domingo, 14 de septiembre de 2008

El dolor, siete años después



Tal parece que en los días tristes hace más frío. El jueves 11 de septiembre a las 6:30 am en la esquina de Broadway con Liberty Street, en el Financial District, el viento soplaba con fuerza y nos helaba los huesos a mi y a más de un periodista parado justo ahí, enfrente de la mesa de prensa dónde nos entregarían las credenciales. Los actos conmemorativos del 7mo aniversario no comenzaban sino a las 8:40 am, así que a los de prensa, enjaulados en un espacio cerrado con unas gradas como asiento, no nos quedaba sino esperar, retorcernos de frío e intentar conversar con los familiares de las víctimas que se acercaban a nuestro espacio/jaula.
Me senté a esperar en la tercera fila, sin percatarme de que mientras más alta estuviese más frío habría. Nadie hablaba demasiado pero yo opté por entablar conversación con mi vecina que resultó ser una reportera de un importante diario del país, que desde hace siete años cubre todos los actos relacionados con September 11. Le dije que me moría del frío y me contestó que todos los años era igual, pero que tuviese paciencia pues en un rato seguro calentaría.
No lucía contenta pero tampoco dejaba que la tristeza, si es que sentía alguna, se colara entre sus gestos y discurso. "Todos los años es más o menos lo mismo. Habla el alcalde, el gobernador, las familias leen los nombres de las víctimas, hay cuatro momentos de silencio, los periodistas intentamos escparanos de este hueco donde nos encierran para hablar con los familiares de las víctimas... Sí, básicamente es lo mismo", dijo con cara de fastidio o desilución; no supe precisar.
-¿Es decir que podrías publicar la nota del año pasado este año?, hipotéticamente hablando, le dije sin ninguna mala inteción.
- Sí, digamos que si se podría, me respondió cauta.
Entre la tarima en Zucotti Park y La Jaula había un espacio, no muy grande, no muy pequeño, donde estaban los familiares de las víctimas que fallecieron en los atentados terroristas a las Torres Gemelas. A las 7:00 am, no eran demasiadas las personas, pero alguna que otra se acercaba hacia donde estábamos con ganas de contar su hitoria. Los periodistas -como buenos periodistas- nos abalanzábamos hacia donde estaban ellos intentando arrancar aunque sea una pieza de la historia.
Es difícil describir los semblantes de esas personas, pues a primera vista no puede decirse que se trata de tristeza. Podría intuirse sí que debajo de esa apariencia de hielo, hay una marea de sentimientos represados, que algunas veces dejaban salir con mucho cuidado en forma de dolor (como en la foto de las dos personas que se abrazan) y en otras como rabia (la foto del militar con mirada de hierro).
El militar de la foto, que estaba ahí por su primo, un bombero que murió mientras trabajaba, confesó que se había enlistado en el ejército para vengar la muerte de su primo. "Voy a matar a sus asesinos", dijo, y a mi la piel se me heló. Una cosa es saber que algunos estadounidenses desean vengarse mediante la guerra, pero otra muy distinta es escuchar esa verdad con tanta nitidez que asusta, en boca de un hombre de 43 años, que podría estar haciendo cualquier otra cosa. En cualquier otro lugar.
Una mujer de ojos azules acuosos, se acercó sútilmente a los periodistas, y dijo "sí, hagan las preguntas que quieran, no hay problema", como quien conoce el ritual a la perfección y no quiere romperlo. Su hijo, un ingeniero que trabajaba en una de las torres murió ese día y dejo huérfanas a dos niñas pequeñas de 11 y 7 años, que no suelen venir a los actos pero que le mandan dibujos a su papi para que abuela los pegue en el sitio donde las torres cayeron. Ella, una mujer de unos 60 y pico de años, pertenece desde hace siete años a un grupo de apoyo del 11S. Dice que ha aprendido a manejar el dolor, pero que este no desaparece. La rabia, dice sí, se ha ido, o se ha quedado enterrada en lo más profundo de su espíritu. "Por nuestros rostros pareciera que no nos importase, pero nos duele igual o más que hace siete años". El camino que queda, según ella, es encontrar una forma sana (me pregunto si alistarse en el ejército para matar al asesino de un familiar es una) de lidiar con el vacío. "Porque el vacío nunca desaparece", y cuenta que la viuda de su hijo se va todos los 11S a escalar alguna montaña, pues es un pasatiempo que el matrimonio solía hacer junto. "Esa es su forma de lidiar con la pérdida y nadie puede juzgarla".
Otra mujer de cabello demasiado oscuro, piel demasiado blanca y ojos demasiado claros, intentaba ponerle a su hijo, una cinta blanca en señal del luto que guardan por la muerte de su hermano. Ella al contrario de los que sí querían hablar, sólo dijo desde lejos, que no habían palabras para describir lo que había sentido ese día y lo que siente todos los días desde entonces.
Los periodistas intentábamos resguardarnos del dolor, pues si no se vuelve difícil hacer el trabajo, pero más de uno no pudo reprimir las emociones. Una chica alemana, lloraba mientras escuchaba a tres niños que desde la tarima decían que no recordaban casi nada de su padre pues eran muy jóvenes cuando él murió. Otro señor, como de 50 y pico de años, soltó la libreta y el grabador y se sentó impávido en las gradas con la mirada perdida, mientras un colega le preguntaba cada 5 minutos si estaba bien.
Yo me senté en la primera fila con dos periodistas latinos, uno de aquí de Nueva York, y el otro colombiano que vive en Miami. Me preguntaron si estaba bien, pues notaban que casi no hablaba (algo atípico en mí aunque ellos no lo saben), les dije quesí, pues era la media verdad (la otra mitad es que nadie puede sentirse totalmente bien en esas circunstancias) y les conté el sueño que tuve la noche anterior, el que hizo que casi llamara a mi editor en la madrugada con alguna excusa y le dijera, Lo siento, ya se que es un momento histórico pero no puedo ir.
Estaba en la azotea de un edificio después. Primero en una estación de metro. Mi esposo y mi madre estaban ahí, intentaba llegar a la estación Fulton pero los NYPD no me dejaban, decían que ese acceso estaba cerrado. Luego mi esposo y mi madre me dijeron que tenían que irse, y me abandonaron en la estación. Luego no sé cómo, llegué a la azotea de uno de los edificios que estaba tomada por los efectivos de la NYPD. Desde ahí veía que los actos comenzaban y quería bajar pero no me dejaban. Decían que había una emergencia, que iban a empezar a evacuar.
Me dio vergüenza contarles que me desperté turbada, pensando que seguía en el sueño, y casi gritándole a Licantro que no podía ir. Que Al Qaeda ya había pasado un comunicado diciendo que tenían una sorpresa preparada para el 11 S, y le gritaba que pobre gente, que por qué, que por qué, que por qué...
Recordé que cuando sucedió esto tenía 21 años y estaba en Buenos Aires de vacaciones con tres amigas. Habíamos ido ese día al parque, a echarnos a leer, y a ver al cielo, porque no había ánimos para mucho más. Tan ajenas, tan lejanas, tan ingenuas. No sabía entonces como a partir de ese día cambiaría todo. No sabía tampoco que siete años después estaría yo ahí en ese mismo lugar, enjaulada, encogida por el frío, haciendo un trabajo e intentando no pensar. Intentando no sentir el dolor.

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