lunes, 27 de octubre de 2008

Abollada en la ciudad intensa

Las consecuencias de vivir en una ciudad intensa que vibra a un ritmo estrepitoso las siento en mi cuerpo, mi cabeza, mi casa y mi vida. Suena un tanto dramático pero en realidad no lo es. Sucede que ir a clases en la manaña, salir en la tarde-noche, escribir en la madrugada y despertarme a las 7:30 am hizo estragos en mi. Esto podía sucederme en Caracas algunas veces pero en Nueva York parece ser la regla. Nadie quiere perderse la ciudad, nadie puede dejar de trabajar, asi que lo mas lógico y natural parece ser sacrificar las horas de descanso y sueño.
Con Federico de visita el ritmo se intensificó. En la mañana clases, en la tarde pasear por la ciudad, en la noche salir a bailar, a tomar, a cenar o cualquier otra actividad y los fines de semana jornadas de hasta 15 horas seguidas para conocer la ciudad. A los dos días, Fede me dijo que sentía que llevaba una semana en Nueva York y a la semana me dijo que creía que llevaba dos meses. Yo siento que él se fue hace dos semanas, cuando en realidad se fue hace tres días. Creo que así es el tiempo en todos lados pero mas aún en Nueva York, totalmente relativo y acomodaticio. El detalle es que si uno lo ignora luego paga las consecuencias.
Así, si es posible hacer en un día lo que se haría en una semana entera pero el cuerpo, al menos a esta edad, -creo que no es igual si se tiene 20 (no exagero)-, lo siente. El sábado apenas Fede se fue quería quedarme en la cama todo el día pero Licantro queria salir y decidí complacerlo. Fuimos a Soho y llegamos a las siete de la noche, a cocinar, lavar platos y luego dormir.
Cuando ayer domingo pude echarme en el sofa y pensar en los 10 días que había tenido me di cuenta de las consecuencias de vivir la ciudad intensamente como si el resto no existiera: un montón de ropa sucia pues no hubo chance de lavar, la casa llena de polvo por falta de tiempo también, mis pies adolaridos, mi cabeza resentida, mi cuerpo exhausto y una gripe por las tranochadas que parece eterna.
Yo sólo quería dormir e ignorar el mundo por un día, pero Licantro tenia un punto: si nos nos encargamos de la casa hoy cuando lo hacemos. Asi que adiós a la idea de estar arropada en el sofa entre dormida y despierta viendo television y hello al monton de ropa y la aspiradora. El equilibrio siempre ha sido una palabra difícil de entender para mi. Cómo logro hacer todo sin que mi cuerpo se sienta. Cómo cumplo conmigo, con Licantro, con mi familia sin dejar a un lado a esta ciudad que se ha convertido en mi gran adicción.
De pequeña leí Momo, una historia de una niña cuyo gran talento era escuchar. En uno de los capitulos, ella y sus amigos, entre ellos una tortuga gigante, debían luchar contra los hombres grises unos seres delgados y grises que le robaban el tiempo a la gente. Penélope tambien leyó el cuento, y apenas llegue a Nueva York, me lo dijo: aquí viven los hombres grises. Ahora tres meses después cuando no hago casi nada y mucho al mismo tiempo me doy cuenta de que es parcialmente cierto. No es que no haya tiempo para todo, es que no hay Extranjera para todo. No me basto. Necesito otra como yo para que salga cuando yo estudio, para que trabaje cuando yo salga, y para que estudie cuando yo limpie. Y yo, mientras ellas hacen todo eso, me quedaré arropada en el sofa con los ojos entreabiertos.

2 comentarios:

alinitaxula dijo...

mija no te agobies y al tun tun es decir, no te sientas culpable por sentir flojera, vivir a tope la ciudad y demás... seguro que me pasaría lo mismo si viviera ahí ejej no pararía sólo para medio dormir jejeje
un besito gordo

Pulgamamá dijo...

Gracias por darme tantos ánimos. Lo aprecio muchísimo.
Un beso grande