jueves, 16 de octubre de 2008

Amor en los asientos del metro

Agarré la línea A en la 14. Eran las 2 de la madrugada y venía de cenar con Licantro, un tío y una prima en Pastis, un bistro francés, un lugar de estos trendy, ubicado en el Meatpacking district. El vagón no estaba lleno ni vacío, pero me senté en los que son mis asientos favoritos; tres sillas en fila, pegadas a un tubo al final del vagón.
Ellas ya estaban allí, justo enfrente, a sí que fue imposible no mirarlas. No me llamó la atención que durmieran, pues mucha gente duerme en el metro, tampoco me atrapó la postura, definitivamente poco común, lo que me mantuvo con los ojos espabilados durante todo el trayecto fue la carga de afecto y emoción que las dos chicas transmitían. Y esto debo decir, es cosa poco común en el metro, un lugar donde ni los que se conocen suelen demostrarse cariño.
Mientras las miraba recordé El beso, la escultura del francés Auguste Rodin, en la que dos amantes, entrelazados, unidos, amarrados con las partes de sus cuerpos entre sí, están sumergidos en un beso profundo y tibio como el sueño de estas chicas. Tal vez eran amantes, quizás amigas, o hermanas, pero era claro que existía una relación importante y abierta entre ellas: los cuerpos se tocaban en su totalidad y las piernas y brazos enlazados con fuerza protegían algo muy querido.
Sólo en dos ocasiones la chica que apoyaba su cabeza en la espalda de la otra abrió los ojos, y sólo vió el número de parada. No miró si había gente a su alrededor y ni siquiera se dio cuenta que yo sostenía mi teléfono justo enfrente de ellas. Como el niño chiquito y bonito que leía su libro en el filo de la ventana, aislado del mundo, ellas también parecían estar en otra dimensión. Sólo les importaba su sueño, y sus cuerpos cálidos. Siempre me ha gustado la gente que como ellas y el pequeño lector viven para sí mismas y no para el resto del mundo.
No pude saber nada sobre su historia, ni siquiera pude escuchar sus voces, sólo supe que se querían, que estaban cansadas, y que se levantaron casi a tumbos, con las manos agarradas y salieron del vagón en la 125.

4 comentarios:

Martín Franco Vélez dijo...

Mucho mejor no saber nada de ellas y así evitar decepciones. A veces es mejor tan sólo imaginar a la gente.

Anónimo dijo...

hola guapa!
ya veo como te va en NY!! qe fino qe por el blog me voy enterando leyendote


bisous!

Anónimo dijo...

hola guapa!
ya veo como te va en NY!! qe fino qe por el blog me voy enterando leyendote


bisous!

Pulgamamá dijo...

Martín: Tienez razón, a veces es mejor sólo imaginarse a la gente. Se sufre menos.
Noe: qué tal todo? Que bueno que visitas el 7-d. Por acá todo muy bien. Saludos