viernes, 8 de agosto de 2008

Luis el que extrañaba las pupusas

A Luis lo conocí como conozco a la mayoría de las personas interesantes cuando estoy sola: perdida. Yo venía de la calle 169 en el Bronx e intentaba encontrar la 170 para tomar la línea D o B. Caminamos juntos desde la 169, cada uno por su lado, atravesamos una especie de autopista o vía rápida, y dos cuadras más allá nos miramos. Me dio miedo, al principio, ¿será que me persigue? (esa paranoía caraqueña que no nos abandona), pero ahí mismo me preguntó ¿buscas alguna dirección? Salvación total: eran las 8 y todo el mundo me había advertido que no me quedara en el Bronx hasta tarde.

Afortundamente, es verano, y todavía había luz.- Sí, voy a las 170, quiero tomar el B o el D, le dije.- Esta ahí mismo, y señaló con el dedo. -Si quieres sígueme, añadió. Era moreno, con ojos rasgados y tenía aire de estar muy cansado. Me dijo que era de El Salvador y que tenía dos años en Nueva York. Le hablé de mi amigo Zeta, periodista, también salvadoreño, y le pregunté si extrañaba las pupusas. Me dijo que sí, que lo extrañaba todo, las pupusas (tortillas de maíz rellena de queso y frijoles, generalmente, aunque también pueden tener chicharrones, vegetales o algún tipo de carne) los amigos, la familia, los viernes de tragos en el bar, las tardes de fútbol.

- Aquí en el Bronx, en la cuadra siguiente hay una señora que hace las pupusas muy bien, casi como las de mi mamá. Cuando vengo a visitar a mi hermano que vive por aquí, suelo comerme una.

Llegamos a la estación y corrimos porque oímos el sonido del tren. Entramos al vagón un segundo antes de que la puerta cerrara, y automáticamente sin necesidad de discutirlo, compartimos asiento. Yo me bajaba en la 145 y el seguía hasta la 116 pues vivía en St Nicholas Av. una zona que dijo estaba bien, sino uno se hacía el que no sabía nada y andaba en lo suyo. Sabíamos que no teníamos demasiado tiempo, así que Luis se apuró en contarmelo todo: tenía 23 años, trabajaba en una tienda de electrodomésticos, vivía con su hermana y su sobrina pero se sentía sólo. Muy sólo.

- Mi hermana llega tarde en la noche, cansada de trabajar y se encierra en el cuarto . No hay vida de familia, no hay televisión en el sofá, no hay cena familiar. Ella misma me ha dicho que aquí tengo que buscarme mi propio plato de comida, que nadie va a hacer nada por mí.

Me hubiese gustado decirle que era mentira pero seguramente era verdad. Me contó que problemas para trabajar no tenía. El gobierno de El Salvador tenía una especie de acuerdo con Estados Unidos y él podía estar aquí sin problemas. Luego Zeta, que lo sabe todo y si no lo inventa, me aclaró que la cosa no era tan sencilla: "Si entraste antes de febrero de 2001 te podés acoger a un programa que se llama TPS, que es un período especial de trabajo, que concedió los Estados Unidos para ayudar a El Salvador por los terremotos de 2001. Lo han prorrogado varias veces, esta vez termina en marzo de 2009 pero seguro intentarán alargarlo de nuevo. 200 mil salvadoreños están ese programa".

- Yo le digo a mis amigos que me comentan que se quieren venir para acá, continuó Luis, que lo piensen bien, que puedes ganar dinero pero que la vida es totalmente distinta, que se van a tener que olvidar de lo que hasta ahora conocen, y que aquí todo el mundo está sólo. Lo peor es que cuando me he intentado regresar, siento que no encajo.

Me preguntó si yo ya estaba acostumbrada, y le respondí que en esas andaba, que tenía sólo dos semanas, que me perdía un poco, y que me hacía falta mi esposo. Me miró con cariño pero no sonrió. El tren llegó a la 145 y le dije a Luis que me tenía que bajar. Me pidió que si no podía hacer la transferencia más adelante, se me rompió el corazón, pero le dije que no, pues no tenía ni idea de cómo hacer eso, y había dejado el mapa en la casa. Le apreté sus manos con mis dos manos, le deseeé buen viaje y le dije que fuese fuerte.

- Ya sé, me contestó. Eso es lo único que me salva.

No le conté a mi amigo Nacho esta historia, pero el otro día le confesé que me sentía un poco sola. Él que le tiene alergia al drama, me dijo desapasionadamente: "Eso es absolutamente normal. En esta ciudad todos estamos sólos. Por eso es que todos estamos locos, y por eso es que Nueva York es la ciudad que es, la que te deja ser y hacer lo que te venga en gana".

El escritor Andrés Felipe Solano en la crónica que hizo para la revista Soho de cómo vivir seis meses con el sueldo mínimo, escribió una frase que se me quedó grabada y que recordé ese día en el metro sentada junto a Luis: "La vida es un puñado de soledades que se acompañan por unas horas". Ni a una hora llegamos Luis y yo, pero es cierto que fue el momento del día que menos sola me sentí.

3 comentarios:

Unknown dijo...

Carla, este escrito del salvadoreño no me gusto mucho porque es muy triste. Me gustam mas los escritos de actualidades donde uno se ria. Rosita.

Pulgamamá dijo...

Gracias Rosita, sí en efecto es triste, pero la tristeza es parte de la vida. Y escribir sobre la tristeza es una forma de sublimarla, de no vivirla propiamente uno. Lo que trato es de alternar divertidos con tristes, para que nadie (incluyéndome) se deprima

R-menor dijo...

"La vida es un par de soledades que se acompañan..."
Tan cierto como doloroso.
Saludos, es muy agradable leerte.