lunes, 15 de diciembre de 2008

Mis culpas en una taza. Parte I

Porque la culpa me persigue hasta en mis sueños.
No sé cómo llegué al lugar. Sólo recuerdo que estaba vestida con un taller de falda y blazer, cosa inusual en mí, que odio los talleres, y que llevaba el cabello recogido en una cola. Cosa también inusal en mí, que suelo llevarlo suelto y alborotado. Estaba vestida acorde. Todos los demás vestían igual: de negro. De hecho, todo era negro, con la excepción de los sillones, y el mostrador que eran blancos. Creí estar en el lobby de un hotel minimalista pero esta hipótesis se desvaneció en cuanto llegó una señorita, menuda y con un moño en la cabeza, con unos papeles. Tachó mi nombre de una lista y me dijo que me estaban esperando. Que hiciera la línea pues pronto sería atendida.
Llegué al mostrador y otra señorita menuda y enmoñada me preguntó mi nombre. Se lo dije. Me sonrió con una mueca y me dijo, Por su puesto. La estábamos esperando. La señorita se fue y yo me quedé mirando a mi alrededor. La gente no caminaba, flotaba. Es decir, no literalmente, pero no hacían ruido al caminar. Todos susurraban. No entendía en dónde estaba pero sabía perfectamente que estaba donde tenía que estar.
Señorita enmoñada II me entregó una taza.
- Ya sabe que hacer, dijo.
No sabía, pero supuse que debía beber de ella. Me equivoqué. La taza no era una taza. O si lo era, pero el líquido no era para beber, era una pantalla. Una pantalla dónde pasaban escenas de mi vida. Escenas que yo no quería recordar. Escenas que me avergonzaban, que me daban dolor de estómago, dolor de piernas, dolor de huesos.
Me vi de niña en el colegio de monjas. En la universidad. Vi a mi querida madre. Recordé las cosas que le dije. Ví todas las veces que la herí. Lo vi a él. Y a otros más. Y sufrí por él. Porque lo hice sufrir. A sabiendas. Vi todas las veces que hice y dije lo que no debía. Vi todas las veces que hice trampa, todas las veces que mentí, mentí y mentí. Vi todo eso. Vi mucho más. Y me sentí culpable. Horrososamente culpable. Y entendí porque estaba ahí.
Señorita enmoñada II se llevó la taza, me dijo que firmara mi ingreso y me entregó un pantalón y una camisa blanca. Firmé. Me señaló donde debía cambiarme y me dijo que esperara allí, que llegarían a buscarme. Así sucedió.
Un hombre vestido de blanco, no de negro como todos los demás, se presentó.
- Hola, soy Lucas.
Lucas tenía ojos azules y una mirada tan cálida que acabó con todo el frío del lugar. Con el blanco y negro. Con los susurros. Con el silencio. En los ojos de Lucas no había culpa.
Con una tarjeta magnética abrió las puertas blancas de un salón.
- Espera aquí hasta que todo esté listo.
¿Qué era lo que debía estar listo? No quería que Lucas se fuera. No quería estar sóla.
No lo estuve. En la sala de puertas blancas y paredes igual de inmaculadas habían más de 100 personas. No conocía a ninguna. No quería hablar. No quería ser vista. Sólo quería volver a la taza. Me senté en un banco también blanco al lado de un anciano de cabeza rapada.
- Me llamo Salvador. Yo también acabo de llegar. Pero yo soy un reincidente
Me atreví a preguntarle. - ¿En dónde estoy? Me siento en el purgatorio.
- Casi.
Rió.
- Estamos aquí para eliminar nuestras culpas. El contrato que firmaste, ¿te acuerdas?
- Sí, respondí.
- Los autorizaste a retenerte aquí hasta que no tengas más culpas.
- ¿Y eso es posible? ¿Es esto un sanatorio?
- No les gusta que lo llamemos así.
- ¿Y este salón para qué es?
- Es una sala de espera. Están organizando nuestros cuartos y nuestros horarios. Una vez que tengan todo listo, empezaremos.
- ¿Qué horarios? ¿Qué empezaremos?
- Disculpa querida, me han llamado.
Se abrieron las puertas blancas del otro costado del salón y Salvador y otras 10 personas más, hombres y mujeres, todos adultos, salieron. Todo estaba listo para ellos.
¿Cuándo llegaría mi turno?

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Sin palabras El anonimo...

Lorena J. Saavedra dijo...

ídem. Besos, linda. I'm here

Terapia de piso dijo...

¿Y si nos encontramos en el mismo salón?

José Roberto Coppola

Pulgamamá dijo...

Anónimo: gracias y gracias por seguir leyéndome.
Lore: gracias por estar todo el tiempo desde que llegaste aquí por primera vez.
Terapia de piso: Me encantaría encontrarme contigo en ese lugar. Seguro hubiesemos pasado el tiempo haciendo terapia de piso. Te quiero.
Saludos