viernes, 31 de julio de 2009

En el aniversario

A los que siempre me acompañan

Llegué un par de minutos más tarde de lo previsto y ella ya estaba ahí. Sentada en una mesa, en la terraza de Boston Bakery, con la mirada en el cuadernito que lleva siempre -"es mi cuadernito de trabajo", me dijo luego- mientras bebía un agua mineral Minalba de esas fancy que apellidan Sparkling.
-Corina -dije suponiendo que era ella, pues era la única chica sóla en todo el lugar.
Se paró de la mesa y nos abrazamos. Era la primera vez que la veía pero ya la conocía. Yo llegué a Kopiva (http://ccontaris.blogspot.com/) y luego ella a Extranjera en el 7-D, y entre un post y otro nos hicimos amigas.
Hablamos de los hombres, del futuro, de periodismo, de su trabajo, del mío, de nuestros blogs. Ella con su agua y yo con un té con limón y Splenda hasta que Debora (http://alieska.blogspot.com/), a quien conocía desde antes de marcharme y conocí aún más desde lejos, se nos unió y seguimos la charla mientras comíamos sanduches y ensalada.
Corina no es la única, por supuesto. Hoy 31 de julio, cuando Extranjera en el 7-d cumple un año, puedo decir que a mis amigos de siempre se han sumado otros igual, o hasta más, importantes que me han acompañado en mi nostalgia.
Andrés (http://theandrewshow.blogspot.com/) me dijo en un comentario hace dos posts qué dónde había dejado a los nuevos amigos. Andrés a ustedes "los nuevos amigos" quiero agradecerles todo lo que han hecho por mí.
Con Víctor (http://victor-marin.blogspot.com/) lo hablamos en Nueva York, donde ahora él vive, el primer día que nos vimos, esa tarde de verano, mientras visitábamos el MET. Pensé en que gracias a este blog lo conocí, mientras comíamos cachapas con queso y bebíamos un vino azucarado -que según la etiqueta, cultiva Diane, una neoyorquina que huyó a los viñedos californianos- en la terrazada del 7-D.
Ayer, después de que me despedí de Corina y Débora lo volví a pensar. Cuando abrí este blog lo hice porque lo necesitaba, porque quería escribir, porque quería ser leída, pero nunca me imaginé todo esto: los amigos que me acompañan desde El Salvador, Argentina, España, Puerto Rico, Venezuela; la ensalada de vegetales rostizados en Boston Bakery, los paseos neyorquinos acompañada de un nuevo amigo, las promesas de un café, una chicha, un fernet, una birra. Nunca me imaginé todo este cariño.
A ustedes "los nuevos", y a los que me acompañan desde antes, gracias.

miércoles, 29 de julio de 2009

Amanecí en Caracas

Después de que el avión aterrizó en Maiquetía, el piloto anunció por el autoparlante que debíamos esperar un rato pues el personal de tierra no estaba. El señor gordo y sudoroso que estaba a mi lado se llevó la mano a la cabeza en señal de resignación y escuché detrés de mi, más de uno que decía con risa agria "cómo se nota que llegamos a Venezuela". Me imaginé que "el personal de tierra" estaría tomándose unas birritas y viendo el juego. Esa espontaneidad del trópico, que fascina cuando se está desacostumbrado a ella, pero agota cuando se convierte en la norma.
Caminé el pasillo largo y blanco que conduce desde la puerta del avión hasta las taquillas de inmigración y escuché como dos mujeres, una joven y otra no tanto, decían que lo que pasaba en el país era triste, trisssste, con acento fonético en la primera sílaba; que había que irse. Irse como yo, pensé. Corrí hasta la última taquilla de inmigración, antes de que la muchedumbre se diese cuenta de que estaba abierta y no había cola, y Rogelio Díaz me pidió que le diera un chance, pues su jefe se había sentado en la computadora a jugar solitario y le había cambiado todo. Demasiada tropicalidad, pensé. Rogelio por fin arregló lo desarreglado y me selló el pasaporte.
Por supuesto que mi maleta fue de las últimas en salir. Después de un año, mi llegada no podía carecer de tensión dramática. Mi mamá me mandaba mensajitos por el Blackberry y me pedía que me acercara al vidrio para verme a lo lejos. Después de 40 minutos salí. Mi querida madre y mi hermano estaban esperando mientras mi padre daba vueltas para no estacionarse.
En el trayecto mi hermano me mostró como la autopista se había convertido en estacionamiento de varios vecinos de los ranchos que están al borde de la vía. "Ese para el carro ahí, en el canal lento todos los días". La tropicalidad nos mata.
En la casa, mi madre me ayudó a vaciar la maleta y arreglar la ropa en mi nuevo closet. Inmediatamente me di cuenta de que mi cuarto aquí es más grande que el 7-d. Costó para que me fuese a la cama. Por fin a la 1 mi padre nos dijo a mi madre y a mi que bastaba, y me fui a mi cuarto. No tenía sueño y me puse a revisar unas cartitas que me escribieron mi amigas Arroceras (debo aclarar que la arroceras somos un grupo de "lectura" en el que hacemos, desde leer el tarot, a beber, todo menos leer libros) en mi despedida de soltera. Adela decía que era una loca. Victoria que admiraba mi letra, Eulalia que le gustaba como carecía de vergüenza. Por eso es que uno guarda viejas correspondencias, para recordarnos cómo nos ven los otros. Me dormí después de leer la última cartita, embojotada en un edredón y sabanas blancas y con el aire acondicionado a mil.
Me desperté sin el sol achicharrante que entra por el 7-d en verano, sin el calor pegajoso que se siente allá porque el aire acondicionado no funciona, y sin mirar los techos de los edificios y el humo de la fábrica que parece no parar nunca. Tardé un segundo en darme cuenta de que estaba en Caracas, en casa de mis padres. No quería pararme de la cama, pero tenía hambre, así que bajé a la cocina. La señora Miriam me abrazó, me dijo que estaba bonita, gordita, que antes estaba muy flaquita, y que tenía cara de niñita. Pronto llegó mi madre que me prohibió volver a mi cuarto a dormir, y mi hermano que salía para la universidad. Desayunamos los tres juntos, casabe con queso de telita y jugo de patilla. Supo mejor de lo que pensé. Dios cuanto lo extrañaba! (al queso, no a mi hermano). Lindo cambio para alguien que desayunaba lo que encontrara en la nevera mientras veía a Regis and Kelly o a Rachel Ray en ABC.

domingo, 26 de julio de 2009

Viaje a la patria

La maleta vinotinto espera acostada en el piso del 7-D. Esa misma que vino full hace un año cuando llegué a Nueva York, mañana regresa, a medio llenar, a Caracas. Llevo conmigo la ropa más fresca y bonita que he comprado, un tenisómetro para mi papá, unas piedritas para hacer accesorios para mi prima, algunos libros, un vestido para la boda de mi cuñada, una carpeta llena con papeles que resumen mi vida aquí (en caso de que necesite alguno mientras me encuentro fuera), un cuadernito con anotaciones, una cámara llena de fotos de fin de semana que todavía no he pasado a la computadora, unas revistas para mi hermano y unos cupcakes de magnolia para Fede, mi costilla.
Regreso con cinco kilos que he ganado en mi tiempo acá (en realidad creo que son más pero no quiero ni saber) y un nudo entre la garganta y el estómago. Regreso después de un año. Regreso a pasar un mes con mi familia. A recargarme de energías. Regreso a comer queso telita y guayanés y cualquier otro blanco fresco. Regreso para encontrarme con mis amigas y alcanzarles la vida que me perdí (los hijos que tuvieron, los trabajos que consiguieron, los apartamentos a los que se mudaron). Regreso a mi cuarto de niña soltera en casa de mis padres. Regreso a la berenjenas rellenas de la señora Miriam y a su sopa de pollo milagrosa.
Regreso a "casa". ¨O no? Cuando uno regresa al país que dejó, está regresando o se está yendo? Cuál es la casa entonces? El 7-d que dejo por un mes o la de mis padres con mi cuarto de paredes blancas y cubre cama de flores ? Dicen que hogar es donde el corazón está. Y si el corazón está dividido?
Regreso, entonces, a lo tanto extrañado, a lo tanto llorado, a lo tanto anhelado. Regreso a contar cómo es no ser La Extranjera del 7-d. O quizás a contar como es ser La Extranjera sin mi 7-d.

miércoles, 15 de julio de 2009

Embellecerse en la esquina del caos

Las chancleta negras y rosado fluorescente tiradas en el piso ya no blanco, cubierto por mechones de cabellos de todos los colores y texturas. El papel de aluminio de la merienda de la mañana en el tocador, el video de Jerry Rivera en la televisión y el reggeaton que reza que lo muevo y soy tuya.
Tres mujeres al final del salón que conversan mientras a la una le lavan la cabeza, a la otra le cubren de esmalte negro el dedo gordo del pie, y a la última le quitan los rollos del pelo. Albania que me dice, mientras mueve sus carnes, envueltas en una licra blanca y una franelilla turquesa que no llegan a cubrir su inmensidad, que si quiero hacerme el blow (secarme el cabello) o los rolos (para que el cabello quede ondulado). El Blow le digo.
Me hago un espacio en un taburete negro que tiene el tapiz roído y que deja a la vista la goma espuma, mientras un niño a mi lado, le da tetero a su hermanito que está en el coche y llena el asiento, el suelo y a él, de leche, que espero sea fórmula y no leche materna.
Mientras espero a que me atiendan en Maggie, salón de belleza unisex, en una esquina de una calle en Washington Heights (Dominican Heights, más bien), Nueva York, no puedo evitar sentirme en casa. Recuerdo cuando Zoilín, mi peluquera, estiraba mis rizos en el caos de un cusuchito en una esquina en El Silencio, Caracas, justo al frente de un burdel y a unos cuantos edificios de la sede de El Nacional, el periódico donde trabajaba, o cuando me escapaba a la hora del almuerzo a El Oso Unisex, justo al lado de una tasca en Los Cortijos en la que viejos barrigones y jóvenes lascivos jugaban caballo los viernes por la tarde.
Albania termina de quitarle los rollos a la doña a la que atiende y me invita a sentarme en su silla. Ella, antes de empezar, se sienta en la de enfrente y se cambia los zapatos deportivos por las chanclas negras y rosado fluorescente, justo antes de agarrar con las manos embadurnadas de sudor de pie, un mechón de mi cabello.
Albania me recuerda a Zoilín, la de El Silencio, que almorzaba fideos con caraotas justo antes de que yo llegara, y que cantaba Jerry Rivera mientras me atendía. Entiendo por qué de todas las peluquerías de Nueva York escogí este rincón sucio y ruidoso y no un oasis impecbale donde una japonesita te masajea el craneo mientras te pone el champú.
El caos está en mi ADN, tengo una inclinación hacia él, lo anhelo cuando no lo tengo, aunque luego me queje. El caos me hace sentir en casa. No es que nos disfrute de los masajes de la japonesita y no sepa distinguir que posiblemente en una peluquería en el Upper East Side me atiendan mejor, pero a mi las chancletas, el reaggeaton y Albania me hacen sentir contenta. Tal como Zoilín en El Silencio, o las negritas de licras de El Oso Unisex. Está eso, y que me ahorro unos dólares, claro.

sábado, 11 de julio de 2009

Yo conmigo

Por estos días en los que Licantro está desde las 8:00 am hasta las 6:00 pm en la ONU, Luciana y Leo están fuera de la ciudad y Penélope está trabajando también, he pasado mucho tiempo sola en la ciudad. Debo admitir, si no es que ya lo saben, que yo no soy de esas personas que dicen que "saben disfrutar de su soledad", pero en esta semana he descubierto que puedo pasarla bien sola solita. De hecho, puedo pasarla muy bien.
Como el verano está aquí, ya no tengo la excusa de pasar el día enrollada en la bata de peluche, echada en el sofá vainilla, primero porque el calor en el 7-d es insoportable y segundo pues porque da remordimiento desaprovechar un día soleado.
El lunes pasado fui a sacarme mi ID de Nueva York. Después de un año cargando la cedulita venezolana era necesario. Sencillísimo el asunto: fui a una oficinita en la 34, lleve una planilla, mi pasaporte y mi tarjeta del seguro social y media hora más tarde ya estaba afuera con mi ID provisional en mano (la original la mandan en dos semanas por correo). Siempre he odiado hacer este tipo de trámites sola pues me vuelvo un desastre pero la cosa salió muy bien.
Al terminar me di cuenta que estaba cerquita de Macy's y decidí aprovechar para buscar un vestido para la boda de mi cuñado. Buscar un vestido para un matrimonio es algo que no hubiese hecho sola en Caracas jamás, pero la verdad es que si esperaba a que alguien me pudiese acompañar me iba a quedar sin vestido.
Así que llegué al piso de los vestido, me probé como 30 y dejé uno reservado. Azul marino, de capas, escote en V. Muy elegante y totalmente favorecedor. Me forzé a utilizar sólo mi criterio, para elegir, sin la opinión de Licantro o una amiga (claro que debo confesar que me tomé una foto y se la mostré a Licantro y mi madre).
Lo consulté con la almohada y el martes después de la clase de inglés fui a Macy's a buscar mi vestido azul. Lo que creí que sería una visita corta, buscar el traje y largarme se convirtió en una jornada de 4 horas. Cuando tenía el vestido decidí que, ya que estaba ahí no era mala idea buscar los zapatos. A cada par que veía le tomaba una foto y se la enviaba a mi querida madre para que me diese su opinión. Me dicidí por unos Anne Klein, dorados y champagne, preciosísimos.
Cuando tuve los zapatos pensé que, ya que estaba ahí, debía aprovechar para comprar la ropa interior apropiada para el atuendo (las que son mujeres saben que uno no se puede poner cualquier vestido con cualquier sostén, no, no, no) y luego me dije que, ya que estaba ahí, podía comprarme los zarcillos a juego. A las 5:00 pm caí tendida en una mesa en la cafetería y disfruté de un pollo a la pimienta by myself. Cuando vi el reloj me di cuenta que había pasado un día sola de una manera productiva sin derramar una sóla lágrima.
El día de compras sola me dejó un buen sabor porque el miércoles en la mañana me desperté y decidí que me iba al cine. Antes de las 12:00 pm la entrada cuesta la mitad y lo fabuloso del cine a donde voy es que uno se puede cambiar de película sin que le pidan la entrada. Así que cuando terminé My Sister's Keeper entré a The Proposal. A salir del cine abosolutamente feliz me crucé con unos zapaticos negros chatos soñados y los compré, y luego me fui a Central Park y me lancé en la grama bajo un árbol. Estuve sola, echada, divina, pensando en cómo le hubiese gustado a Federico mi costilla verme ahí abstraída y feliz.
Con dos días de soledad tan marvillosos, en el tercero tomé un riesgo mayor. Me fui a un restaurante thai a almorzar sóla. Me daba fastidio cocinar y estaba antojada de un pollo al curry verde. Ningún drama aquí tampoco, me senté en la mesa, comí tranquila, relajada, pagué y me fui, esta vez a la casa, al sofá vainilla. La paseadera me dejó agotada.
Pienso en mi semana como la serie de libros infantiles sobre Teo. Aquella en que un chico gordinflón pelirojo iba al zoológico, la playa, el centro comercial y tenía increíbles aventuras. En vez de Teo va al zoológico, La Extranjera va a Macy's; La Extranjera se relaja en Central Park; La Extranjera come pollo al curry, La Extranjera va al cine. Está muy bien, creo yo. Después de todo, si no me tengo a mi misma para que me sirve todo lo demás?

domingo, 5 de julio de 2009

El día, la tarde, la noche

Primero el día; de amarillo y verde. Con el sol que quema y el viento que sopla y evita que uno se achicharre. El día como hace mucho no teníamos, sin lluvia, sin humedad, con brisa. El día que grita, que invita a pasear en el parque y ver el río y observar a los niños que juegan a mojarse con un chorro, y los padres que corren tras ellos. Y las parejitas que comen helado, y las madres que pasean a los babies, y aquellos que pasean a los perros. Perros que andan contentos y alborotados. El día para ir al super y comprar frutas y vegetales, y comer pollo al horno y ensalada griega, con mucho pepino para hidratarse.
Luego la tarde; de naranja y rosado. Tarde de gente que camina por Columbus Circle y juega con el agua de la fuente. Tarde de amor que pasea en carretas jaladas por caballos y taxis bicicleta. Tarde de señoras buenas mozas vestidas de rojo, azul y blanco para celebrar el 4 de julio. Tarde de niños que corretean por las aceras con banderitas tricolor. Tarde de cielo naranja y rosado, morado, fucsia y azul. Todo junto. Tarde de vista al Hudson desde el apartamento de Penélope mientras esperamos los fuegos artificiales que Macy's patrocina todos los años. Tarde de foi grass y queso fialdelfia con pimentón dulce.
Por último la noche; impúdica, sin querer vestirse de negro porque es verano. La noche con el pum pum pum de los fuegos artificiales que se observan desde la ventana de Penélope tan cerca y tan claros, como si estuvieran proyectados en una pantalla de cine. Rojos, azules y blancos como la independencia, en forma de aros, roscas, espirales y pompones. Noche de luces que brillan por media hora y de gente que grita Happy 4 of July. Noche de gente, como yo, que celebra el 4 de julio porque-se-supone-que-se-debe-celebrar y porque quiere beber. Noche de gazpacho fresco y sabroso para volver a la vida. Noche que se acaba y se convierte en madrugada acompañada de cuentos sobre otra Caracas, otra Nueva York y las aventuras de unas damas muy elegantes. Madugrada que termina con el último sorbo de una vodka con jugo de cranberry y que anuncia una mañana de resaca, lenta y pesada.

viernes, 3 de julio de 2009

Desapariciones

He estado en todas partes y ningún lado al mismo tiempo. Mi mente y mi cuerpo no van al unísono y ni hablar de mi corazón, pero aún así puedo decir que estoy feliz. Que mi vida aquí se ha llenado súbitamente de gente y de cosas, de lugares, de sabores, planes y promesas. Que hace un mes podía contar con una mano los amigos que tenía en esta ciudad y ahora puedo usar las dos. Que mientras mi vida se llena, siento que La Extranjera del 7-d se desvanece, y me da miedo.
Le conté a Lore (http://laventanayelgato.blogspot.com/) lo que ocurría y se alegró. Me dijo que era normal y lindo lo que vivía pues significaba que estaba feliz. Y lo estoy. En estos días de desaparición han pasado muchas cosas: he ido a fiestas extrañas, bares, teatro, restaurantes, conferencias, me he reunido con mis futuros compañeros de clases, he leido libros, he escrito mucho en inglés y lo más importante, he cumplido un año más.
Los 29 años me propuse celebrarlos con todo. Las fiestas comenzaron el domingo 28 de junio (cumplí el primero de julio) con un brunch en casa de Luciana y Leo, su marido. El bello de Leo (quien se queja de que nunca escribo sobre él) me preparó un desayuno sabrosísimo. Arepas como las de la abuela, es decir sin tostiarepa ni artilugios modernos, sólo a punta de mano, sartén y horno, queso frito y hasta dos tortas para cantar cumpleaños.
El lunes 29 paseé todo el día con la Luciana y en la noche fui a comer con Penélope, su marido, y la familia de una amiga caraqueña que estuvo de visita. Me pusieron a escoger el restaurante, y me di cuenta que casi después de un año, conozco Nueva York como nunca imaginé. Casi mejor que Caracas, me avergüenza reconocer. Después de muchos vinos, grapas y whiskys Licantro y yo llegamos al 7-D dando tumbos (el más que yo, ja!).
El martes 30 en la noche, la Luciana y yo nos tomamos unos mojitos y un trago amarillo en copa de Martini en la terraza de un un bar por la 50 con Madison. En la noche llegué a casa y Licantro me esperaba para darme mi beso y abrazo de feliz cumpleaños y una tarjeta en la que me decía que celabraríamos mi cumpleaños comiéndonos la ciudad a mordiscos. Así fue.
El miércoles 1 Licantro me llevó a un Roof Bar donde vimos el atardecer dobre el Hudson con mojito en mano y luego a ver Mary Poppins. El había dicho que jamás vería esa obra pero antes de entrar al teatro me dijo que cualquier cosa por hacerme feliz. Lo mejor, es que lo dice, en serio.
Entre tanto trajín, entonces, me he perdido. Lore me preguntó algo que me dejo pensando y que todavía no puedo responder: "¿Te sientes menos extranjera?". No sé. Comienzo a tener una vida, una rutina. Después de casi un año, he logrado hacerme una historia y esto, sin duda me llena de alegría. No tengo demasiadas respuestas todavías, pero si sé algunas cosas con certeza: no estoy lista para dejar ir a la Extranjera, ni a este blog, ni a ustedes. Lo demás, lo descubriré en el camino.