miércoles, 12 de noviembre de 2008

Los chismosos de la esquina

Todas las tardes, después del trabajo, hacían lo mismo. Se reunían en la taguara de la esquina a beber cervezas y hablar de la gente. Hablar bien, mas o menos bien, mal, y a veces ni siquiera ninguna de las anteriores, sino una versión totalemente nueva y aislada de la realidad que ellos enhebraban y convertían en una historia que parecía engendrada por un híbrido de Corín Tellado y Chepa Candela.
Eran tres chismosos. Un flaco bien flaco, una retaca chillona y una alta malhumorada a la que le encantaba quejarse todo el día. La mayoría de las veces hablaban de la gente con la que trabajaban y otras, muy pocas veces, de sus pequeñas vidas.
- Yo creo que a él le gusta ella, decía el flaco bien flaco.
- Para mi ella lo está sonsacando, decía la retaca chillona.
- Además, ¿viste como vino vestida hoy?, respondía la alta malhumorada.
Y esa conversación podría extenderse por una hora. Luego caminaban al metro y de ahí, cada quien para su lado, o para su vida. La retaca chillona llegaba a casa de sus padres en Santa Eduvigis, les preparaba la comida, hacia su lonchera, sacaba su ropita para el día siguiente y se sentaba en el sofá a hacer crucigramas, mientras pensaba en por qué el chico de la oficina, aquél del que había estado hablando en la taguara de la esquina, miraba a esa y no a ella, que merecía más ser feliz.
El flaco bien flaco, llegaba al apartamento que compartía con su abuela en Los Dos Caminos, a alimentar sus dos gatos, y a pensar en cuándo sería el día en que pudiese decirle a todos su verdad. Cuando podría ser cómo quería y no cómo su abuelita, muy vieja para darse cuenta de que su nieto era gay, quería que fuese.
La alta malhumorada decía a todos que se iba a su casa en San Bernardino, pero en realidad se iba a ese hotelito en Sabana Grande a encontrarse con su novio, un escultor cincuentón, con quien dormía desde hace 3 años, y quien le prometía todos los días, que esa noche sí hablaría con la esposa.
Los chismes habían pasado y sus miserias habían llegado. Pero luego, al día siguiente, o al otro, se volverían a encontrar. Pedirían tres cervezas y tres arepas, y por una hora se olvidarían de sí mismos. Hablarían entonces de la nueva de la oficina, del mal aliento del jefe, de cómo la pasante iba siempre con las lolas afueras. De todo, menos de ellos. Mirar a los otros siempre es más fácil y seguro que mirarse a uno mismo. Eso lo saben los tres chismosos de la esquina.

9 comentarios:

Jefferson dijo...

Siempre es más fácil ver el rabo de paja en el ojo ajeno. Muy bueno tu escrito. Por cierto, una pregunta: What do you do?. Jeje muy bueno el escrito anterior también.

Saludos.
Jefferson.

Pulgamamá dijo...

Jajajaja. Tengo una agencia de damas de compañía. Te consigo una con tarifa preferencial. Gracias por leerme Jefferson. Y si odio a la gente que se la pasa chismeando, hasta que yo me convierto en uno de ellos y entiendo que es humano mirar a los demás para no mirarse a uno mismo.
Saludos

Anónimo dijo...

Yo sé quiénes son y lo certifico.

Martín de la Tierra.

Pulgamamá dijo...

Hola Anónimo. Si defeintivamente todos conocemos gente así.
Saludos desde el 7-d

Unknown dijo...

Muy buena historia! Me encanto la manera que tu escribiste el texto!
Te felicito (y firmo tu rss para leerte siempre).

Besos desde el Brasil.
Bruno Silva
http://ladobdocassete.blogspot.com.br

Pulgamamá dijo...

Gracias Bruno, me alegro que te haya gustado. Gracias por visitar mi blog.

Ana dijo...

Mi extranjerita querida... siempre que no me describan como retaca y chillona, todo bien con convertirme de vez en cuando en chismosa de esquina.. jejeje.

(BTW... estoy viendo Gossip Girl y siempre me acuerdo de ti... MUAK!!!)

Ana dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Pulgamamá dijo...

Querida Anah nada tiene de malo en convertirnos en chismosos de esquina, a todos nos gusta hacerlo, el problema es cuando pasa de ser un hobbie a un vicio y de ahi a un modo de vida. Un abrazo y gracias por leerme.