modoso y calmado como se supone que son los curas. Latina también es Carolina Herrera, con sus camisas blancas que parecen de cartón de lo perfectas que son, allá en su apartamento rococó en el Upper East Side. Latina es Cynthia, la puertorriqueña que conocí el otro día, que vive en un refugio para personas sin casa sen el South Bronx, con su esposo y tres hijas. Latino es José, el jornalero salvadoreño que viajó a pie desde San Salvador hasta Nueva York, en un recorrido que le tomó un año.
Latina soy yo, sentada aquí en este escritorio en mi estudio en Washington Heights, intentando dejar sangre en estas teclas, porque me molesta, me revienta, me hincha las pelotas (y eso que técnicamente no tengo pelotas) que me metan en un saco que es demasiado pequeño para tanta variedad. Me molesta que no se tomen la molestia de apreciar las diferencias.
Rabia que es justificable pero no totalmente honesta, pues yo también tengo un saco para clasificar a los gringos: que son sosos; que no les importa más nada que su paisito, (si ya sé que es "LA" potencia mundial, pero comparado con lo grande que es el mundo, es un paisito); que no saben dónde queda Venezuela, y no les importa, que no tienen sentido de familia, que son individualistas, que su sentido del humor es tonto. Y aunque casi todo esto puede ser verdad, hay excepciones.
Sería lindo hacer un trato, ¿ o no?
Señores gringos no me pregunten sobre Latinoamérica porque sólo sé lo que leo en los periódicos, no pretendan que mi culo sea igual de grande que el de la López, o que mueva las caderas como Shakira, o que oiga reggeaton todo el día, y yo dejo de pensar que ustedes son todos unos gafos individualistas que sólo comen hamburguesas y papas fritas mientras cenan enfrente del televisor.
Yo dejo mis estereotipos y ustedes dejan los suyos. Creo que es un trato justo. Justo, y hermosamente irreal.

viernes, 12 de febrero de 2010

Mi noche en la E.R. y Parte III: De mi McDreammy y otros estereotipos

Cuando ya llevaba mis buenas tres horas en la emergencia, apareció. Llevaba una chaqueta deportiva y un mono azul y todavía no se había puesto la bata. Alma estaba en el cuarto cuando él llegó a hacerme las mismas preguntas.
Era mi McDreammy particular (el heroe romántico de Grey´s Anatomy para los perdidos que no saben de qué hablo), que después de dos bolsas de suero, y varias vomitadas, había llegado para palparme la panza.
-Tell me, why are you here tonight?.
-Do you want the whole story? -le dije riéndome.
Él se rió de vuelta y me pidió que le contara toda la historia. Después preguntó de dónde era. Su repuesta me sorprendió. Había estado en Venezuela en el 93 o 94, ahora no recuerdo, viviendo en casa de un profesor de español que conoció en su colegio, en no recuerdo qué ciudad americana. Había pasado uno o dos meses en Caracas, tampoco recuerdo exactamente cuánto -culpo a la deshidratación por mi falta de memoria- y se había hospedado en Prados del Este.
-Mi esposo vivía cerquita de ahí -le dije.
Me visitó un total de tres veces, y la última vez le pedí que por favor me diera de alta. Mi compañera de cubículo tenía cancer, y a mi vecina, madre de una niña recién nacida, le acababan de diagnosticar un edema pulmunar. Seguro podrían darle un uso más útil a mi camilla. A las 3:00 am me dejó ir bajo la promesa de que guardara reposo y tomara mucho líquido.
Para ser sincera, este McDreammy no tenía los ojos azules, como el de la TV, ni tenía ese aire de galán atormentado, como el de la TV. Pero sí era dulce y compasivo, como el de la TV. Justo lo que necesitaba después de ocho horas de malestar.
Las series de televisión no mienten. O bueno si lo hacen, pero no siempre. Las salas de emergencia gringas, al menos esta que fui, son exactamente iguales a las de la televisión. Están los paramédicos eficientes, las enfermeras malas y las buenas, los residentes que hacen rondas y diagnostican a sus pacientes enfrente de sus maestros -médicos con más experiencia- los pacientes ruidosos que molestan a todos los demás, los pacientes cuyas esperanzas guindan de un hilo (como Ivonne), los pacientes sanos que pasaron por una situación desafortunada (yo y mi virus estomacal). Y por supuesto, los McDreammy, con sus sonrisas luminosas y sus palabras dulces.

viernes, 5 de febrero de 2010

Mi noche en la E.R. Parte II: Mis luchas y las de Ivonne

Una enfermera rubia y joven intentaba desvestirme y limpiarme mientras yo luchaba para que mi compañera de cubículo y el médico que la atendía no me vieran desnuda y embadurnada.
La enfermera rubia, hija de immigrantes colombianos, me hablaba en español con un acento extraño, igual al de las de las presentadora de CNN, mientras me limpiaba con pañitos de agua tibia.
Como estaba avergonzada y quería desparecer, intenté concentrarme en lo que el médico le decía a mi compañera de cubículo, una mujer robusta, de rostro hinchado y calva. No había que ser adivino para saber que tenía cancer y que los malestares producidos por la quimioterapia la tenían de vuelta en el hospital.
Alma y Licantro estaban en una esquina del cuarto -si se le puede llamar cuarto a los cubículos de las salas de emergencia- y no quiero ni pensar, cuánto del espectáculo de la enfermera limpiándome presenciaron. Sé que para cuando volví a vomita Licantro estaba ahí, intentando sujetarme el pelo para que no me lo ensuciara.
Cuando Alma llegó de nuevo al cuarto ya yo tenía una vía en el brazo, el medicamento para parar los vómitos había hecho algo de efecto -todavía tenía nauseas- y me estaban pasando una bolsa de suero. Miantras Alma me preguntaba como me sentía, con esa mirada dulce que tiene, Ivonne chillaba de dolor.
- Este es su segundo cáncer de mamas. Tiene 10 años luchando -me dijo Alma que le había dicho Ivonne, cuando yo estaba demasiado ida como para escuchar nada.
Sólo luego nos dijo su nombre. Ivonne. Hija de padres puertorriqueños de Ponce, nacida y crecida en Nueva York. 52 años. Madre de tres hijos. Abuela de cinco nietos, tres niñas, dos niños. Sobreviviente de un cáncer de mamas. Poseedora de otro cáncer de mamas. Presa de una quimioterapia que la hacía visitar la sala de emergencia con más frecuencia de la que ella quería.
-Tiene que estar uno en una sala de emergencia tirada en una cama para darse cuenta de qué es lo que importa -le dije a Alma refiriéndome al valor de la salud, en lo que debe ser una de las confesiones más cursis que he hecho en voz alta.
-Dios sabe por qué hace las cosas -me dijo.
Una doctora de cabello corto y castaño se presentó junto a mi cama y comenzó a palparme la barriga, escucharme el corazón, los pulmones y a hacer todas esas cosas rutinarias que hacen los doctores y que a mí me parecen estúpidas en algunas circunstancias. Me preguntó que había comido, si había viajado -ajá ya querían decirme que es un virus traído del tercer mundo- a qué hora había empezado el malestar y si había tenido fiebre.
-No, además del vómito y la diarrea no tengo más nada -le dije.
Diagnosticó un virus estomacal, algo que según ella por estos días estaba dando mucho. Alma se fue a llamar a Licantro -no los dejaban estar los dos a la vez, los gringos y sus reglas- e Ivonne empezó a gritar. Aparentemente sólo yo escuchaba.
-Enfermeraaaaaa -empezé a gritar yo.
Llegó una mujer negra y mala encarada que antes le había sugerido a mi enfermera rubia colombiana que me pusiera un pañal. Un pañal coño!!! Qué diablos le pasa???
Ivonne sólo le dijo "I'm in pain" y la enfermera diabólica le respondió que ya le daría algo para el dolor.
Quise distraer a Ivonne y empezé a preguntarle y decirle bobadas. Le dije que lo bueno de haber sobrevivido a un cáncer era que podría sobrevivir a otro. Que ella era una guerrera. De verdad sentía que debía decirle algo. Ahí estoy yo que después de unos días, mi virus se iría y ahí estaba ella, que se iría esa madrugada de la emergencia y seguiría con su quimio y con su cáncer.
Licantro volvió al cuarto y le dio por tomarme fotos. En mi peor estado, con mi peor cara y él pensaba que me veía muy linda en la cama del hospital. Dios este hombre me ama!, me dije. Me dio besitos en la frente, me buscó una cobija y un vaso de agua, porque la doctora de pelo corto castaño quería ver si yo podía sostener líquido dentro de mi organismo.
Ivonne, que era vaqueana en la emergencía, le empezó a decirle a Licantro cómo ponerme la cobija y dónde conseguir el agua. Hablaba en inglés y en español. Luego se volteó hacia la pared para intentar descansar. Al rato vino un médico y le dijo que tenía pulmonía, que tenían que recetarle antibióticos. Asintió resignada.
Luego de escuchar el diagnóstico del médico de Ivonne, me voltée y cerré los ojos. Deseé seguir vomitando, deseé seguir llenándome de porquerías. Todo con tal de que Ivonne dejara de sufrir, aunque sea por esa noche.
Mi lucha terminaría con un final feliz, seguramente. ¿La de ella? Ni ella, ni los médicos lo podrían decir.

miércoles, 3 de febrero de 2010

Mi noche en la E.R. Parte I: 911 y el paseo en la ambulancia

Eran las 9:30 de la noche de ayer cuando Pauline, la señora de seguridad de mi universidad, dijo que iba a llamar a la ambulancia.
Le dijo a Licantro, -Sir, do I have your permission to call the paramedics?-
Yo estaba acostada en el piso del baño de mi escuela -un edificio moderno de dos pisos- entregada al malestar. Había vomitado más de 10 veces. Mi amiga española Alma, que le queda bien el nombre pues cuando se le mira se le ve directamente al alma, estaba sentada a mi lado, haciéndome cariñitos en la cabeza.
El malestar había empezado a las 6:00 pm. Había almorzado un pimentón relleno de couscous preparado en casa y una ensalada de rúgula, cranberries y durazno, también hecha en casa. A las 4:00 pm me había tomado un café con Alma para soportar las horas que todavía me quedaban enfrente de la computadora en la sala de redacción. Mi primera historia del semestre para entregar hoy a las 2:00 pm.
No me había tomado el malestar demasiado en serio, pues pensé que después de vomitar tres veces me sentiría mejor y me iría a mi casa en un taxi. Había decidido llamar a Licantro para que viniera a buscarme y devolverse conmigo, pues Alma no me quería abandonar y me daba dolor hacerla subir hasta Washington Heights y luego hacerla bajar hasta su casa en Brooklyn.
Cuando llegó Licantro, 40 minutos después, yo estaba mucho peor. Por falta de potasio no podía mover las manos, ni hablar de levantarme del piso. Como era tarde no había nadie en la escuela además de Pauline, el chico de la limpieza y nosotros.
Pauline entró el baño a avisarnos:
-The paramedics are on their way-.
Supongo que el mal tiempo los atrapó pues llegaron como 20 minutos después. Sentía un calor frío que me ocupaba todo el cuerpo y sólo quería cerrar los ojos. Los paramédicos, uno moreno chiquito y otro de pelo canoso, me preguntaron mi nombre, mi apellido y la fecha, para comprobar si estaba consciente. Me preguntaron esa retajila de preguntas que hacen los médicos, y que tendría que escuchar repetidamente durante la noche: cuando fue su última menstruación, es alérgica a algún medicamento, sufre de alguna enfermedad, algún chance de que esté embarazada? No, no había chance de que estuviera embarazada y aunque el paramédico canoso me palpó la barriga tres veces, no, no me dolía la apéndice.
No recuerdo bien cómo me sentaron en la silla de ruedas. Sólo recuerdo que mi pantalón estaba desbrochado, que yo estaba bañada en jugos gástricos y que para ese punto ya había perdido el control de los esfínteres y todo pudor. Atravesamos el lobby, nos montamos en el ascensor, y salimos del edificio. La ambulancia estaba justo enfrente. Nevaba y las luces de los taxis me parecían violetas.
Alma decidió venirse con Licantro y conmigo en la ambulancia, cosa que le agredeceré eternamente. Estaba segura de que viajar en ambulancia sería emocionante también esta vez, pero estaba demasiado débil para notarlo. La primera vez que viajé en ambulancia estaba en Francia y me había torcido el brazo, así que pude disfrutar el recorrido.
Estaba acostada en la camilla con dos bandas naranjas que me cruzaban los tobillos y los brazos y que yo insistía en soltarme porque sólo quería retorcerme. Tenía la máscara de óxigeno puesta. Y en realidad no entiendo por qué me la pusieron pues sólo hacía sentarme más mareada. Los paramédicos dijeron que me llevarían al hospital más cercano. En 15 minutos estábamos ahí.
No recuerdo cuando me bajaron de la ambulancia, ni el recorrido hasta la emergencia. Sí recuerdo que el paramédico le entregó al médico de guardia el informe sobre mi estado y que me pusieron en un cubículo acortinado junto a una mujer que aullaba de dolor...


viernes, 22 de enero de 2010

Caracas, por qué te quiero


A Victoria y a todos aquellos que sí saben querer a Caracas...

Caracas y yo nunca hemos sido realmente amigas. A decir verdad, siempre he envidiado a aquellos que tienen una relación intensa con la ciudad.
Cuando vivía con ella Caracas hablaba y yo no sabía muy bien que decía.
Caracas me daba los buenos días a punta de cornetazos, y de colas interminables vía a la Católica. Caracas me daba los buenos días con amaneceres violeta y naranja que nunca supe apreciar.
Caracas me sacudía, me agarraba por el pescuezo y me lanzaba a la vida. Caracas me enseñaba a atrevesarla completa. A superar obstáculos.
Ir al Silencio era mi peor pesadilla, mi dosis diaria de espasmos escalofríantes... Pero Caracas sólo quiere a quién se la merece.
Caracas no se entristeció cuando me fui, al contrario, la escuché cuando decía "vete, te veré volver llorando a mis pies". Caracas tuvo razón. Tuve que irme para entenderla, tuve que tenerla lejos para querer tenerla cerca. Me convertí en un cliché más... "uno no sabe lo que tiene hasta que lo pierde". Me creía más inteligente.
Caracas me explica cosas ahora que estoy aquí. Caracas me dice que ella es de la única manera que le hemos permitido ser... arrebatada, luchadora, empecinada. Caracas me dice también que todavía no estoy preparada para volver. Caracas me dice de nuevo, que me vaya, que si no me va a volver loca.
-Pero yo te quiero -le digo.
-Yo también -me dice. -Pero nadie dijo que el amor era suficiente.
Caracas me quita su cielo azul. Otra vez.

martes, 19 de enero de 2010

Hoy sólo quiero decir...

... que estoy en Caracas hasta el martes que viene, y al igual que la vez pasada no quiero irme.

martes, 5 de enero de 2010

Quiero

Porque el año está comenzando. Porque antes de tener algo, uno primero tiene que quererlo!

Quiero una casa en la playa. No tiene que ser muy grande ni elegante, puede ser una churuatica pero que esté cerca del mar.
Quiero caminar descalza todo el tiempo. Mirar el sol sin encandilarme y descubrir en él el origen del mundo.
Quiero una estrella enfrente de mi ventana. Un pedazo del cielo de Caracas en diciembre, y una réplica del mar de Los Roques en mi bañera. Quiero un amanecer violeta y naranja.
Quiero que el agua de una cascada me caiga encima y me sacuda la tristeza, la nostalgia y cualquier cosa que me moleste.
Quiero comerme doce cupcakes de Magnolia Bakery y no engordar ni medio kilo. Un algodón de azucar rosado que se me haga azúcar entre los dedos. Quiero una hallaca para mí sola y una ración de patacones con queso rallado.
Quiero una empanada de Playa El Agua y un jugo de fruta del mercado de Conejero.
Quiero una cena romántica con velitas en el techo vacío de un edificio.
Quiero pasar un día arropada en la casa y no sentirme culpable. Quiero querer hacer ejercicio.
Quiero un abrazo de mi abuela, una sonrisa de mi madre y un viaje a un safari en África con mi hermano. Quiero caerme a curda con mi padre.
Quiero caminar por Sao Paulo con Daniela, subir el Auyantepui con Lea y pasear todo un día por Nueva York con Heliana. Quiero tomar champaña en la mañana con José Roberto.
Quiero un beso eterno de Licantro. Mejor dos, uno en los labios, otro en la frente.
Quiero desayunar en París, almorzar en La costa Amalfitana y cenar en Buenos Aires. Quiero darle la vuelta al mundo.
Quiero un vestido de bluejean, un corte de pelo que me haga lucir como una modelo argentina y unos zapatos de tacón que no me molesten. Quiero verme en el espejo y que me guste lo que veo.
Quiero pasar toda una semana sin llorar. Quiero reír hasta que me duelan las tripas.
Quiero que se cumplan todos mis deseos.