lunes, 3 de noviembre de 2008

Mi sofa vainilla


Siempre lo había sospechado pero nunca hasta este momento había entendido la estrecha relación que uno puede desarrollar con su sofá. La razón es que nunca hasta ahora había tenido yo un sofá. Es decir, por supuesto que habían sofás en la casa de mis padres, pero estaban en la sala o en su habitación y no me pertenecían. De adolescente siempre quise uno en mi cuarto, adicional a mi cama, pero mi querida madre decía que 1. no había espacio y 2. lo terminaría usando para tirar toda la ropa. Probablemente tenía razón.
Cuando Licantro y yo nos mudamos al 7-D de Caracas no compramos muebles. En cambio pedimos algunos prestados. En la sala colocamos un viejo sofá verde de cuero al estilo inglés, ideal para recibir visitantes pero no para echarse. Como sabía que el sofá sería de vital importancia en el nuevo 7-D, esperé a que llegara Licantro para comprarlo. Al día siguiente de su llegada encontramos un sofá cama de dos puestos fabricado en una tela muy suave, parecida a la gamusa, color vainilla.
Si es cierto que no hay lugar más cómodo para dormir que una cama, también es verdad que no existe nada tan perfecto como un sofá para echarse; a leer, a ver tv, a mirar el techo, a hacer la siesta. El sofá es en cierto modo el consuelo a nuestras penas diarias. El premio después de una jornada intensa. La única certeza durante y después de un llanto desconsolado. El compañero en los días en que la soledad aprieta. Si se fija uno en la anotamía del sofá, y quizás esté yo delirando, se encuentran reminiscencias del regazo materno. Los brazos (apoya brazos en este caso) abiertos, el pecho suave (los espaldares), el cuerpo cálido (los cojines).
Ahora que lo tengo, entiendo por qué en las películas la chica con el corazón roto llora sus penas en el sofá, porque el adolescente perezoso pasa su tarde viendo tele allí, o porque la madre o el padre llegan de sus jornadas y se sientan a leer el diario o un libro. El sofá es el lugar de las sensaciones y las emociones; de la soledad, del cansancio, del dolor. Cuando me siento en mi sofá vainilla me sumerjo en una realidad de pluma y algodón.

4 comentarios:

Carito dijo...

jejejeje, yo pensé que yo era la única con dependencia del sofá! en realidad no es mío, es de la casa de mis padres, pero cada vez que hablan de cambiarlo yo saltó cual mapanare, porque ya me imagino a mi mamá prohibiendo echarse en el sofá nuevo porque se ensuaciará. Así que defiendo a capa y espada mi viejo sofá en el que puedo hacer lo que quiera sin remordimientos de que se ensuciará!

Pulgamamá dijo...

Jajaja. No Carito, definitivamente no creo que tu y yo seamos las unicas con dependencia al sofa. Fijate que en temas de decoracion, el sofa siempre es un big issue.Yo estoy feliz de al fin vivir una relacion con el sofa. Defiende tu sofa viejo a capa y espada! Abrazos

Anónimo dijo...

Carla! Cómo estás? Te cuento que tampoco conocía tu blog, aunque sabía que tenías uno y que te habías ido a Estados Unidos. Aunque mi identidad en mi blog es secreta, si haces memoria sabras quien soy! jaja. Nunca nos conocimos pero me llamaste una vez para entrevistarme para Todo en domingo para un reportaje de familias extrañas o algo asi. Jajaja.
Con respecto a mi post, cumplí con muchas cosas, otras ni las llegué a desempolvar. Pero bueno, no me eché a morir sino que celebré todo lo que pude llevar a cabo en un mes. Hazlo! que aunque te queden cositas pendientes la satisfaccion es inmensa! Un beso!

Pulgamamá dijo...

Uy, soyyonoerestu me dejas intrigada. Rcuerdo el reportaje de las familias, era para un aniversario, recuerdo haber llamado a mucha mucha gente, recuerdo que alguna era periodista, pero no recuerdo tu nombre. Y tú sabes el mío. Ummm.... ¿Tu eres amiga de Alieska? Bueno en todo caso, que bueno que te conseguí, que llegaste a mi blog y que me contestaste. A ver cuando me animo a hacer todas las cosas de la lista.
Un abrazo!